El miércoles pasado, Javier Milei recibió en la Casa Rosada a un grupo de estudiantes argentinos ganadores de una competencia internacional de ingeniería aeroespacial respaldada por la NASA. La invención generadora de la distinción es un microsatélite, sostenible en una sola mano, capaz de medir y transmitir datos de presión y temperatura. En condiciones normales de presión y temperatura, un liberal libertario no puede llegar a la presidencia, suele decir Milei. La pregunta del presente político es qué indican las condiciones meteorológicas actuales sobre las perspectivas del poder.
El miércoles fue un día gris, lluvioso y frío en Buenos Aires. Manuel Adorni, el vocero presidencial, acompañó a Milei en su recepción a los estudiantes y luego volvió a su oficina. Allí tiene un calendario con los 59 días de la campaña porteña tachados en rojo, como el registro de una contabilidad regresiva de un prisionero que sufre la fase electoral de la política. Adorni es, sin embargo, la cara de una victoria insospechada que puso de rodillas al PRO y que avaló la estrategia del “vamos por todo”. Afirma que asumirá su banca en la legislatura porteña pero eso no significa que se quede allí mucho tiempo. Algunos lo imaginan en la jefatura de Gabinete, en el segundo tramo de la gestión.
Un triángulo escaleno
El otrora triángulo equilátero del poder hoy es una figura irregular con su vértice superior inclinado hacia el vértice inferior más intransigente.
Hay tres miradas sobre la crisis política en la cúpula del poder, contó en el sitio de La Nación, media hora después de salir de la Casa Rosada, la periodista que mejor conoce a uno de los vértices del “triángulo de hierro”. A Santiago Caputo, superasesor presidencial con WhatsApp bloqueado con el dúo Menem -referentes de Karina Milei-, le preocupa el nivel de enfrentamiento con las provincias y su efecto sobre la gobernabilidad. El karinismo, hoy a cargo de la estrategia electoral, apuesta a la rigidez en las negociaciones con los gobernadores y el PRO para el armado de listas.
A las tensiones entre Caputo y Karina se adjudica el destape de escándalos o controversias como el de las valijas no controladas en la Aduana o la contratación estatal millonaria de servicios a una empresa de seguridad de los hermanos de Martín Menem, el presidente de la Cámara de Diputados.
El tío de Santiago, el ministro de Economía Luis Caputo, experimenta una fusión sincrética con el presidente, desconectado de ciertas terrenalidades de la política, concentrado en la esfericidad de la macroeconomía y en la intangibilidad del equilibrio fiscal. “La primera ley de la economía es la escasez, esto es, no hay de todo para todos. A su vez, la primera ley de la política es ignorar la primera ley de la economía”, escribió Milei en X, citando al economista Thomas Showell, a propósito de una polémica en torno a la necesidad de negociar con los gobernadores.
Cuanto peor, mejor
La peor semana para el Gobierno se gestó en la vigilia del 9 de julio tucumano. La foto que no fue (la del presidente junto a los gobernadores frente a la Casa Histórica), debido a las arbitrariedades de la meteorología, anticipó la embestida legislativa de las provincias contra el Ejecutivo nacional. La votación del 10 de julio mostró mayorías de entre 52 y 46 senadores a favor de la redistribución de fondos para las provincias y del aumento de jubilaciones.
Estas cifras encienden una alarma económica y otra política. La posibilidad de quebrar el superávit, la viga maestra del plan económico. Y la demostración de que pueden alinearse los votos suficientes para revertir un veto presidencial –se necesitarían otros dos tercios en Diputados- y para alcanzar la mayoría especial que requiere un juicio político contra el presidente.
“Es lo mejor que pudo haber pasado”, sorprendió el ministro de Economía, con un comentario en clave electoral. Según su análisis, la votación podría ocasionar turbulencias hasta fines de octubre pero fortalecería los resultados del oficialismo ante la irresponsabilidad fiscal manifiesta de “la casta”. En términos de Milei, La Libertad Avanza se transformará en La Libertad Arrasa, y con una nueva composición en las cámaras reordenará los ocasionales desequilibrios que generen las decisiones parlamentarias.
Arrasar no alcanza
La matemática electoral siembra dudas sobre el vaticinio presidencial. En una elección ideal para LLA, en la que saliera primera en todas las provincias en las que se eligen senadores, el oficialismo no alcanzaría un tercio de la cámara. En Diputados, con una gran elección podría lograr ese tercio pero estaría lejos de lograr una mayoría propia. Y lo que necesita el Gobierno son mayorías parlamentarias para aprobar las reformas estructurales pendientes y necesarias para impulsar el crecimiento.
