CABIZBAJOS. Así se retiró el plantel "santo", luego del empate contra Quilmes en La Ciudadela. Foto de Osvaldo Ripoll/LA GACETA.
Hay semanas que no definen una temporada, pero sí moldean el carácter con el que un equipo encara lo que se viene. Para Mariano Campodónico, esta es una de ellas. El técnico tiene por delante el reto más complejo desde que asumió: encontrar, casi a contrarreloj, un “11” titular que inspire confianza y que llegue con aire ganador al Reducido. El empate con Quilmes dejó sensaciones ambiguas, aseguró el boleto a la instancia decisiva, pero encendió alarmas en todos los rincones de La Ciudadela. San Martín, que supo ilusionar con ráfagas de buen fútbol, ahora está obligado a rescatar virtudes que parecen dormidas si no quiere que el sueño del ascenso se transforme en otra decepción.
El dato es ineludible: en nueve partidos del torneo, Campodónico jamás repitió la formación inicial. Hubo 55 cambios en total, un promedio de casi siete por encuentro, que alteraron la posibilidad de consolidar sociedades y confianza. La búsqueda fue incesante, pero también desgastante. Esa irregularidad en la pizarra se tradujo en números fríos. Dos triunfos, tres empates y cuatro derrotas; nueve puntos que sirvieron para mantenerse dentro del Reducido, aunque sin la solidez que pretendía el hincha.
Sin embargo, aun dentro de tanta rotación, hay una base reconocible. Darío Sand, con su liderazgo desde el arco, Guillermo Rodríguez como bastión en la zaga, Matías García en el medio y Martín Pino como referencia ofensiva, además del empuje constante de Franco García y Juan Cuevas, conforman la columna que sostuvo al equipo en momentos de turbulencia. Sobre esos nombres deberá construir Campodónico en esta semana decisiva.
Lo que debe recuperar
Para el duelo en Los Polvorines, el “Santo” necesita volver a mostrar las armas que, cuando aparecieron, lo convirtieron en un rival temible. Cinco virtudes fundamentales se vuelven urgentes:
- Intensidad sostenida. Contra Atlanta, en aquella goleada que hizo vibrar a La Ciudadela, se vio un equipo que corrió cada pelota como si fuera la última. Esa intensidad colectiva no solo desgastó al rival, también encendió a la gente. Sin ella, el equipo pierde su esencia.
- Presión ordenada. La fórmula no es correr más, sino hacerlo mejor. San Martín se sintió fuerte cuando recuperó alto, en bloque, con volantes y defensores en sincronía. Cuando esa presión se desarma, la última línea queda a merced del error.
- Eficacia en la pelota parada. Durante gran parte del torneo, córners y tiros libres fueron desperdiciados. Sin embargo, en partidos clave como contra Deportivo Maipú o Atlanta, ese recurso abrió el marcador. Con Pino, Rodríguez y Mauro Osores, la altura está; lo que falta es precisión.
- Juego asociado en el medio campo. Las mejores producciones llegaron cuando Cuevas y Matías García conectaron con claridad, generando espacios y alimentando a los atacantes. Cuando ese enlace se corta, el equipo queda reducido a pelotazos previsibles.
- Golpear en ráfaga. El arma psicológica más poderosa del “Santo” fue su capacidad para anotar dos veces en minutos y desmoronar al rival. Pasó con el “Bohemio” y Maipú. Recuperar esa contundencia puede ser decisivo en cruces eliminatorios.
Imagen a repetir
El triunfo frente a Atlanta es todavía el espejo al que todos quieren volver a mirarse. Aquella noche hubo voracidad, solidaridad y lucidez. Pero el reflejo se quebró rápido: la caída en Córdoba frente a Racing y el empate con Quilmes volvieron a desnudar grietas conocidas. Esa irregularidad es la amenaza más grande de cara al Reducido, donde no hay revancha ni margen de error.
El propio Campodónico lo admitió tras el 1-1 contra el “Cervecero”. “Contra Atlanta mostramos lo que podemos ser, esa es la imagen que quiero repetir. Podíamos terminar más arriba, pero nos quedó la bronca”. Sus palabras son un recordatorio de que ya no queda tiempo para excusas.
Con ese panorama, San Miguel se presenta como un adversario incómodo, pero también como el juez perfecto para medir el verdadero carácter del equipo. Una victoria puede llegar a darle ventaja deportiva y un envión de confianza; un empate o una derrota lo empujaría a un Reducido cuesta arriba, donde las dudas crecerían como nunca.
Campodónico no puede permitirse una semana de ensayos fallidos. La fórmula debe ser clara: intensidad, presión, pelota parada, asociación y contundencia. Son virtudes que ya estuvieron y que ahora deben convertirse en rutina.
En el fútbol, las estadísticas sirven para explicar el pasado, pero no definen lo que viene.
Los 55 cambios en nueve partidos son el símbolo de una búsqueda que desgastó más de lo que construyó. Ahora, la hora de los experimentos terminó. Frente al “Trueno verde”, San Martín debe mostrarse como un equipo entero y decidido.
Será la última función antes del verdadero examen. La posibilidad de sacudirse la irregularidad, de entrar al Reducido con la frente alta y de recuperar el fuego que alguna vez lo hizo soñar.
Si logra rescatar esas virtudes que lo hicieron brillar, podrá mirar de frente el desafío del segundo ascenso. Si no lo hace, el destino lo pondrá otra vez ante un final conocido: el de las oportunidades desperdiciadas.






