

Este 17 de diciembre de 2025 el Papa Francisco, el argentino más importante de la historia, cumpliría 89 años. La cábala encuadró su muerte a los 88 como un símbolo de infinito. La fe y el amor lo volvieron infinito porque nos enseñó que Dios tiene entrañas de misericordia y que ama a “todos, todos, todos”. De cuantos hablaron sobre su legado, me han parecido convincentes y genuinas las palabras de Monseñor José María Rossi:” Nos enseñó a vivir el Evangelio con sencillez y compromiso, sin vueltas”. Capaz si hubiera estado vivo, festejaba su día tomando mates con la amplia multitud de excluidos a los que él había incluido en sus círculos cotidianos, arrasando con ancestrales convencionalismos. Como cuando ofreció una misa por los 100 años del Club San Lorenzo mientras mostraba con orgullo su carnet de hincha. Gestos de Francisco que daban que hablar , como cuando lavó los pies de mujeres, transexuales y no católicos, en la conmemoración de la última Cena. Quedará cincelada en el bronce de las emociones sus visitas interminables a comunidades marginadas y centros de refugiados, mientras clamaba por una distribución más equitativa de la riqueza. Su denuncia lapidaria sobre la deuda ecológica de los países ricos, los que más contaminan la vida de los que menos tienen y de un planeta que lanza estertores de humo y cenizas sobre la cuerda floja de la destrucción incontrolable de la especie humana. En la Encíclica Dilexit nos (2024), ha recordado cómo el pecado social toma la forma de “estructura de pecado” en la sociedad, con una mentalidad dominante que considera normal y racional lo que no es más que egoísmo e indiferencia:“ se vuelve normal ignorar a los pobres y vivir como si no existieran” y “se muestra como una elección racional organizar la economía pidiendo sacrificios al pueblo, para alcanzar ciertos objetivos que interesan a los poderosos”. Esta reflexión de nuestro inolvidable y querido Francisco, se posesiona sobre el filo de una reforma laboral inminente en la Argentina, reforma en la que se dejaría sin efecto cada derecho logrado y por la que los trabajadores quedarían expuestos a la arbitrariedad de los dueños, legitimando su extrema vulnerabilidad. Sus palabras son proféticas y alentadoras, nos convocan a resistir desde la esperanza organizada y desde el compromiso por el bien común, tan distantes de una cultura de los muros que ha globalizado la indiferencia. Su emblemático “hagan lío” que ilusionó tanto a la juventud de Brasil y del mundo, nos recuerda que hizo de la Iglesia un lugar de “acogida, de alegría y de esperanza”. En su cumpleaños y desde el cielo, siga iluminando a la patria a la que nunca volvió pero a la que amó profundamente. Su itinerario de vida y sus innovaciones revolucionarias, han abierto una estela de bien y de justicia sin retorno, el verdadero rostro bendito de un Cristo permanentemente crucificado, en cada rostro sufriente de una sociedad anestesiada.
Graciela Jatib
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