El actor y su metamorfosis

El actor y su metamorfosis

¿Cómo hace un intérprete para convertirse en otra persona cada vez que sale al escenario? Esta fue la incógnita que develaron varios actores y directores tucumanos que contaron a LA GACETA  los sentimientos y las estrategias que ponen en juego a la hora de encarar un papel.

EL DILEMA DE UN PROFESOR. Juan Tríbulo y Gloria Berbuc en una escena de “El chico de la última fila”. EL DILEMA DE UN PROFESOR. Juan Tríbulo y Gloria Berbuc en una escena de “El chico de la última fila”.
18 Enero 2009

Cuando Juan Tríbulo interpreta a Einstein (en la obra “Personalmente Einstein”) verdaderamente se transforma. Su personaje es tan convincente y creíble que se gana los aplausos de los espectadores; hasta impresiona con el parecido físico. Cuenta Tríbulo en su libro (“Mi experiencia de actor con la emoción en escena”), que cuando aprendió la letra del final del monólogo, se emocionó profundamente y comenzó a llorar. “Esa emoción vuelve aún hoy sin que la convoque, sin que la fuerce, puntualmente”, escribió.
Y cuando Liliana Juárez hace de Estela González (en la obra “La verdadera historia de Antonio”), su representación es tan real (y en tal caso, más que de representación debiera hablarse de presentación), tan natural, que pareciera que no está actuando.
Tríbulo y Juárez son casos opuestos. Para lograr esa metamorfosis, el veterano profesor reivindica el registro y la recuperación de vivencias de Stanislavski y la memoria afectiva de Strasberg. En el libro mencionado, señala: “el método de Strasberg sirve mucho al actor, porque le permite indagar en su interior, descubrirse, conocerse, contabilizar su caudal emocional y sensible para ponerlo al servicio de su tarea de creador”.
Por el contrario, Juárez se posiciona en un mundo donde se plantea la no actuación, no como método, por supuesto.
“La no actuación es un concepto de los amantes del naturalismo, y con ella se refieren a que el actor parece que no actúa, pero en rigor, está haciendo un gran esfuerzo para parecer alguien de la vida real”, explica Agustín Toscano, uno de los directores de “La verdadera historia de Antonio”.
Oscar Zamora recuerda su personaje de Yago, en “Otelo”,  como una de sus interpretaciones favoritas. Y señala que en todo actor siempre hay un príncipe y un mendigo. “Pero hay que tener el coraje de meter mano ahí”, asegura. “Por eso es que trato de encontrar el personaje dentro de mí; no lo busco afuera”, agrega. Y cuando se lo consulta sobre la metamorfosis, responde: “ojalá que haya esa transformación, en la que se vea el personaje y desaparezca el actor en el escenario”.

De métodos
Queda claro entonces, que esa metamorfosis del actor al asumir un personaje se obtiene a través de diferentes métodos, sistemas o herramientas. La verosimilitud que el espectador aprueba no es obra de la casualidad ni del azar; la admiración que se siente ante los actores que parecen poseídos, es fruto de que logran conmover a la platea; en otras palabras, que son creíbles.
En el país en general, la recurrencia a las enseñanzas de Stanislavski y a la biomecánica de Meyerhold han dominado desde hace décadas. En el primer caso, puntualmente a través del Método de las Acciones Físicas del teórico tucumano Raúl Serrano. Y en el segundo, a través del dramaturgo y actor Eduardo “Tato” Pavlovsky.
Pero en Tucumán, fue el Método de Strasberg el que caló muy hondo, desde que en 1993 Anna Strasberg dictó un seminario en el teatro San Martín, y desde que el propio Tríbulo (de indiscutible influencia en la formación académica de distintas generaciones de actores) viajó a Nueva York en 1994 al Instituto de Lee Strasberg.

Otras escuelas
No hay que olvidar que también la antropología teatral de Eugenio Barba echó raíces en la comunidad teatral de esta ciudad (el internacional grupo Odin estuvo en la Facultad de Artes a fines de la década del 80); con puestas que se manifestaron en La Sodería, por ejemplo, dirigida por Teresita Guardia. Y la influencia de escuelas orientales, como la danza butoh, que el grupo Manojo de Calles supo trabajar en obras como “¿... ? ¿qué será?” y “Cómo matar un espejo de agua”, a través de la dramaturgia del actor. O el teatro físico que La Vorágine plantea en algunos trabajos.

 

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