“Aunque dolió lo de la final, acá estamos”: los hinchas de San Martín renuevan su fidelidad en Santiago

El recuerdo de Rosario no detuvo a estos fanáticos que, desde cada ruta y cada bandera, mantienen viva la pasión.

Foto: Osvaldo Ripoll - LA GACETA Foto: Osvaldo Ripoll - LA GACETA

Aunque no haya entradas de protocolo ni comodidad garantizada, aunque la ruta sea larga y la espera bajo el sol, hay algo que siempre está: el amor por San Martín. Así fue como, en la previa del partido contra Güemes, muchos hinchas se reunieron en las inmediaciones del Jardín Botánico, a pocos metros del estadio Madre de Ciudades. Allí, con permiso de la policía, colgaron una bandera cargada de promesas y cicatrices. “Te juro que amor, nunca te va a faltar”. No fue una frase al azar: fue la declaración de quienes nunca se bajan.

Entre tantos rostros de ilusión y camiseta roja y blanca, estaban José Daniel Baca, su amigo Alejandro Mendoza y su cuñado. Los tres partieron con lo justo, pero con el corazón lleno. No necesitaban mucho más. “Venir a ver a San Martín, hacer ruta por San Martín, verlo jugar… para mí San Martín es todo”, confesó Baca con la voz cargada de emoción. “Lo sigo desde chico, porque me llevaba mi viejo. Ahora comparto esto con mi hermano y con mi cuñado. Vivo lo que San Martín me da”, dijo, como quien no concibe la vida sin esos colores.

Es cierto; los recuerdos duelen, pero también empujan. La herida de Rosario no cicatrizó, pero el amor no se negocia. “Pase lo que pase, aquí estamos. El hincha se vuelve a ilusionar este año. Está dolido por la final, pero igual, acá está, firme, en las buenas y en las malas”, reflexionó Mendoza, con la serenidad de quien ya aprendió a levantarse mil veces. Porque para ellos, volver a ilusionarse es casi un acto de rebeldía.

La bandera que llevaron fue cosida por la madre de Baca. No por una cuestión estética, sino porque el aliento también se teje en casa. “Mi vieja hizo la bandera. Vamos a todos lados, ¿me entendés? Seguimos, apoyamos a San Martín”, contó José Daniel, con una mezcla de orgullo y ternura que le brota sin disimulo.

Un pedido sencillo

También hay cosas que duelen en silencio. No piden privilegios, solo un poco de libertad para sentir que también son parte. “Por lo menos dennos la libertad de traer una camiseta y de poner una bandera dentro. Con el precio de la entrada, por lo menos un privilegio, qué sé yo. Siempre pasa lo mismo. Pero ya está, guardamos la camiseta y seguimos con lo que hay”, dijo Mendoza, resignado, aunque con la fuerza intacta.

Para ellos, no hay distancias, ni protocolos, ni sistemas que puedan frenar el sentimiento.

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