
El día en que votar fue un acto de fe
Recuerdos de un periodista que sufragó por primera vez en 1983. Por Juan Manuel Asis - Prosecretario de Redacción, exclusivo para LA GACETA.com.
PRESIDENTE ELECTO. El viernes 28, LA TARDE publicó un suplemento especial sobre los comicios y en su tapa vaticinaba “ganan Alfonsín y Riera”. GENTILEZA DANY YACO/DYN

Recuerdo que ese día, el domingo 30 de octubre de 1983, me tocó trabajar. Navegando por el archivo de LA GACETA descubrí las notas que escribí en mi vieja Lexicon 80. Notas breves, de pocas líneas, y referidas a la actividad gremial en la provincia. Pero, en mi memoria tengo grabado que recorrí algunas escuelas de la capital donde se votaba y luego, al mediodía, compartí las tradicionales empanadas con mis compañeros de redacción.
Mi nota se refería a la interna de la CGT; por ese entonces, en Tucumán convivían dos cegetés; aunque estos temas gremiales, de los cuales me ocupaba en el diario vespertino LA TARDE, eran tapados por el proceso electoral que tenía en esa jornada un hito especial: después de siete años de gobierno militar, el pueblo volvía a votar para elegir democráticamente a sus representantes.
Trabajé hasta las 13.30 y voté poco después de las 14, por primera vez, en la Escuela de Comercio I, en avenida Sarmiento y Laprida, donde aún lo sigo haciendo. Mi DNI tiene una veintena de sellos de presidentes de mesa. Ese día, el lugar era un hormiguero de hombres y mujeres, un templo de silencio, donde las pocas palabras que se resonaban en los pasillos eran sobre los números del documento y el nombre del votante.
Sobre en mano, cuarto oscuro, boleta electoral, y nervios primerizos: no tardar, tomar el voto elegido, cerrar bien el sobre, no decir nada para evitar la impugnación, introducirlo en la urna, irse callado. Votar fue un acto de fe.
Por esos días, la sociedad estaba politizada, nadie con cerebro quería quedar fuera de la historia; los argentinos estaban reescribiendo la historia, entrando, otra vez -aunque para siempre-, en un régimen democrático de Gobierno. Todo el mundo quería ser protagonista, la política era materia y actividad de consumo. Se volvió adictiva, indispensable en los cafés, en los hogares, en las universidades -donde el alumnado se movilizaba para recuperar los centros de estudiantes-, en la calle, en los partidos políticos.
Algunos avisos en los diarios de entonces decían, por ejemplo: “urgente, deben presentarse en el partido los elegidos para autoridades de mesa”. Los ciudadanos pasaban horas frente al televisor cuando, por la cadena nacional, se cedían los espacios gratuitos a los partidos políticos para escuchar la oferta electoral, pero también para atender las chicanas propias de los políticos más veteranos.
Meses antes, por Tucumán pasaron Luder y Alfonsín. El peronista hizo un acto en Banda del Río Salí y habló frente a una multitud. Fue de noche y recuerdo que seguí los discursos desde la estructura de hormigón de un edificio aún en construcción. A mi alrededor había varios militantes justicialistas con pancartas. Recuerdo más o menos un diálogo entre dos de ellos: “le vamos hacer entender al gorila que con el peronismo no se juega”, dijo uno, fanatizado; al que otro respondió: “no sé, sospecho una sorpresa”.
Y, por ese entonces, los periodistas políticos, en su mayoría, le daban un 40% de votos al candidato del PJ y entre un 30% y un 35% al radical, a nivel nacional; aunque había coincidencia en cuanto al resultado en Tucumán: ganaba Fernando Riera. El viernes 28, LA TARDE publicó un suplemento especial sobre los comicios y en su tapa vaticinaba “ganan Alfonsín y Riera”.
Yo participé en la elaboración de es trabajo. Es un grato recuerdo que llevamos todos los periodistas de entonces, el de un trabajo realizado con honestidad y dedicación. Alfonsín también pasó por Tucumán recitando, como siempre, al final de su discurso, el texto famoso del preámbulo de la Constitución. El acto radical se hizo en 24 de Septiembre y Laprida, frente a la Iglesia Catedral, y movilizó a mucha gente, más de la que los propios radicales esperaban.
Como gran novedad, por los diarios se anunciaba que el escrutinio se podía seguir por Canal 10 en directo con ATC. Yo lo seguí en el diario, leyendo los cables que llegaban de las agencias y que, después de las 21, casi confirmaban a los ganadores. En Tucumán hubo algarabía de peronistas y de radicales, pero eso que parecía que podía unir a adversarios políticos, terminó profundizando la división, la misma que se mantuvo durante la gestión de Alfonsín, hasta que el peronismo empezó a torcer la historia electoral en 1987, accediendo al poder en 1989.
En la plaza Independencia estalló la pelea, la que pude seguir desde la explanada de la Casa de Gobierno. Unos llegaban para celebrar la victoria de Riera y otros para festejar el triunfo de Alfonsín y el de Rubén Chebaia en la capital. Hubo trompadas, se arrojaron piedras, destruyeron las veredas para lanzarse baldozas, y hasta hubo tiros. La imagen no era la mejor para el reinicio de una nueva etapa democrática. El país seguía dividido, y sigue así.
El 30 de octubre de 1983 fui protagonista, uno entre los 600.000 tucumanos en condiciones de votar, y fui testigo de la división de la sociedad política resuelta en una imagen de violencia. La mía es una historia entre miles, común, distinta, única, aunque desde un lugar privilegiado, entre los dirigentes y los dirigidos. A 25 años de la primera elección, no parece que la sociedad política haya cambiado. LA GACETA ©