La estrategia de “veto + decreto” enfrenta límites constitucionales que eliminan la posibilidad del dedo presidencial en materia tributaria y tornan controvertidas, y judicializables, sus disposiciones en el ámbito laboral y previsional, además de su reversibilidad por el Congreso.
El Presidente relativiza esa aritmética convencional. Afirma que su plan, al que juzga inédito a nivel global, hasta ahora se llevó adelante con “15% de diputados, siete senadores y –encima- una traidora”. El respaldo popular, refrendado por los logros de la gestión, habría compensado la ausencia de territorialidad y representación, socavando los focos de resistencia de la política tradicional. Un nuevo éxito electoral en octubre, dentro de esta visión, dará más combustible a la potencia gubernamental y debilitará a “la máquina de impedir”.
Antes de octubre, el calendario electoral concentra en el primer domingo de septiembre la atención –y la tensión- sobre la decisiva disputa por las bancas de la Legislatura bonaerense. Una contienda que reflejará la consistencia del kirchnerismo como eje opositor, la capacidad del mileísmo de avanzar en la provincia gobernada por Axel Kicillof -y de subordinar al PRO-, como también la viabilidad de una tercera propuesta política que pretende quebrar un esquema binario, aglutinando votos del peronismo no K, el radicalismo, la Coalición Cívica, el GEN y el PRO no alineado con LLA.
Quienes traducen sus visiones de futuro en apuestas financieras y económicas responden con cautela. La inversión de mediano y largo plazo espera la confirmación de un rumbo.
El auspicioso dato de inflación de junio -1,6%- fue opacado por la arritmia del dólar, las turbulencias de la política, la suba brusca de tasas y los planteos de falta de sustentabilidad de un programa que descuidó la generación de reservas, por un foco casi excluyente en la baja de precios y la contención del tipo de cambio. “El plan económico es ganar las elecciones” habría dicho el ministro de Economía, con cierta ironía, ante un puñado de empresarios. En el Gobierno imaginan que un buen resultado electoral generará una caída significativa del riesgo país que permita tomar deuda y simultáneamente abrir el dique para la llegada de inversión productiva.
Los inversores quieren ver para creer. Eso implica despejar la posibilidad de que en la segunda mitad del año ocurra algo parecido a lo que pasó en el segundo semestre de 2017, cuando el gobierno de Mauricio Macri, dos meses después de una notable elección que sus correligionarios más optimistas leyeron como el inicio del final del kirchnerismo, se enfrentó con el inicio de su debacle, representado por la tormenta de piedras que cayó sobre los policías que intentaban proteger el acceso al Congreso, mientras se debatía una reforma jubilatoria.
Los halcones del actual oficialismo, por el contrario, piensan que 2025 finalmente se parecerá más a 1991, el año en que las urnas respaldaron a Carlos Menem y a su flamante plan de convertibilidad, pavimentando un camino de crecimiento que lo llevó a la reelección.
El interrogante en pleno desarrollo, planteado por la socióloga Liliana De Riz en su libro Laboratorio político Milei, es si la actual gestión será un paréntesis –como la de Macri- o si estamos frente al inicio de una era –como la menemista o la K-.
Miren lo que hago
Milei enfrenta un dilema. Endurecer su discurso y su relación con aliados y opositores moderados genera reveses legislativos y cortocircuitos dialécticos que pueden minar sus logros económicos e introducir dudas sobre el futuro de la gestión. Avalar una estrategia acuerdista, como recomienda su ala dialoguista, debilita su imagen de antisistema, lo desdibuja y puede llevarlo a ceder espacios de los que se podría apropiar. La clave para Milei es encontrar el balance adecuado, tanto para la faz agonal como para la arquitectónica de su gobierno, en estos meses irremediablemente confundidas.
La pulsión presidencial al agravio y la ruptura genera preocupación entre quienes creen que el diálogo político, el equilibrio de poderes y la solidez institucional –que incluye respeto por las formas denostadas por Milei- son requisitos para el desarrollo económico, muchos de los cuales son los potenciales aportantes del combustible necesario para ese progreso. “No escuchen los insultos, miren lo que hago” parece sugerir Milei a los inversores. Detrás de la estridencia, pide atención al trabajo obsesivo, metódico, de una orfebrería fiscal con la que intenta domesticar al “ogro filantrópico” encarnado por el Estado argentino.







