Javier Milei, presidente de la Nación.
Por Hugo E. Grimaldi
Javier Milei empezó a cumplir anoche la promesa de guardarse los insultos y se comportó en su discurso por cadena nacional como el presidente de la Nación que es y casi como uno de los “ñoños republicanos” que él tanto ha criticado. Institucionalmente aplomado y quizás algo más que técnico en algún tramo, desgranó por la cadena nacional, con la gravedad que la situación requiere, una alocución de tono más moral que facilista sobre qué pasaría en la economía del país si desde la vereda de enfrente del Congreso se rompen las reglas que ha fijado su gobierno en materia fiscal, monetaria y cambiaria. Dramáticamente, habló de “quiebra nacional”.
Al mejor estilo del “gobernar es explicar” tantas veces reclamado, esta vez el Presidente apuntó a barrenar la lógica anterior de “cada necesidad es un derecho”, algo que conlleva un gasto infinito y la cambió por la de “cada gasto tiene que tener un recurso”. Y aunque defendió con pasión sus ideas, no hirió personalmente a nadie ni tampoco hizo promesas de bienestar inmediato, sino que disparó una versión criolla de “sangre, sudor y lágrimas”, no de soluciones ni alivios, sino de propósitos donde el sacrificio se convierta en virtud y el ajuste en cruzada. La idea de "dale un pescado a un hombre y comerá un día; enséñale a pescar y comerá toda la vida" estuvo presente en la parte didáctica del mensaje.
Lo que dijo y también cómo lo dijo, reveló mucho más que una política económica sin vuelta atrás, ya que adicionalmente le metió calor a una estrategia emocional, a una construcción retórica y a una apuesta política de largo aliento, por más que las elecciones legislativas estén a la vuelta de la esquina, algo que también tomó bien en cuenta Milei, ya que el oficialismo necesita imperiosamente cubrir bancas desde diciembre para seguir avanzando con los cambios que propone.
Claramente, no fue un discurso de gestión, sino de refundación simbólica y de tono más que grave. Y con una cadencia que alternó tecnicismos y épica, el Presidente trazó una línea divisoria entre el pasado para él corrupto y un futuro austero, casi ascético. Ubicado quizás por la tremenda paliza legislativa del miércoles, cuando La Libertad Avanza perdió las 12 votaciones que hubo en el recinto de la Cámara de Diputados (siete fueron las dos leyes aprobadas y los DNU rechazados con las mayorías especiales previstas), en su alocución el mandatario dobló la apuesta y avanzó en la ratificación del nuevo orden que propicia.
Milei se posicionó casi desde el comienzo de la cadena nacional como el enterrador de un modelo: “hemos terminado con el déficit fiscal”, dijo no como dato, sino como acto de reconstrucción para llevar adelante su intención de cerrar una era y de abrir otra. En el relato que desgranó el Presidente, la economía no aparece como una simple herramienta, sino que representa el principio organizador de la moral pública, mientras que al superávit lo elevó a la categoría de virtud, casi como redención y al gasto lo degradó a la altura de un lastre abominable si no hay recursos. No es que no se quiera gastar: es que hacerlo sin recursos sería algo inmoral, fue la base de lo que planteó Milei. Así, el Presidente buscó transformar la escasez en ética y el dolor en mérito.
Uno de los párrafos más fuertes para cruzar la acción del Congreso que “está impulsando gastos sin explicar su fuente de financiamiento y sin preocuparse porque esa fuente implique o no imprimir dinero” fue su réplica entre ideológica y moral: “al hacerlo no está proponiendo otra cosa que, o más impuestos que destruyen el crecimiento económico, o más deuda causando un genocidio contra los jóvenes, nuestros hijos, nuestros nietos y las generaciones futuras, o más inflación, que golpea especialmente a los sectores más vulnerables que ellos dicen defender”, planteó.
La descripción así expresada, con el uso de una palabra bien contundente como “genocidio”, puede ser mucho más ofensiva que un insulto soez porque es algo quirúrgico aplicado a los hechos y dirigida contra todo aquello que propugnan los legisladores que, por jugarle en contra, defienden el modelo de distribución sin tener con qué. En todo caso, la pulseada no está agotada porque ahora le tocará el Senado ratificar lo aprobado o a los diputados tratar la semana próxima los dos proyectos de reparto de fondos a las provincias que presentaron los gobernadores, que ya tienen media sanción de la Cámara Alta. Los dichos presidenciales también apuntaron a marcar la cancha en todo lo demás que viene, ya que el Congreso se deberá pronunciar también por los vetos al ajuste jubilatorio, a la moratoria previsional y a los fondos para discapacidad, aunque si lo que fue rechazado por una Cámara es ratificado por la otra, ya no le queda mucho más por hacer.
