El diccionario define el gentilicio como perteneciente o relativo a las gentes o naciones; también, al linaje o a la familia. Este diccionario, en cambio, se refiere a las personas provenientes de determinado lugar. Es lo que se ha propuesto el doctor Alonso Piñero, presidente de la Academia editora y prolífico autor de trabajos de Historia, Lingüística, Filología, etcétera. Lo motivó la falta de un lexicón de gentilicios, aunque descuenta que otros podrán completar o corregir algún error en su tarea.
Agrupa por orden alfabético las distintas voces. Muchas de ellas nos son conocidas, sobre todo las que provienen de nuestro país. Sin embargo, no faltan curiosidades y sorpresas, en especial cuando no es clara la relación entre el adjetivo y el lugar de procedencia. La mayoría de los gentilicios se relaciona con España, sus ciudades y pueblos; siguen en orden los hispanoamericanos y, entre estos, muchos argentinos. La enumeración es menos numerosa cuando se trata de otros países, ya antiguos, ya del mundo actual.
Veamos algunas curiosidades. Los naturales de Aguascalientes (México) exigen cierta destreza para pronunciar su gentilicio: aguascalentengo; más prácticos, los de Aldescentenera (Cáceres), optan por llamarse aldeanos. Tampoco es sencillo pronunciar Huehuetenango (Guatemala) pero el gentilicio suena discreto: hueteco. Siempre en aquellas tierras, nos encontramos con Zacapa, cuyos hijos se llaman zacapanecos (suena a insulto). Para los de Bujalance (Córdoba, España) se reserva bursobolitano. Quienes provienen de Osuna (España), tierra de validos alabada por Quevedo, reciben el nombre de ursaonenses (con reminiscencias a los osos). No es fácil advertir de dónde deriva orcelitanos para los de Orihuela (España), ni por qué los de Sancti-Spiritu (España) se nombran pitusos o, a lo sumo, piteños. Para quienes habitan nuestros valles calchaquíes se reserva la denominación de vallistos y para los de las concurridas playas de Villa Gesell, la de gesellinos. Siempre entre playas, los hijos de Maceió (Brasil) exigen un esfuerzo de pronunciación: maceioenses. A los de nuestra serrana Cosquín se los denomina coscoínos (con reminiscencias de coscorrón). Los sabeos (de la bíblica Sabá) recuerdan el perfume que don Quijote atribuía a Dulcinea. Hay gentilicios que suenan a cosa pequeña y delicada. Así, los de Tel Aviv (Israel) se llaman telavivíes y los de Tucupita (Venezuela) tucupiteños. No tan dulce suena matancero, aplicado a cualquier trabajador de nuestra Matanza. En Aranjuez (España) se opta por ribereño, quizá porque el Tajo discurre por ahí; y en Teruel por tulolense, que invita a buscar onomatopeyas. Por último, la región de Morlaquia (Austria) alberga a los morlacos, cuya referencia tanguera ("los morlacos del otario") es para nosotros obligada.
En resumen, un trabajo útil para no equivocarnos si uno pregunta: "¿de dónde es usted?" y ante la respuesta: "soy de la Concepción, señor" (Nicaragua), concluimos: "ah, con que es concheño". (c) LA GACETA