DEJAR ATRÁS UNA AMISTAD. La pérdida de un amigo o amiga genera huellas no siempre fáciles de procesar. / UNSPLASH
Cuando te peleás con un amigo o una amiga, los consejos de TikTok valen poco. Tampoco sirve de mucho el story time donde alguien cuenta cómo superar la ruptura. Y aunque no sea una relación amorosa ni algo que suela publicarse, esas rupturas duelen igual, a veces más de lo que parece. Son silenciosas, inesperadas, a veces confusas. Porque no siempre se sabe cuándo termina una amistad ni cómo seguir después. Se habla poco sobre esto y, en la víspera del Día del Amigo, quiso asomarse a esos duelos.
Solana Martínez tiene 27 años y un chat vacío en el que escribió muchos mensajes que nunca mandó. “De repente dejás de responder, dejás de llamar. Se supone que todo sigue igual, pero no es así. Hay un vacío que no sabés explicar, ni tampoco a quién reclamar”, explica. Su historia es bastante frecuente: sin pelea, sin una gran discusión, se enfrentó sólo al desgaste sutil que va apagando lo que antes parecía indestructible.
Las amistades no siempre se rompen con un portazo. A veces se deshacen en mensajes sin contestar, en planes que no se concretan, en cumpleaños que se olvidan. Y en esas pequeñas grietas, la gente se va alejando, hasta que un día ese vínculo ya no está.
El espacio donde la amistad se vuelve distancia
Francisco Gómez, que acaba de cumplir 28, recuerda los días en los que un amigo era también su compañero de Facultad y trabajo. Pero en los últimos años, sintió que ese amigo sólo lo buscaba cuando necesitaba algo. “Yo estaba siempre, él casi nunca. No hubo pelea, ni gritos, sólo el cansancio de dar siempre sin recibir”, relata. Hasta que un día dejó de escribirle. Y no hubo vuelta atrás.
Eso sucede con frecuencia: el distanciamiento sin barullo. Que no explota, pero que agota. Que hace que dejes de intentar. Que te cansás de pedir un lugar que ya no hay. La amistad, a veces, se transforma en una rutina unilateral y ahí se extingue.
Lucía Ramírez, 25 años, vivió una experiencia más amarga. “Era mi mejor amiga desde la primaria. Pero un día me enteré por terceros que hablaba mal de mí, hasta con mi pareja. Le escribí para aclarar, pero nunca respondió. Eso fue un corte sin palabras y lo que más dolió fue no tener cierre”, narra.
Cuando la amistad termina sin despedida, el duelo se prolonga tras bambalinas. No hay rituales para cerrar un ciclo, ni una charla pendiente que ayude a entender el final. Sólo quedan la tristeza y la confusión, que muchas veces no se reconocen como un duelo real.
"Dolió más que terminar con mi ex"
Jazmín López, de 21 años, vio cómo su grupo de amigas del colegio se fue diluyendo después de la universidad. “Al principio hablábamos por videollamada, pero, después, todo fue esporádico. Ya ni nos saludamos en los cumpleaños. No hubo pelea ni ruptura, simplemente nos dejamos de lado. A veces pienso que me pierdo algo, pero también sé que es parte del camino”, dice.
Eso que parece un “dejar pasar” sin más, puede doler tanto como una pelea. Porque a veces el dolor está en ser el único que siente la pérdida. En saber que mientras uno conserva la memoria, el otro ya siguió adelante.
Joaquín Fernández, de 30, lo define con crudeza: “Cuando mi amigo se puso en pareja se volvió distante. Intenté mantener el contacto, pero fue en vano. Dolió más que terminar con mi ex y nadie te prepara para eso”, acota.
Las marcas que cambian las formas de confiar
Después de una traición o de un adiós inesperado, las barreras se levantan. Brenda Molina, de 23, confiesa que, tras perder una amistad que creía sólida, le costó confiar de nuevo. “Antes contaba todo, ahora soy más reservada. Tengo amigas, pero no me abro igual. Hay una parte de mí que quedó indefensa”, admite.
Las amistades tienen sus propios ideales y expectativas, y, cuando se quiebran, también se pierde un pedazo del mundo que imaginábamos con ellas.
Sofía Herrera, 22 años, reconoce que las redes sociales reavivan esos huecos. “Veo historias de grupos que están juntos desde siempre y pienso en la amiga que ya no está. No siento celos, pero sí un vacío raro, como si me faltara algo”, apunta.
No todas las amistades están destinadas a durar para siempre. Y está bien que sea así. Aceptar que los vínculos cambian es, a veces, el primer paso para dejar de cargar con una pena que no tiene cierre. Silenciar un vínculo o alejarse puede ser la forma más sana de cerrar un capítulo. No siempre habrá un “último mensaje”, ni una foto que sellé el final. Pero eso no significa que la historia no haya sido importante. De hecho para crecer en la amistad a veces hace falta perder amigos.






