LA HOJA EN BLANCO. Es una promesa al cuadrado, un medio para expresar ideas. LA HOJA EN BLANCO. Es una promesa al cuadrado, un medio para expresar ideas.
13 Julio 2025

Por Santiago Garmendia

Para LA GACETA - TUCUMÁN

Cada vez que estoy por escribir, o sea por arruinar una hoja en blanco, recuerdo al filósofo y satirista alemán Lichtenberg cuando dice lo siguiente: “Entre todos los caracteres, a ninguno envidio menos que al del cacalibri, esa gente que figura en todos los catálogos de ferias del libro y escribe todo el tiempo sin ser de utilidad al mundo ni decir nada nuevo”.

Esta reflexión invita a pensar sobre la hoja en blanco. Hay un exagerado respeto de la boca para afuera, de lo escrito y no creo tenga sustento. Se dirá que cualquier escrito contiene ideas de las que podemos aprender; no importa su dirección o estilo. ¿No es la hoja en blanco una promesa al cuadrado respecto de la escrita? Por eso mismo exige más  respeto, porque es un acto irreversible. Vuelvo a nuestro amigo alemán Lichtenberg, amigo de Goethe y maestro de Volta y Von Humboldt: “Un libro de papel en blanco tiene un encanto propio. Papel que todavía no ha perdido su virginidad y aún está cubierto con el color de la inocencia, es siempre preferible a un papel que ha sido utilizado”.

Esto explica el famoso síndrome de la hoja en blanco y se transforma en un sano sentimiento moral antes que en un miedo irracional. Es cierto, el miedo a la hoja en blanco es una constipación creativa, pero no una patología, no es malo. Deleuze hizo en el siglo pasado algunas reflexiones laudatorias sobre la hoja en blanco que no quisiera dejar de lado.

No hay en rigor página en blanco, asegura el filósofo. Claro, la página está ya llena de palabras leídas u oídas, de historias, cientos de historias. Todo puede acontecer en ella. Tanto que es eso lo que dificulta poder escribir. “Escribir será fundamentalmente borrar, fundamentalmente suprimir.” Cuando uno escribe va suprimiendo mundos posibles, cerrando posibilidades, borrando cursos de vida. La constipación creativa es en realidad una suerte de empacho mental.

Para Deleuze, nadie escribe con la cabeza vacía, recordemos cuántos escritores se han presentado primero como lectores. La cabeza está llena, ¿de qué? “Diría que de ideas completamente hechas -explica-, que ustedes podrán muy bien encontrar originales. Ideas completamente hechas no quiere decir forzosamente ideas que los otros también tienen. Pueden tener ideas propias y al mismo tiempo completamente hechas. Fáciles, fáciles”. Escribir es, entonces, seleccionar entre todas esas ideas hechas; borrar, suprimir. En ese borrar hay que cuidarse de no quedar con el peor plagio, el de sí mismo. Deleuze nos previene especialmente contra los lugares comunes no sólo de los demás. Hojas y hojas gastadas, mares de tinta para repetirse a uno mismo en el pobre papel. Así que el pavor muestra ser perfectamente lógico del otro lado, el del papel. Es el miedo de la hoja en blanco, no a ella.

Sumando conceptos y reflexiones podemos sacar conclusiones escatológicas de alto vuelo. Estarán de acuerdo conmigo en que el uso del papel higiénico, cuando éste es demasiado blanco, es un acto de odio. O sea, ya cuando se vuelca tinta innecesaria en una hoja blanca es ya una vergüenza. De tal forma que el uso sanitario es directamente escandaloso.

De tal forma que propongo la moción de hacer un buen convenio empezando por “Los primos” y otras librerías de usados, para generar rollos a partir de mamotretos que se han ido acumulando.

No digo cuáles, esto debe ser debatido debidamente en suplementos culturales y entidades que nuclean a los camiones atmosféricos. No quiero hacer realidad la distopía de Fahrenheit 451, libro paradójico a su vez, ya que no pretendo sacrificar ningún último ejemplar ni primera edición. Los incunables serían protegidos también por ley. Por el contrario, para poder cuidar los tesoros es necesario, digamos, ralear.

A lo que me refiero es a que -y esto me lo enseñó mi madre cuando me explicaba Todorov-, la memoria necesita olvido. El olvido es un mecanismo de la memoria. Este operativo se ensañaría sólo con  la duplicación innecesaria de entes.

No tengo pretensiones de novedad: en el siglo sexto los chinos ya reciclaban el papel con fines sanitarios y a la vez tenían sus normas. El erudito chino Yan Si Tut sostenía: “Papel en el que haya citas o comentarios de los cinco clásicos o nombres de los seis sabios Lao Tsé, Confucio, Mencio, Zhuang Zi, Sun Zi, Xun Zi y Han Fe no me atrevo a utilizar”.

Papel impreso y trasero no volvieron a encontrarse luego de los chinos. Los romanos usaban una esponja, los antiguos griegos -he aquí un dato vasoconstrictor- se limpiaban con piedras o arcilla cerámica de izquierda a derecha y raspando. El papel higiénico es una monstruosidad reciente. Los baños de las gomerías parecen haber sido focos de resistencia, sabida es su predilección por este  suplemento literario al que ciertamente honran. .

Finalmente creo que hay que poner en valor la tarea del aseo de partes íntimas: no deja de ser una revalorización de libros clásicos que han tenido ediciones y traducciones mejoradas, o libros medio pelo cuyos autores voluntariosos costearon tiradas astronómicas. Llegar a toilette-paper al que además se puede valuar según el caso. Porque se abre aquí un campo inmenso de posibilidades: no es lo mismo limpiarse  con el Buscón de Quevedo o Madame Bovary, que con un libro de cuentos de Garmendia editado por La Papa.

Sin duda que esto apreciaría la atención a la materialidad del libro, los e-books no son ni una sombra ya. Además, se atendería a propiedades de los libros que ahora pasan desapercibidas. Por ejemplo, se discutirá con vehemencia entre un libro sesudo pero rugoso, o algo más pasatista pero blando. No descartemos que haya compras de urgencia: la poesía es gran candidata para estos casos con su tan profunda brevedad.

Por último, no se debe despreciar que antes de consumado el acto sanitario, estos textos tienen la chance preciada de recibir una última atención. Incluso, por qué no, su mejor lectura por las condiciones de concentración inigualable. Esta es una dignísima partida; serán más libros que nunca y más necesarios de lo que jamás se hayan sentido.

© LA GACETA

Santiago Garmendia - Escritor, doctor en Filosofía.

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