Sexualmente hablando: sexo y tercera edad

Sexualmente hablando: sexo y tercera edad

Dado los adelantos médicos, la tercera edad va camino a ser la etapa vital más larga. Un hecho que tiene numerosas implicancias, por lo que configura todo un desafío, tanto desde un punto de vista individual como colectivo. Y que, a nivel subjetivo, nos pone a pensar cómo queremos vivirla. Con quiénes, en dónde, haciendo qué. Cuestiones que alcanzan la esfera de lo sexual: es evidente que una mayor expectativa de vida es también una mayor expectativa de vida sexual.

Pero… ¿siempre ocurre así? Es indudable que el estado de salud de la persona (incluida su salud mental, por supuesto), su situación de pareja, los patrones sexuales previos, las redes sociales (las de carne y hueso), su contexto sociocultural, lo económico… estas variables, y otras tantas, van a gravitar en la vida sexual -y en la calidad general de la vida- de los adultos mayores.

Tampoco es menor la incidencia de la actitud frente a la vida, la manera en que la persona se dispone a encarar esta nueva etapa. Y es que muchas veces se activa la llamada “profecía auto cumplida” (dicho de otro modo: cuando estamos seguros de algo, comprobarlo es lo más fácil del mundo). Por eso, si una persona está convencida de que, por el hecho de tener 65 o 70 años, se le van a cerrar un montón de puertas, es probable que ella misma termine por auto aislarse, por ocuparse de decir que no, de cerrar esas puertas y también algunas ventanas... Son las famosas “creencias limitantes”, que la dejarán afuera de muchas experiencias (no sólo las sexuales).

Y así se van clausurando posibilidades, a veces mucho antes de tiempo. Porque quién no conoce hombres y mujeres con una tendencia a identificarse demasiado rápido con los “achaques” (de todo tipo, no sólo los sexuales). Como si, aunque resulte difícil de creer, encontrarán una suerte de complacencia en convertirse en “viejos”. Se aburguesan y empiezan a evitar cualquier tipo de cambios y riesgos. Y entonces, lógico, se va apagando un poco el deseo. El sexual, desde luego, pero también el vital.

Ojo: puede que estas personas hayan sucumbido en dar crédito a las muchas creencias erróneas y prejuicios sociales que todavía circulan en torno a la sexualidad de los más grandes y que han llegado a convertirla en un verdadero tabú: “Sólo los jóvenes pueden gozar del sexo”; “Las personas mayores no se enamoran”; “Con la edad, la sexualidad se vuelve vergonzante”; “La sexualidad termina con la menopausia”; “Hacer el amor equivale a coito”; “Los mayores que sufren enfermedades no pueden tener actividad sexual”; “El sexo puede dañar la salud de las personas grandes”; “La masturbación es cosa de jóvenes”; “La gente mayor no está interesada en el sexo” (y si lo están, son ‘viudas alegres’ o ‘viejos verdes’)”. Y la más romántica de todas: “Ser abuelos es la total realización de las personas mayores”. En síntesis, la idea de que, a una altura de la vida, lo natural es que la sexualidad ceda para dar lugar a cosas más sublimes y se convierta en algo del pasado, en buenos recuerdos.

En la misma línea de estas falacias también suele asumirse que -otro error- “no es necesario que las personas grandes se protejan de las infecciones de transmisión sexual”. Capítulo aparte son los machismos que con frecuencia se mezclan con estos “viejismos”, como ser el considerar que la mujer mayor tiene menos “necesidades” que el varón de la misma edad o el juzgarla negativamente cuando sale con alguien joven (al revés de lo que pasa con los hombres, a quienes por lo general en estos casos se celebra y admira). Por otro lado, las personas homosexuales suelen cargar con una dosis extra de prejuicios: un ejemplo es la sentencia que asegura que “la mayoría de los homosexuales mayores terminan solos y aislados”.

Es evidente que la sexualidad se transforma a lo largo de la vida. Pero no en la tercera edad, como si sonara una campana: las transformaciones ocurren mucho antes, de manera permanente, aunque no siempre lo advirtamos. Tampoco se trata de cambios tan lineales y predecibles: estos cambios avanzan y retroceden, se actualizan (como las aplicaciones del celular) y pueden llegar a sorprendernos. Porque tampoco es que la pasión es exclusiva de los jóvenes y a los mayores sólo les queda la ternura.

Pero hay algo cierto: en medio de tantos cambios, de tanta impermanencia, se destacan algunas constantes que, por lo mismo, tal vez constituyan lo esencial. Lo que, a fin de cuentas -y en todas las edades- buscamos a la hora del sexo: la cercanía, el encuentro, el contacto, la intimidad. Y por qué no la unión, la disolución de los límites del yo (aunque más no sea por unos breves segundos), descansar fugazmente de nuestra personalidad. Y, por supuesto: Eros, la energía amorosa. La misma que -lo dijo el Dante- “mueve el sol y las estrellas”.

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