“Cuando vamos al teatro, lo hacemos para que nos hechicen, para experimentar las delicias de los ensalmos de la seducción. Necesitamos de la ilusión, elemento esencial de nuestra psique. Cuando estos encantamientos saben atraparnos en sus redes, nunca nos es suficiente. Pedimos Más. Shakespeare continúa representándose en todos los escenarios del mundo. Es el autor más moderno. Sabe hablar el lenguaje que sólo el alma entiende”. Con estas palabras el psiquiatra y psicoanalista André Green cierra su ensayo sobre interpretaciones de textos del genial poeta y dramaturgo inglés, principal exponente del teatro isabelino, en las que conjuga revisiones de análisis de otros intelectuales sobre el tema, aportes de datos históricos y una mirada que abreva en el saber del psicoanálisis.
El trabajo, académico y erudito, presenta las citas de párrafos de Shakespeare en su versión original en inglés y en español.
Al abordar Sueño de una noche de verano, desmonta los distintos planos que componen su ingeniosa trama, la realidad y el sueño, el encantamiento y la razón, el amor y el erotismo, los nobles y los cómicos, los actores, sus oficios, sus personajes y la historia que se representa como teatro dentro del teatro. Se pregunta sobre la verdad última de la pieza, alentado por Freud, quien decía que esta solo puede alcanzarse a través de sus deformaciones, para transferirnos a los lectores-espectadores la tarea de descubrirla o al menos conjeturarla.
Afirma entonces: “el teatro es una deformación grosera y evidente de la realidad y, si es el arte de lo falso, lo es porque a su vez echa sus raíces en otra deformación: la de la leyenda o la del mito. Tal vez, en el fondo, hay una sola verdad: que el teatro y sus espejismos son producto de la imaginación de los desposeídos que así enmascaran su deseo de ser algo diferente de lo que son, sueñan destinos ilustres y gloriosos a través de los personajes que imaginan en el espacio que crean”.
En el segundo capítulo, El amor y el fantasma de la gloria, entrelaza las tragedias Julio César y Antonio y Cleopatra, profundizando el análisis de esta última, cuyo corazón de la acción trágica está en el desarrollo implacable de la relación amorosa misma, en un tenso contexto político, que desemboca en el suicidio de ambos amantes. El ensayista analiza los pasajes que Shakespeare tomó de los textos de Plutarco sobre los protagonistas y avanza en la interpretación de las relaciones entre los tres -Julio César, Antonio y Cleopatra-, para arriesgar: “la heterosexualidad y la homosexualidad comparten la escena trágica en el encuentro del Occidente insaciable y el Oriente lascivo”. Destaca, además, que es propio de la esencia del estilo shakespeareano someter lo trágico más puro a la prueba de la implacable lucidez -llevada a veces hasta el cinismo- del humorismo y de la ironía, tanto para reflejar la misteriosa mezcla de que está hecha la vida como para mostrar la poesía sublime de lo trágico.
En el caso de La tempestad, última producción del dramaturgo inglés, el analista Green observa que la obra permanece como separada de las que la preceden, que pone punto final al trabajo de un autor prolífico, que no es sólo el último eslabón de una cadena, sino que constituye en sí misma una suma. Entonces afirma que una de las propiedades de la obra de arte es engendrar una infinidad de interpretaciones, que estas son múltiples, tanto por la cantidad de puntos de vista desde donde se la observa como por su extensión en el tiempo, que hace que cada generación la aborde de un modo diferente.
La intriga de La tempestad está construida sin seguir ningún modelo preexistente. Todo procede de la imaginación de Shakespeare. Trata, a primera vista, del feliz desenlace de lo que comenzó como una infamia cometida contra un duque que había renunciado a los asuntos de este mundo y se los había confiado a su hermano, para dedicarse al estudio de la magia. Después de desentrañar personajes, situaciones y espacios, el autor del ensayo concluye que Shakespeare está diciendo aquí que la verdadera virtud está en el dominio de los impulsos, en el alejamiento de la lujuria y que no hay otra liberación que valga, salvo aquella que rescata al hombre de la esclavitud de las pasiones, temática que retoma al abordar la lectura del soneto El fénix y la tórtola desde una óptica más psicoanalítica. Tanto que le permite afirmar que el fénix sería Shakespeare, no tal como fue ni como el poema quisiera presentarlo, sino como él mismo desearía ser, alguien protegido por la invulnerabilidad de lo divino, bisexuado, inmortal, padre e hijo a la vez, único, de plumaje real, liberado de las ataduras de Venus y por lo tanto al resguardo de toda decepción, inaccesible al sufrimiento y al rechazo, que quedan reservados a su objeto de amor.
Sus reflexiones echan luz sobre las complejas y apasionantes historias shakespearianas y aunque aportan vitales elementos de análisis a los creadores y estudiosos del teatro están más cerca del gabinete psicoanalítico que del escenario. (c) LA GACETA