El día que Menem habló de viajes a la estratósfera en el norte salteño: la historia contada por sus protagonistas
En un caluroso marzo de 1996, el expresidente sorprendió en Salta al anunciar vuelos espaciales que conectarían el mundo en 90 minutos. Esta crónica viaja a aquel día, revelando las promesas celestiales frente a la cruda realidad del Chaco Salteño y el descontento social por las privatizaciones.
El día que Menem habló de naves espaciales en el norte salteño: la historia contada por sus protagonistas
"Dentro de poco tiempo se va a licitar un sistema de vuelos espaciales mediante el cual desde una plataforma, que quizá se instale en Córdoba, esas naves van a salir de la atmósfera, se van a remontar a la estratósfera, y desde ahí elegirán el lugar donde quieran ir, de tal forma que en una hora y media podremos estar en Japón, Corea o en cualquier parte del mundo."
El eco de estas palabras, pronunciadas por el entonces presidente Carlos Saúl Menem, se expandió por el sofocante aire de Tartagal aquel primer lunes de marzo de 1996. El sol implacable del Chaco salteño bañaba la Escuela N° 160 Coronel Vicente de Uriburu, donde Menem se disponía a inaugurar el ciclo lectivo nacional. Entre el murmullo de los cientos de niños en sus impolutos guardapolvos blancos y la atenta mirada de los funcionarios, la promesa de un viaje casi interplanetario se materializó en un instante tan deslumbrante como inverosímil. Fue un momento que, por su audacia y su profundo contraste con la realidad local, quedaría grabado para siempre en la crónica de una Argentina que oscilaba entre la modernidad global y las urgencias más terrenales. A casi treinta años de ese discurso, sus palabras vuelven a hacerse masivas en formato de serie por streaming, con estrellas cinematográficas y la lógica de un show que si bien Menem no conoció, bien podría haberla hecho brillar.
Un escenario impecable para un anuncio cósmico
La llegada presidencial a Tartagal se produjo en un momento de creciente convulsión social. Las privatizaciones masivas de servicios públicos sembraban zozobra por todo el país y la incertidumbre laboral comenzaba a teñir el horizonte de miles de familias del norte salteño. Sin embargo, para la ocasión, la ciudad se había transformado casi como un decorado. La comitiva fue recibida con la explosión de colores y sonidos de la comparsa del Pim Pim, donde las comunidades aborígenes Tobas, con su danza ancestral, ofrecieron un recibimiento auténtico, ajeno a los protocolos. Era un atisbo de la verdadera Salta, vibrante y arraigada.
Dentro del edificio escolar, el ambiente era de una pulcritud casi irreal. La escuela relucía, preparada para la foto. Mary Zavala, entonces maestra de primer grado en la institución, recuerda vívidamente los exhaustivos preparativos, teñidos de una mezcla de protocolo y desconcierto. "Fue, es muy anecdótico, porque por cierto, ha quedado grabado en la memoria de todos nosotros, semejante cantidad de preparativos y protocolos por seguridad, para escuchar de un Presidente de la Nación una tomada de pelo", relata a LA GACETA. Se habían entregado identificaciones semanas antes, las rutas de circulación estaban estrictamente definidas, y solo los alumnos de sexto y séptimo grado podían asistir, seleccionados para la ocasión. "Teníamos que estar impecables, la escuela le sacaron lustre por todos lados", detalló Zavala, evocando el minucioso esfuerzo por presentar una fachada perfecta, casi ficticia.
Marcelo Abraham, hijo del intendente local de aquel entonces, vivió la jornada desde las entrañas de la comitiva. "Me acuerdo que fue un día muy especial", cuenta a LA GACETA, con su voz transportándose a esos momentos. Recuerda el viaje desde el aeropuerto en colectivo junto a su padre y el presidente, y que luego, con la llegada a la escuela, la incredulidad lo asaltó en el mismo instante del discurso. Una vez en el palco, al lado de Menem, la contradicción golpeó con fuerza: "En el momento que él toma el micrófono y se pone a hablar esto de las naves espaciales yo digo 'este está hablando boludeces' y nos mirábamos entre todos". Pero la duda, fugaz, lo invadió: "Después pensé 'no será que nosotros seremos los burros y ellos estén tan adelantados'. Me sonaba todo muy futurista", confesó.
