Agustín Franco. Benjamín Papaterra/LA GACETA.
El fútbol está lleno de historias épicas. Algunas suceden en la cancha; otras, en aeropuertos, terminales de colectivo y comisarías. Esta le tocó a Agustín Franco, un juvenil de Atlético, que casi se queda sin su primera pretemporada por olvidarse el DNI.
Todo empezó después de un partido de Reserva contra Boca. El joven volante había errado un penal y asegura que no se encontraba en las mejores condiciones anímicas. Encima, recibió una noticia dura: su abuela estaba enferma. Terminó el partido y, preocupado por su familia, decidió irse a su casa en Buenos Aires a verla.
“Jugamos un jueves, me fui a casa a compartir un rato y fijarme cómo estaba. El viernes, cuando quería sacar pasaje para volver a Tucumán, me di cuenta de que no tenía el DNI”, cuenta. La búsqueda se volvió frenética. Llamó a su familia, revisó bolsos, pero el documento no aparecía. Un compañero de la pensión le confirmó lo peor: el DNI estaba guardado en una caja en Tucumán.
Y como si fuera poco, al día siguiente recibió la convocatoria a entrenar con la Primera. “Ahí me quería matar”, admite. Sin documento, sin pasaje y con la chance más importante de su carrera flotando en el aire, Agustín improvisó: fue al Aeroparque con la esperanza de que lo dejaran subir. No hubo caso. Perdió ese pasaje también y le dijeron que, como mínimo, debía tener una denuncia por extravío.
Corrió a una comisaría. Lo hicieron esperar. Fue a otra. Más demora. Finalmente, logró el papel y volvió a Retiro para sacar un segundo pasaje. Viajó con lo justo y llegó a Tucumán un domingo a la siesta. El lunes ya entrenaba con Primera. Pero la novela no terminaba ahí.
Cuando anunciaron la lista de jugadores que viajarían a Buenos Aires para la pretemporada: volvió el drama: el documento seguía en Buenos Aires. “Yo ya sabía que no iba a poder viajar sin el DNI. Me puse a buscar a Luca, a Seba, a todos, no dormí hasta las tres de la mañana pensando que iba a perder la oportunidad”, recuerda. La ansiedad le ganaba la pulseada.
El milagro llegó en el aeropuerto de Tucumán. “Dije: ‘Que sea lo que Dios quiera’. Por suerte, el técnico habló con la gente, y como era conocido, me dejaron viajar”, relata entre risas.
¿El documento? Seguía en manos de su compañero Luciano Vallejo, que vive en Tandil y volaba desde Ezeiza. “Le dije: 'Vos me tenés que salvar, yo me mandé la cagada. Mandámelo en Uber, dejámelo en Ezeiza, ¡hacé algo!’”.
Hoy, entre entrenamientos y charlas, Agustín sigue pendiente del documento como si fuera su botín derecho. “Estoy vuelto loco. De acá no me voy sin el DNI”, jura.







