El 96% de los vecinos de la avenida quiere que se llame Roca

El 96% de los vecinos de la avenida quiere que se llame Roca

Dos concejales de la Capital -José María Canelada y Gustavo Cobos- recogieron el guante y se involucraron en un tema que condensa un poco de todo: política, historia, urbanismo, comunidad. Y polémica, por supuesto. ¿Avenida Kirchner o avenida Roca? Entrando y saliendo -por épocas- del debate público, la cuestión nunca abandonó la agenda. En su momento, noviembre de 2010, el cambio de nombre se produjo sin preguntarle a nadie. El entonces intendente Domingo Amaya dio la orden, con el beneplácito del entonces gobernador José Alperovich, y los ediles oficialistas se apuraron a levantar la mano para aprobarlo en el recinto. Todo a las apuradas, urgidos por quedar bien con CFK. Lo interesante de la iniciativa del dúo Canelada-Cobos es que actuaron a la inversa y el resultado es de lo más llamativo.

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Un equipo salió a caminar por la avenida Kirchner, desde el límite en la zona oeste hasta el cruce con Alem (desde allí sigue llamándose Roca). Tocaron todos los timbres, llamaron a la puerta, apelaron al viejo e incombustible recurso de aplaudir en la entrada. Relevaron viviendas y comercios, en ambas aceras. Se trata de un tramo en el que los vecinos conviven con un hipermercado, con playones en los que estacionan camiones, con estaciones de servicios y con galpones que llegan a ocupar más de media cuadra. Se encontraron también con la realidad de una notable cantidad de casas y de locales vacíos o abandonados. La metodología, de lo más simple, consistió en inquirir personalmente las opiniones. En 135 casas/comercios (96,43%) los consultados se volcaron hacia la opción de que la avenida vuelva a llamarse Julio Argentino Roca. Sólo en cinco (3,57%) optaron por dejarla en Néstor Kirchner.

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“La gran mayoría dijo ‘para mí nunca dejó de llamarse Roca’. Como el cambio de nombre fue una medida inconsulta, en la que no participaron los vecinos, la consecuencia fue la falta de legitimidad. Los ciudadanos se sintieron tan ajenos a la decisión que nunca la incorporaron”, destaca el informe elaborado por los ediles.

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No se trata de dividir a los vecinos entre kirchneristas, antikirchneristas o lo que sean en su universo ideológico/partidario. Tampoco de considerarlos especialistas en historia argentina. Tiene que ver, más bien, con cuestiones ligadas a la identidad del barrio, a la pertenencia, a las raíces, y también a su condición de ciudadanos, ignorados 15 años atrás cuando sus representantes -justamente ellos- tomaron una medida que los afectó directamente. Como el informe lo indica, a la avenida nunca dejaron de decirle Roca, tal vez algunos por pura aversión a la figura de Kirchner, pero seguramente la mayoría porque así se criaron, así vivieron y así lo tienen plenamente naturalizado. Por todo esto, además de obsecuente, el cambio de nombre fue una decisión absolutamente antidemocrática.

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El caso de Yrigoyen

Durante la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen se produjo una de las matanzas más espantosas de la historia argentina. Fueron los fusilamientos de los obreros en la Patagonia -entre 1.500 y 2.000 de acuerdo con las fuentes-, perpetrados por las fuerzas militares que el Poder Ejecutivo había enviado para sofocar las huelgas. Y fue también durante ese gobierno de Yrigoyen que operó como pandilla paramilitar la Liga Patriótica, comandada desde 1919 por un reconocido dirigente radical como Manuel Carlés. A nadie se le ocurre cambiarle el nombre a la plaza ni retirar la estatua del “Peludo” que le da la espalda a Tribunales en barrio Sur. Y siguiendo con esos mandatos de la UCR, en julio de 1924 fueron asesinados cientos de qoms y mocovíes en lo que se conoce como Masacre de Napalpí, crimen cometido por un comando de policías y de civiles con la anuencia del presidente Marcelo T. de Alvear. Como a Yrigoyen, a Alvear tampoco se lo ha intentando extirpar del pasado. La historia, territorio en eterna disputa, es demasiado compleja, y los factores que la determinan proponen múltiples lecturas. Empezando por el contexto de cada época, claro, lo que de ningún modo justifica los crímenes que se cometieron ni exonera a los responsables.

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La frontera entre fortines y malones era de lo más porosa. La “zanja de Alsina” se salvaba de un brinco. “Una excursión a los indios ranqueles” es una buena puerta de ingreso a ese mundo (aunque dicen que a Lucio V. Mansilla los ranqueles le hicieron una puesta en escena, como los pueblos de cartón en los viejos westerns de Hollywood). Las cautivas se aquerenciaban criando a sus hijos y no tenían interés en volver a la “civilización”; los indios peleaban en las filas de los “huincas”. Entonces llegó la Campaña del Desierto y fue un espanto: los vencidos terminaron muriendo de pena en la isla Martín García, a las mujeres se las ofrecía como mano de obra cuasi esclava con avisos publicados en los diarios de Buenos Aires. Eso figura en el CV de Julio Argentino Roca, tanto como su rol determinante en la organización del Estado nacional. A la Argentina naciente heredada de las presidencias fundacionales (Mitre-Sarmiento-Avellaneda), una Argentina no del todo consolidada, Roca la transformó en un país. ¿Qué clase de país fue ese? Ahí entra el debate. Pero, ¿borrar a Roca de la historia? Absurdo. E injusto.

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Con los resultados del informe en la mano, Canelada y Cobos anticipan que presentarán un proyecto con el objetivo de que se derogue la ordenanza que denomina avenida Néstor Kirchner al tramo en cuestión. Y que incluirán un artículo para que los efectos que vaya a producir este cambio de nombre no impliquen ningún gasto adicional para los vecinos. ¿Quién se hará cargo? Debería ser el municipio, que fue a fin de cuentas el que impulsó la movida cuando del fallecimiento de Kirchner sólo había transcurrido un puñado de horas.

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“Recorrer la avenida Roca es como volver en el tiempo, se llama Kirchner hace 15 años pero nadie le dice así -sostiene Canelada-. Los carteles de los números de las casas dicen Roca. Eso nos tiene que dar un mensaje a los servidores públicos. Muchas veces se habla de la identidad de la ciudad como algo abstracto, lejano, intangible, pero aquí hay un ejemplo claro. Hay una comunidad de vecinos que aún hoy se resiste a aceptar esta imposición. Hoy, sabiendo lo que opinan los dueños de casa, entendemos que esta derogación es un acto de justicia”. Y agrega Cobos: “es hora de admitir que los vecinos le dieron la espalda a este cambio hace 15 años, que en los hechos es la avenida Roca para todos y que derogar aquella ordenanza sólo trae coherencia. Los vecinos eligieron y eso, para sus representantes, debe ser indiscutible”.

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Esta novela urbana continuará con otro capítulo interesante: la convocatoria a un foro plural, diverso y calificado, una invitación a discutir sobre historia, sí, pero también sobre cómo estamos viviendo la ciudad. Es una promesa atada al anunciado proyecto de ordenanza. Una buena oportunidad para opinar; pero sobre todo, para escuchar.

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