Todo fue extraño y singular en Howard Hughes. Hasta hoy se discute dónde termina la realidad y empieza la ficción en la vida del millonario norteamericano que nació en 1905 y murió en 1976. Luego de ganar justificada fama como pionero del diseño de aviones y piloto de pruebas que quebró varios records; dueño de aerolíneas y productor de cine, pasó sus últimos años encerrado, por el enfermizo terror hacia microbios y a las enfermedades.
Era hijo de un magnate que fabricaba equipos para petroleras. Al morir su padre quedó, a los 18 años, heredero de una fortuna que multiplicó y diversificó hacia varios rumbos. Pero, mientras se sucedían esos éxitos (en aviación, por ejemplo, los norteamericanos lo consideraban un nuevo Lindbergh), Hughes empezó a demostrar, en su personalidad, lo que primero parecían extravagancias y luego se definieron como obsesiones.De estas, la de las mujeres fue la más comentada, sobre todo desde que se dedicó producir películas. Tuvo amoríos con muchas actrices (Bette Davis, Katherine Hepburn, Ginger Rogers, Jean Russell, por ejemplo) y un estudio sobre su vida sexual podría llenar varios libros. Gastaba miles de dólares en la búsqueda de nuevas mujeres. Sus empleados recorrían Estados Unidos tomando fotografías de ganadoras de concursos de belleza, o simplemente de chicas lindas en la calle. A muchas las hacía vigilar por detectives, o las contrataba pagándoles varios meses de alojamiento en casas alquiladas u hoteles, sin darles trabajo alguno. Por lo general, esas chicas nunca le vieron la cara. Un día, bruscamente, cambiaba de idea y cancelaba tanto la vigilancia como los pagos.Le deleitaba planificar, como una operación militar, los seguimientos y espionajes. Igual que planificaba los detalles "sexy" de sus películas: el escote de Jean Russell en "El proscripto", por ejemplo, le demandó cientos de gráficos. Sus empleados ya estaban habituados a esas manías y sus testimonios se convertirían luego en plato delicioso para periodistas. En 1968, la revista "Fortune" lo consideraba el hombre más rico del país, con 750 millones de dólares. Ya por entonces sus rarezas habían superado todo lo imaginable.
Aterrorizado por los gérmenes, se sentía en riesgo permanente. Hacía desinfectar a cada rato su vajilla y sus habitaciones. Luego, pasó a rechazar a la gente, ya que todos podían ser portadores de microbios, con lo que quedó en un aislamiento absoluto. Robert Maheu, ejecutivo que manejaba sus inversiones, jamás lo vio personalmente. Cinco mormones (enfermeros y guardaespaldas) eran sus intermediarios con el mundo exterior. Debían guardar varios metros de distancia de su persona y someterse a periódicos chequeos de médicos y psiquiatras.
Tuvo un breve matrimonio con Ella Rice, en 1925. En 1957 se casó con la actriz Jean Peters, a quien obligó a recluirse. Peters aguantó hasta 1970, en que pidió el divorcio. La actriz Terry Moore alegó haber sido su esposa secreta. Hughes permanecía encerrado en habitaciones herméticas. Se había dejado crecer sin control el pelo, la barba y las uñas. Semidesnudo, veía incesantemente películas de acción. Cuando la sordera le impidió utilizar el teléfono, pasó a dirigir su imperio por escrito. Enviaba memorandos numerados (unos 10.000) que los mormones leían a sus destinatarios.
El misterio alentaba las conjeturas periodísticas. Se decía que, en vez de espiar a beldades, se dedicaba últimamente a comprar a políticos y que financiaba proyectos anticontaminación. Gordon Margulis, uno de sus empleados, logró atisbar por un momento el interior de su habitación de Hughes. "Vi a un hombre alto y huesudo con una barba que le llegaba hasta el pecho y el pelo hasta media espalda. No llevaba más que unos calzones cortos. Se inclinaba hacia adelante y mantenía los brazos colgando a ambos lados. Tenía los ojos profundamente hundidos y parecía el hermano de una bruja", narró. Cuatro años antes de morir Hughes, el escritor Clifford Irving ganó grandes sumas con la publicación de un libro autobiográfico que le habría dictado el magnate. Fue procesado por estafa.