GESTA. Los Pumas celebran la medalla de bronce tras vencer 34-10 a Francia.
Se cumplen 18 años de una de las mayores hazañas del deporte argentino. Aquel 19 de octubre de 2007, Los Pumas vencieron 34-10 a Francia en el “Parque de los Príncipes” y subieron por primera vez al podio de un Mundial. Fue el día en que el rugby argentino cambió su destino. Desde entonces, el seleccionado nacional sumó triunfos resonantes: venció por primera vez a los All Blacks, superó a Sudáfrica, doblegó a Inglaterra en Twickenham y consolidó su lugar entre las potencias del hemisferio sur. Pero ninguna victoria tuvo la fuerza simbólica de aquel bronce en París. Fue el punto de partida de una nueva era.
Entre los protagonistas de esa epopeya hubo un tucumano que llevó el acento del norte al corazón de Europa: Omar Hasan. El pilar nacido en San Miguel fue una de las figuras más queridas de ese plantel que conmovió al mundo. En la edición del 20 de octubre de 2007, LA GACETA reprodujo sus declaraciones.
“Fue una hermosa aventura. Sobre todo para mí, que me retiro de Los Pumas. Hace muchos años que estoy en la selección de Argentina... Nos vamos a dar cuenta de lo que hicimos más tarde, cuando observemos los tests internacionales”, decía el tucumano, emocionado.
A sus 36 años, Hasan cerró su carrera internacional después de tres Copas del Mundo y más de 80 tests. Jugaba en el Stade Toulousain, uno de los clubes más prestigiosos de Francia, y era parte de la columna vertebral de forwards que había llevado al equipo a su techo histórico. “Un grupo como este será difícil poder encontrarlo otra vez”, reconocía. Su adiós marcó el final de una generación que abrió el camino al profesionalismo y dejó una huella imborrable.
“Champagne” argentino
“Con otra muestra de coraje, los jugadores argentinos les anotaron cinco tríes a los franceses y obtuvieron la medalla de bronce”, escribía LA GACETA en su edición del 20 de octubre de 2007. En esas líneas quedó atrapado el espíritu de una gesta.
El conjunto dirigido por Marcelo Loffreda -con Agustín Pichot como capitán, Felipe Contepomi en estado de gracia y una defensa que rozó la perfección- cerró un torneo que superó cualquier expectativa.
Durante aquel Mundial, Los Pumas habían derrotado dos veces a Francia, vencido con autoridad a Irlanda y a Escocia, y solo habían caído en semifinales ante el campeón, Sudáfrica. En siete partidos, consiguieron seis victorias, marcaron 23 tríes y dejaron una imagen que conmovió a todo el planeta ovalado.
“Los Pumas aplastaron a Francia, obtuvieron por primera vez la medalla de bronce y reafirmaron su superioridad sobre los galos, en otra demostración de amor por la camiseta que conmovió y despertó la envidia de propios y ajenos”, relató la crónica central de nuestro diario. Fue un texto vibrante, que describió a un grupo capaz de resistir, presionar y golpear con inteligencia.
El análisis del periodista Tomás Gray lo sintetizó con una frase inolvidable: “El champagne fue argentino”. Aquel día, los franceses prometieron revancha, pero se encontraron con una muralla celeste y blanca. “Los Pumas apelaron primero a su gran defensa y luego aprovecharon el contragolpe como arma letal. Fue una manera de decir: ¡Estamos presentes! Los Pumas ya son potencia; están entre los tres mejores equipos del planeta”, publicaba LA GACETA.
El informe técnico destacó el trabajo de los forwards -con Mario Ledesma, Patricio Albacete, Juan Martín Fernández Lobbe y Rodrigo Roncero como pilares de una defensa implacable- y la conducción de Juan Martín Hernández, que desplegó un juego tan elegante como eficaz.
Felipe Contepomi, autor de 19 puntos, terminó el torneo como el segundo goleador del Mundial.
Voces de una gesta
Las palabras después del partido reflejaron un sentimiento compartido: orgullo, emoción y una certeza profunda de haber hecho historia.
“Es un orgullo integrar este equipo porque tiene todo... hue-vos, un gran corazón, alma. Es un equipo en todo sentido”, afirmaba Agustín Pichot, elegido por la IRB como el mejor jugador del encuentro. “Después de dos días de duelo por la derrota ante Sudáfrica nos pusimos como norte ganar de nuevo y lo conseguimos. Para mí esto es indescriptible”, agregaba el capitán.
Ignacio Corleto, autor de uno de los tríes, explicaba el secreto de la victoria. “Estábamos muy concentrados, metimos mucha presión porque sabíamos que eran ellos los que tenían que buscar la victoria ante su público”.
Desde Tucumán, José María Núñez Piossek, que también integraba el plantel pero fue desafectado por una lesión, destacaba el carácter del grupo.
“Todos sabían que había que dejar el alma en la cancha y así lo hicieron. No me sorprendieron; confirmaron lo que son capaces de hacer sin importar quién está al frente”.
El impacto fue global. El flamante presidente de la IRB, Bernard Lapasset, no ahorró en elogios para el combinado “albiceleste”.
“La inclusión de Argentina en el Tres o en el Seis Naciones es el primer dossier que voy a tratar. Algo hay que hacer con ellos”, declaraba Lapasset. En tanto, el técnico francés Bernard Laporte reconocía la derrota sin rodeos. “Nos ganaron muy bien, fueron superiores. Terminaron en el tercer lugar del podio y es lógica la victoria”.
París rendida a Los Pumas
Las repercusiones internacionales también formaron parte de aquella edición de LA GACETA.
Le Figaro tituló: “Les Bleus humillados por Argentina”; Le Parisien escribió: “¡Qué cachetazo!”; y L’Équipe lamentó: “Triste final para les Bleus”. En España, Marca celebró: “Francia se arrodilla ante Argentina”, mientras que La Gazzetta dello Sport resumió: “Los Pumas liberaron París”.
Hasta las anécdotas parecieron escritas para una película. En su “Rincón Mundialista”, LA GACETA contó el incidente en la sala de prensa: mientras los argentinos festejaban con pelucas y canciones, los franceses Frédéric Michalak y Aurelien Rougerie los increparon. “Estamos tristes y ustedes festejan delante de nosotros”, dijeron. La respuesta de Juan Fernández Lobbe fue inmediata: los mandó “al diablo”. La escena retrató a la perfección el contraste entre la alegría argentina y la frustración local.
Un antes y un después
“Final épico e inolvidable, merecido tercer puesto para un equipo que fue corazón, garra, solidaridad, efectividad y mostró una defensa envidiada por todos”, cerró LA GACETA su cobertura del histórico triunfo.
Ese bronce no fue solo un resultado: fue una declaración de identidad. Con un plantel integrado casi por completo por jugadores radicados en Europa y sin un torneo estable en el país, Los Pumas demostraron que el talento y el sacrificio podían romper cualquier frontera. 18 años después, esa tarde en París sigue brillando como una bandera. Fue el día en que el rugby argentino dejó de soñar con las hazañas… porque comenzó a escribirlas.