En ese auditorio, compuesto escolares, la solemnidad de los abanderados, la presencia digna de los gauchos y las comunidades originarias, y el murmullo de los curiosos que se asomaban por cada rendija, la promesa de vuelos estratosféricos resonaba con una disonancia casi dolorosa. Para muchos docentes, la reacción inmediata fue la risa, una risa teñida de asombro y desconcierto. "Nos reímos, nos reímos", confiesa Mary Zavala, la perplejidad aún palpable en sus palabras. "Era un hombre que como que lo sostenían entre otros, porque no podía a veces coordinar una palabra, iniciar una búsqueda, una orientación. No quiero pecar de decir yo una definición, pero era como si hubiera tomado algo, como si hubiera consumido algo", añade la maestra, perpleja por la incoherencia de un discurso tan grandilocuente en un contexto tan terrenal.
La frase, irrisoria para la mayoría, se convirtió en una burla interna, un chiste amargo que perduró: "Decíamos en tono de burla: en qué año vamos a ir a la estratosfera. Nuestra pobre Argentina está muchas veces en manos de cualquiera que no tiene dos dedos de frente". Los propios niños, recuerda Zavala, en su inocencia, preguntaban después: "¿cuándo vamos a ir al espacio, seño?". El balance final de aquel momento fue contundente: "Fue un bochorno todo".
"¡Nos estamos cagando de hambre!"
Mientras la audaz visión cósmica se disolvía en el caluroso aire salteño, la comitiva presidencial se trasladó al Círculo Argentino para la entrega de kits escolares del Plan Social Educativo. Fue allí donde la cruda realidad del norte salteño, ya asfixiado por las privatizaciones y la incipiente desocupación que siguió al desmantelamiento de YPF, encontró una voz valiente. Gabriel Contreras, entonces presidente de la Juventud Peronista de General Mosconi, irrumpió en la escena con un grito que, para las autoridades, pasó desapercibido entre los aplausos, pero que reverberó en el corazón de los presentes. Las crónicas de la época registraron el incidente con sobriedad: "Al salir del Círculo se produjo el único incidente del que las autoridades no se percataron. Gabriel Contreras, afirmando ser dirigente de la Juventud Peronista de General Mosconi, expresó en voz alta: 'Presidente ¿para cuándo la zona franca de Mosconi? ¡Nos estamos cagando de hambre!'".
Casi 30 años después, Contreras, con la memoria intacta y el dolor aún presente, amplía el relato de aquel enfrentamiento. "El tipo (Menem) ya había venido antes a Mosconi prometiendo que no iba a privatizar YPF. Muchos lo habían votado", explica a LA GACETA. Con la audacia de sus 26 años y su rol de dirigente peronista, Contreras logró acercarse al presidente. "Le agarré la mano y le digo que la gente se había quedado sin trabajo por las privatizaciones. También le hablé de los chicos de las misiones aborígenes. Yo le digo que es lamentable la situación en la que viven los wichis. Yo le fui a plantear esas problemáticas", relata.
"Yo lo que le dije, adelante de los chupamedia de turno que lo aplaudían, era que 'qué viene a hablar de cohetes a Japón si acá nadie va a ser astronauta, si a nosotros no nos alcanza ni para ir a Salta y los chicos wichis se están muriendo de hambre'. Se lo dije en la cara. Se ve que lo que dije le molestó al gobernador Juan Carlos Romero", afirma Contreras. La respuesta oficial fue inmediata y brutal. "Después de eso salí, caminé dos cuadras y me agarra la cana. Quisieron inventar que yo me había sacado unos kit escolares y que lo había insultado", rememora Contreras, quien fue detenido y golpeado por la policía. "Me tuvieron dos horas, me hicieron cagar. La Policía me decía 'te haces el Che Guevara, tomá'". A pesar del trauma, el arrepentimiento nunca llegó: "Nunca me arrepentí de lo que dije y lo volvería a hacer. Las medidas de Menem mataron a mi familia, a mi pueblo". El norte, que alguna vez fue "una zona pujante", había sido "entregado atado" y "saqueado", una herida que aún hoy lo entristece profundamente.
