¿Para qué sirve un político?
La pregunta se actualiza con motivo de entender la tarea que a diario realizan los representantes del pueblo. La oscuridad que genera la postergación de la reforma electoral tan anunciada en la provincia. Un acuerdo con Catamarca que enciende luces en la vida universitaria
La pregunta es inevitable. Recurrente. Les cabe a quienes son protagonistas y tienen la sartén por el mango y a quienes somos espectadores de las obras de esos actores principales.
¿Para qué sirve un político?
Lanzo la consulta en un grupo de whatsapp y las respuestas no se hacen esperar. El político se defiende. El más común de los ciudadanos ataca. Los más generosos arrojan textos de Aristóteles, Hannah Arendt, Norberto Bobbio, Alexis de Tocqueville y de Max Weber. También aparecen los que presumen de su verba filosófica y lanzan parrafadas que no dan muchas ganas de leer en un chat. Y están los simples. Los apodícticos. A dos de ellos me aferro por sus respuestas coincidentes. ¿Para qué sirve un político? “Para servir”, sentencian.
Como siempre, las preguntas no son inocentes y jamás mueren en sí mismas. Mueven nuevas ideas y nuevas preguntas. ¿Para servir a quién? y ¿para qué?
Estas disquisiciones se desparramaron en los últimos días cuando los representantes políticos del pueblo decidieron -al menos por ahora- no avanzar con la reforma electoral.
En los libros aportados por los amigos del chat aparecen los fundamentos de por qué sería importante una reforma electoral. Tucumán saldría del estancamiento. Tucumán dejaría de envidiarles cosas a las provincias vecinas. Tucumán dejaría su tono melancólico y tanguero para empezar a bailar otros ritmos. ¿Quién no quiere eso?
Esa fue la requisitoria a un legislador del oficialismo hace más de un mes. La explicación fue lapidaria. Desarrolló que ellos ya eran rehenes del sistema establecido y que abandonarlo sería una suerte de suicidio político porque hay demasiada gente que depende y vive a partir de los acoples. Sirve de paso el recuerdo de la reforma constitucional de 2006 que pergeñaron José Alperovich y sus amigos para perpetuarse en el poder. Y vaya que lo consiguieron.
En síntesis: el sistema electoral actual sirve para que muchos se sirvan la comida de él y por lo tanto los políticos sirven para servirlos a ellos. Este redundante galimatías tal vez sea de utilidad para tratar de entender por qué una reforma electoral requiere de una composición legislativa diferente donde la mayoría sea el resultado de una negociación. La pregunta siguiente sería ¿a quiénes no les sirve (el sistema electoral)? Claramente, a los que pierden. Lo curioso es que aquellos que no ganan (la oposición) coinciden con los ganadores en que a la larga todos pierden porque Tucumán atrasa siempre mirando las provincias de alrededor. Sin embargo, ¿cómo podría alguien que gana arriesgarse a perder?
Ahí está la explicación de por qué cuando estaba todo listo para empezar a reformar al menos cuatro tópicos de la vida política tucumana se echó la burra.
El Gran Reformista y el iceberg
En épocas de elecciones muchos tucumanos sienten vergüenza cuando llega el gran día del ejercicio democrático por excelencia. La provincia se convierte en ejemplo de picardía y habilidad para burlar las reglas. La vergüenza calla y la picardía se aplaude por estos lares. Sin embargo, todos son conscientes de que ante la mirada del país algo debería cambiar para que los tucumanos empiecen a tomar otra identidad que tuviera más hidalguía que la vergüenza y menos engaño que la picardía. A esa ola se había subido el gobernador Osvaldo Jaldo. Fortalecido por una oposición ociosa y acomodaticia y por una interna peronista débil y sin líderes, el mandatario quiso congraciarse con aquellos que se sonrojaban en tiempos electorales. Respondía a esa idea de no ser un gobernador más sino aquel al que el bronce lo hiciera pasar a la historia.
Por eso anunció con “magna voce” que se iba a hacer una reforma política en Tucumán. Obediente, el vicegobernador comenzó a juntar millas y recorrió Salta y los Estados Unidos para estudiar, aprender y proyectar un nuevo sistema que apaciguara a los pícaros y envalentona a los vergonzosos. Miguel Acevedo tomó la posta y puso a la Legislatura a trabajar en la eliminación de los acoples, el voto electrónico, la boleta única, la ficha limpia y otras veleidades del sistema electoral que curiosamente, nadie conocía.
La barca reformista tenía fecha de desembarco en estos días decembrinos. El capitán Acevedo había ordenado su llegada y había preparado a la tripulación para el gran día. “El Gran Reformista” marchaba a gran velocidad y no vio el iceberg de la realidad. Y, ahí estamos todos magullados por el sacudón mientras la banda sigue tocando.
A medida que vamos despabilando del golpazo se empieza a armar el rompecabezas que explica qué pasó.
