Por José E. Martel y Miguel A. Cabrera
Para LA GACETA - TUCUMÁN
En los países surgidos en América fruto de los movimientos independentistas, la industrialización de la Primera Revolución Industrial de mediados del siglo XVIII fue seguida con retraso. El continente americano experimentó a su manera, asincrónica y con lógicas propias, las transformaciones ocurridas en los países centrales.
La experiencia de tecnologización latinoamericana había estado precedida por experiencias industriales primitivas, con equipamiento rudimentario que compensaba la escasa tecnología con mano de obra intensiva y, en muchos casos, esclavizada. En la Argentina la Revolución Industrial provocó el surgimiento de industrias nacionales de primer nivel tecnológico, entre las que destaca la industria azucarera tucumana.
La tecnología y la ciencia, asimiladas respectivamente al saber práctico -techné- y al saber teórico -episteme-, sobre la base estructural del lenguaje, constituyen al Homo Sapiens como animal simbólico y tecnológico. Con la tecnología como punta de lanza y los pensamientos humanistas de la Ilustración, la ciencia -insuflada por el positivismo-, tomó el desafío de los incipientes desarrollos tecnológicos industriales del siglo XVIII, conjunción que nos ha traído al mundo contemporáneo.
Los países pioneros en industrialización fueron los que comprendieron tempranamente el valor prospectivo de la inversión en CyT, con nuevos paradigmas que dejaron atrás un viejo modelo de sociedad. Fueron los gestores de la Revolución Industrial, signada por agregar valor a gran cantidad de materia prima proveniente de enclaves coloniales.
La irrupción de la CyT moderna permitió que los Estados con visión estratégica identificaran iniciativas privadas emergentes como promotores de progreso, y fomentaran su desarrollo mediante la articulación entre los actores del sistema. Condiciones de seguridad jurídica y previsibilidad económica fueron fundamentales. Los que contaron con sistemas educativos avanzados, habían logrado que entidades como la Royal Society of London y la Académie des Sciences francesa prepararan el terreno para la posterior eclosión de la industria mecanizada y los sistemas productivos modernos.
En la Argentina, en un principio la industrialización estuvo basada en tecnología importada. Sin embargo, la adaptación a las condiciones de operatividad locales requirió emprendimientos locales que originaron capacidades tecnológicas propias que posicionaron a Tucumán como un polo agroindustrial al tope de la industria química pesada.
Juan B. Terán entendió que la academia debía acompañar y potenciar este proceso de alta demanda de conocimiento. La Universidad Nacional de Tucumán resultó entonces un motor de transformación social y cultural. Una universidad con identidad propia, raigambre local, articuladora de los saberes técnicos de la ciencia moderna con la reflexión filosófica clásica, pedes in terra ad sidera visus.
La experiencia industrial europea fue resignificada por Jorge Sabato según una mirada latinoamericana y soberanista del siglo XX. Visualizando como un triángulo la vinculación virtuosa entre el Estado, los privados y la academia para cimentar el desarrollo de un país mediante conocimiento teórico y aplicado generado por un sistema CyT. En la Argentina actual tienen plena vigencia esas ideas, necesitada de contar con políticas públicas inteligentes y realistas para generar entornos que atraigan inversiones orientadas a objetivos de desarrollo sostenibles.
Ya inmersos en la Industria 4.0 -cuarta revolución industrial-, nuestro sistema universitario debe ser consciente de la actual coyuntura histórica caracterizada por competitividad basada en innovación. El protagonismo actual de la academia implica no sólo la formación de recursos humanos para un mercado laboral mutante, sino también ser parte activa de la vinculación como la concibió Sabato. Para ser consistentes con el legado de Terán y de todos los maestros que consolidaron a la UNT como faro de conocimientos del Norte Argentino.
Nos toca vivir la transición entre un mundo en disolución y otro en formación. Este complejo proceso resulta de la convergencia de múltiples factores; sin embargo, la CyT han sido determinantes tanto en la gestación de esta instancia como en el devenir futuro, del cual nuestro país no debe quedar al margen.
La presente circunstancia argentina plantea premisas rígidas para recomponer las bases de una economía saneada. Este corsé no debe ser incompatible con la restauración del triángulo de Sabato del siglo XXI. Este momento histórico significa la oportunidad para que los tres vértices revisen su interior y su interacción para responder por qué, contra todo pronóstico, la Argentina no ha despegado hacia el desarrollo al que parecía estar destinada.
El Estado tiene una deuda histórica en este sentido. Conjuntamente con un sistema industrial que en general ha tenido visión corta y especuladora y no ha hecho una verdadera apuesta nacional. La pata académica, entre devaneos de grandeza, ha visto al sistema universitario sometido a intereses no académicos. La CyT ha sufrido una progresiva banalización como mera consigna política -al igual que otros significantes sociales que se han visto vaciados de contenido-, resultando un sistema CyT fragmentado y descoordinado, con integrantes buscando su preponderancia individual más que un desarrollo conjunto.
Lino Barañao, ministro de CyT e Innovación Productiva desde 2007 hasta 2018, elaboró el Plan Argentina Innovadora 2020 el cual, aún con el mérito de haber atravesado gobiernos de distinto signo político, tuvo un impacto estructural escaso y desigual. Se necesitan planes realistas y operativos en su implementación, dejando de alimentar el ego nacional al regodearnos de lo creativos que somos, pero sin generar beneficios tangibles para los aportantes que sostienen el sistema.
Resulta ocioso hablar de planificación en CyT sin cimientos educativos sólidos. No hay político que no reconozca, en lo discursivo, la importancia de la educación para el desarrollo de un país. Tampoco faltan reclamos de inversión estatal en educación. Pero la importancia real que un gobierno le asigne a la educación no se agota en los números de un presupuesto, sino que debe acompañarse de una gestión educativa estratégica y eficiente. La visión de la educación como propulsora de movilidad social encarnada por prohombres como Belgrano, Sarmiento, Avellaneda y Roca, que dieron lugar al sistema educativo más sólido de la región, tuvieron su correlato local en Juan B. Terán quien, premonitoriamente a las conceptualizaciones de Sabato, concibió la educación superior como impulsora del tejido socio-productivo regional.
© LA GACETA
Eduardo Martel - MSc. en Ingeniería Estructural, Vicedecano de la Fac. de Cs. Exactas y Tecnología-UNT.
Miguel Cabrera - PhD. en Física de la Atmósfera, Decano de la Fac. de Cs. Exactas y Tecnología-UNT.