La mirada política
Desde la perspectiva de la política provincial, Walter Wayar, entonces vicegobernador de Salta, ofreció una mirada matizada sobre aquel día. "Tengo muchos recuerdos de Carlos Menem, era una persona muy popular que convocaba multitudes. Me acuerdo que en Tartagal era un amontonamiento de figuretis que querían estar en la foto, gente fotogénica que a lo largo de los años estuvieron en la foto con todos. Me acuerdo que se pegaban codazos y zancadillas para estar al lado de Menem y después de esto lo negaron", explica a LA GACETA, con una pizca de ironía. Wayar, con una postura de autocrítica peronista, no esquiva la responsabilidad: "Yo como peronista me hago cargo de todos los aciertos y desaciertos del Presidente". Y aunque Menem "pasó por encima" a la campaña de Cafiero en Salta, la victoria a nivel nacional fue celebrada: "En Cachi, mi departamento, ganó Cafiero por el 79% pero estaban todos tristes y cuando se enteraron que ganó Menem a nivel nacional, la gente bailaba y festejaba". A pesar de la popularidad, Wayar es categórico sobre los errores: "Cometió muchos errores, como privatizar las empresas del estado, fue gravísimo; pero tuvo muchísimas cosas positivas que hizo".
Una mesa familiar
El broche de oro de la jornada, lejos de los estrados políticos y las tensiones sociales, fue un almuerzo íntimo. Budi Esper, anfitrión de la comida, rememora con cariño la faceta más personal del presidente. "Mi papá fue peronista y muy amigo de Carlos. Vino varias veces a comer a casa. Tenemos muchas anécdotas con él, muchas divertidas", comparte Budi a LA GACETA. La casa familiar de los Esper, un refugio de hospitalidad y sabores, se transformó en el comedor presidencial. El menú, por supuesto, fue comida árabe, una debilidad de Menem. "Mi mamá es Siria y su costumbre es que las mujeres sirvan a los hombres. Quería ponerla a una ministra y a una senadora a servir la comida", cuenta Budi entre risas. Para Esper, Menem era "un personaje, para matarse de risa. Tenía un magnetismo muy particular. No solo con la mirada, sino con las palabras". La seguridad presidencial había arribado días antes con "teléfonos satelitales y dispositivos de seguridad", pero el trato de Menem con su madre fue de una cercanía sorprendente, "como con una hermana".
La cocina de la madre de Budi era legendaria. "Mi mamá era una campeona cocinando. Juan Carlos Romero solía decir que él comió comida árabe en todo el mundo, pero ninguna como la que hacía mi mamá. Con mi hermano veíamos que Menem y Romero no paraban de comer", recuerda Budi. Por esa mesa histórica pasaron incontables figuras: "También pasaron otros presidentes, los príncipes de España y hasta el Che Guevara", revela Esper.
Aquel día de marzo de 1996, Tartagal fue el vivo reflejo de una Argentina en plena transformación: entre la audacia de promesas galácticas y la cruda materialidad de una realidad que clamaba por soluciones urgentes. Fue un día que marcó la profunda desconexión entre la retórica oficial y el latir de un pueblo que, a pesar de la quietud aparente, sentía el peso de un futuro incierto. La maestra Mary Zavala resume el sentimiento general: "Sentíamos que vino de Buenos Aires a decir cualquier opería a estos norteños", lamentándose de que, a pesar del momento complicado que vivía el norte con las privatizaciones, "nadie, nadie, nadie hizo nada" para confrontar directamente esas palabras.