Hubo elección el 26 de octubre en el que las brujas auguraban un gran triunfo peronista. De las cuatro bancas en juego, tres sacaría el peronismo y sólo una la oposición. Los vientos mileístas y la habilidad del Catalán para manejar los anemómetros y domar las fuerzas eólicas hicieron sonar las alarmas. Las urnas contradijeron a las brujas y pese al holgado triunfo se repartieron las bancas (2 a 2).Y los fantasmas (incluso Matías) empezaron a espantar. “El miedo es un sufrimiento que produce la espera de un mal”, llegó a advertir Aristóteles.
“Si se cambian las reglas de juego que siempre nos hicieron ganar podemos perder”, gritaron aterrados dentro de “El Gran Reformista” y hasta los grumetes hicieron fuerzas para cambiar el rumbo de la embarcación.
Esta semana que nunca más volverá fue una típica semana tucumana. Cargada de luces y sombras tuvo momentos luminosos y oscuros como puede ser seguir amordazados a un sistema electoral pinceladas luminosas detrás del Ambato que permitirán reconfigurar el tristemente célebre Yacimientos Mineros Aguas de Dionisio.
El arte de la política
Uno de los grandes personajes de la humanidad apareció a mediados del 1500. Tenía un nombre largo que comenzaba con Michelángelo, pero fue inmortalizado sólo como Caravaggio. Hasta hoy se sigue rindiendo tributo a su maestría en la composición y el claroscuro. Aunque nunca conoció Tucumán, su técnica revolucionaria lo convirtió en el padre del claroscuro. Sus obras reflejan luces y sombras, entre luminosidad y oscuridad. En Tucumán, casi a diario, se visualiza ese contraste que Caravaggio -no los políticos tucumanos- logró dominar.
En este final de 2025 -este, como la semana, nunca más volverá-, el claroscuro “Caravaggiano” –valga el neologismo – ha marcado el cuadro provincial de manera brutal. Casi al mismo tiempo un trazo grueso y oscuro contrastó nítidamente con una pincelada de brillo histórico. La postergación vaya a saber para cuándo de la reforma electoral implicó no sólo el incumplimiento y la impudicia frente a claros compromisos públicos y mandatos de la ciudadanía y de la propia Iglesia, sino que dejó al descubierto cuáles son los verdaderos intereses que se defienden desde el poder; más personales que con sentido republicano.
Simultáneamente, desde la Universidad Nacional de Tucumán se generó una larga pincelada de claridad institucional al anunciarse que después de años de intensas negociaciones se habían firmado los convenios necesarios para que la institución universitaria recuperara su crédito sobre el 40% de las utilidades de la minería que se habían extraviado en aquellos recovecos de su historia y que la impregnó durante años de desencuentros, descrédito y degradada imagen pública. Se había llegado a tal oscuridad que esa pérdida del crédito dificultaba que se pudiera conocer las buenas acciones que la Universidad producía en beneficio del NOA a través de sus facultades y dependencias. La cura de esa herida le abre la posibilidad a la Universidad de volver a poner luz sobre su prestigio y en el desarrollo cultural, científico y académico que debería haber tenido desde siempre por su intensa labor diaria en el aspecto humanístico, cultural y de incidencia comercial con su labor de extensión universitaria.
En este Tucumán de los grandes contrastes tal vez el gran Caravaggio hubiera podido visualizar una gran muestra de su técnica del claroscuro, de las luces y sombras, del brillo y de la opacidad. Lo que es una técnica de pintura acaso sea la expresión de los propios y naturales altibajos de la tucumanidad.
Cómo sirve el político
Hay oficios cuya excelencia se reconoce precisamente por su invisibilidad. Los mejores árbitros son aquellos de los que casi no se habla, porque el juego fluye y las reglas operan sin estridencias. Los mejores editores son los que no se notan, porque el texto respira, avanza, se sostiene por sí mismo. Su trabajo no consiste en exhibirse, sino en permitir que algo funcione mejor que ellos mismos.
Con la política ocurre algo similar. Un buen político no es el que ocupa el centro de la escena, sino el que logra que la vida común transcurra sin sobresaltos innecesarios. Su tarea no es producir épica, sino evitarla. No es llamar la atención, sino hacer que lo común no dependa de gestos excepcionales. Cuando la política funciona, casi no se la percibe; se vuelve parte del fondo, como una infraestructura que sostiene sin reclamar protagonismo.
Entre los aportes recibidos en la consulta por whatsapp apareció una reflexión del novelista y periodista Albert Camus. Este premio Nobel sostenía que el estado perfecto y justo es imposible de lograr, pero es indispensable y obligatorio luchar por ello. Tal vez esas ideas sirvan para que en Tucumán se empiece a luchar por lograr que primen las pinceladas claras y brillosas sobre las opacas y que en lugar de un Caravaggio obtengamos una suerte de luminosa capilla sixtina , como la del inmortal Miguel Angel.