Desde el ángulo de los símiles, Milei jugó también con un elemento que hace a la naturalidad de las familias: cómo se hace a la hora de tener que afrontar un gasto si los ingresos del grupo no alcanzan. El facilismo indica que para comer un postre todas las noches o para encarar un viaje de placer se podría pedir prestado, primero a los amigos y luego a un tío botarate, sin hablar de bancos y usureros. Pero como sucede que el país tiene cerrada casi todas las canillas, entonces el Presidente insistió en pedir sacrificios porque la manta es corta y la cabeza que se arropa deja fatalmente al descubierto los pies.
Ocurre que los países tienen dos caminos adicionales que van más allá de la economía hogareña y del mangazo a los parientes y amigos: pueden subir impuestos o emitir moneda y de allí los largos párrafos para explicar por qué eso sería desandar todo el sacrificio realizado. Por eso, el Presidente dijo severamente -más como una expresión marketinera de deseos, por ahora- que mandará al Congreso un proyecto de ley para penalizar “la aprobación de presupuestos nacionales que incurran en déficit fiscal”, con una “regla estricta” que exigirá “obtener un resultado financiero con equilibrio o superávit”.
Y allí, puso por delante la lógica familiar cuando expresó lo que todo el mundo sabe, seguramente para dejar en evidencia la tradicional irresponsabilidad de la demagogia legislativa: “todo nuevo gasto o recorte de ingreso que afecte este resultado deberá implicar un recorte en la misma proporción: cada peso nuevo que quieran gastar tiene que tener un nombre y un apellido: tienen que decir de dónde sale y a quién se lo sacan”, explicó. También el proyecto establecerá una sanción penal a los legisladores y funcionarios que no cumplan “con estas nuevas reglas fiscales”. Es decir que si recién dos años después se va a exigir el ABC lo que hizo el Presidente fue reconocer un error, porque hasta ahora el propio Ejecutivo había perdido la brújula atándose –con las actualizaciones del caso- al Presupuesto de cuño massista que llegó en 2023 y que hoy todavía se aplica. No hay mal que por bien no venga.
Quizás en la semana que se inicia, probablemente sea otra vez el propio Milei quien utilice la cadena nacional para insistir con todo esto -quizás de un modo mucho más técnico y dirigido a los mercados- a la hora de hacerle llegar al Congreso el primer Presupuesto propio que deberá seguir esa regla de oro. Quizás ésta sea una buena oportunidad para recortar desde Economía –tal como hacen las familias cuando planean un gasto extra y se le exige a los legisladores- partidas no prioritarias para sumar recursos que atiendan desde 2026 los gastos que hoy no se pueden cubrir (jubilados, discapacidades, financiamiento universitario, etc.) y que son el fundamento de la actual pelotera.
Para darle más anclaje al tema y atarse al palo mayor de la nave a resguardo de las sirenas, Milei también señaló anoche que “el día lunes firmaré una instrucción” a Economía para “prohibirle” al Tesoro “que financie el gasto primario con emisión monetaria”, es decir que no le pida prestado al tío manirrota, el Banco Central. “Una formalización de algo ya en marcha”, agregó.
“Estas medidas parecen abstractas, pero permítanme contarles qué pasaría si tuviéramos que ratificar las leyes que hoy celebra el Congreso”, añadió y explicó el descalabro ya desde el ángulo político para sumar agua para el molino electoral: “por suerte, para todos los argentinos las próximas elecciones van a dirimir esta paradoja de una vez por todas”, la del choque entre una “fuerza imparable” (la determinación para cambiar el rumbo económico) que se estrella “contra un objeto inamovible” (la adicción de la política al gasto público sin respaldo). Según Milei, “hoy estamos a las puertas de la resolución de ese conflicto” y por eso llamó a “elegir un nuevo Congreso que nos permita avanzar a mayor velocidad con los cambios que el país necesita”.
En resumen, el discurso no fue una rendición de cuentas, sino una declaración de principios. Fundacional en su narrativa, emocional en su impacto y retórico en su forma, el Presidente intentó convertir las necesidades de la economía en épica, el ajuste en virtud y lo suyo en cruzada para sumar adhesiones en octubre. Si se cree en el nuevo ropaje presidencial, ahora quedan por ver dos cosas: si todas estas promesas alcanzan para sostener la fe del electorado, en medio de la realidad acuciante de tantísima gente y hasta cuándo le durará a Milei el recato institucional sin que se le suelte la cadena.







