La falta de perdón enferma, y el deseo desordenado de vengar las injurias perturba la mente y el espíritu. Comienza el tiempo ordinario y las lecciones sublimes del Corazón de Cristo manifestadas en su amor y en su misericordia. El no vino a condenar al mundo, sino a salvarlo.
A la reflexión evangélica de este domingo la centraremos en la actitud de los apóstoles Santiago y Juan, quienes frente a los samaritanos que no recibieron a Jesús piden que baje sobre ellos fuego del cielo. Los samaritanos eran enemigos de los judíos. La división venía por la mezcla de sangre de los antiguos hebreos con los gentiles que repoblaron la región de Samaria en la época del cautiverio asirio (siglo VIII a.C.). A este motivo se anadía otro de tipo religioso: los samaritanos habían mezclado con la religión de Moisés ciertas prácticas supersticiosas y no reconocían el templo de Jerusalén como el único lugar donde se podían ofrecer sacrificios. Construyeron su propio templo en el monte Gorizin, que oponían al de Jerusalén; por esta razón, al darse cuenta de que Jesús se dirigía a la ciudad santa, no quisieron darle hospedaje.
Jesucristo corrige el deseo de venganza de sus discípulos, opuesto a la misión del Mesías, quien no ha venido a perder a los hombres, sino a salvarlos (cf. Lc 19, 10, Jn 12, 47). De este modo los Apóstoles van aprendiendo que el celo por las cosas de Dios no debe ser áspero ni violento. “El Señor hace admirablemente todas las cosas [...]. Actúa así con el fin de enseñarnos que la virtud perfecta no guarda ningún deseo de venganza, y que donde está presente la verdadera caridad no tiene lugar la ira y, en fin, que la debilidad no debe ser tratada con dureza, sino que debe ser ayudada. La indignación debe estar lejos de las almas santas y el deseo de venganza lejos de las almas grandes” (Expositio Evangelii sec Lucam, in loc.). Lo que acababan de decir sus discípulos debió de herir al Maestro, porque no era eso lo que Jesús les había enseñado. Quien es vengativo, quien tiene mala idea o desea el mal al prójimo no ha entendido a Cristo. Poco a poco aquellos hombres lo fueron aprendiendo, sobre todo al entender el significado de su entrega en la Pasión. La falta de perdón envenena el corazón del hombre, lo domina y lo desalienta e impide hacer todo el bien que el Señor tiene previsto.
Es saludable el consejo de Cristo: perdonar para vivir en la alegría de los hijos de Dios. El suyo es un corazón dispuesto a acercarse a los pecadores, sin importarle el trato que reciba, porque busca a la oveja perdida a costa de cualquier sacrificio. Somos discípulos de tal Maestro, si somos comprensivos, misericordiosos, perdonadores, mansos, cariñosos. Lejos de nosotros, por tanto, el rencor, la frialdad, la altanería, la dureza en el trato. Tener un corazón, en definitiva, hecho a la medida del de Jesús.