Mientras la AFA reparte discursos sobre el “juego limpio”, firma contratos millonarios con casas de apuestas extranjeras que empapelan camisetas, estadios y hasta las transmisiones televisivas. Es una sociedad elegante: una mano lava la otra, y las dos se llenan de buenos dividendos. Pero mientras tanto, allá abajo, en el barro sin glamour del fútbol de ascenso, los jugadores no giran la ruleta. Son la ruleta, fichas humanas, marionetas de una partida en la que no reparten cartas, apenas las reciben.
En las últimas semanas, la Primera C volvió a los titulares de los principales medios periodísticos de nuestra tierra. No fue por un gol desde 40 metros, ni por un ascenso con épica de potrero. Nada de eso. Fue por El Porvenir, ese club viejo, herido y terco que se niega a desaparecer y que cada tanto vuelve a escena envuelto en sospechas.
Coreografía de lo absurdo
Esta vez, cuatro futbolistas brasileños quedaron suspendidos por vínculos con apuestas ilegales. Habían aterrizado en Gerli con pasaportes en regla y promesas de redención, traídos por un grupo inversor que había sido sugerido por Darío “Ruso” Siviski (ex futbolista de Independiente y San Lorenzo radicado en Brasil) y que es liderado por un empresario vinculado a negocios con criptomonedas en el estado de Pará en el vecino país. A cambio de U$S 20.000 mensuales, la dirigencia del “Porve” entregó el fútbol del club como quien entrega las llaves de una casa que ya no puede habitar.
Lo que vino después fue una coreografía de lo absurdo: goles regalados, penales teatrales, tarjetas sin causa y suspicacias en cada partido. Eso fue lo que comenzó a encender las alarmas, y desde la tribuna y a través de un programa partidario del club, los hinchas comenzaron a coleccionar jugadas insólitas como quien junta pruebas en un crimen sin cadáver. Ya había pasado algo similar allá por 2022 cuando Diego Córdoba, por entonces arquero del “blanquinegro”, había confesado que un compañero le había ofrecido dinero para perder el primer tiempo de un partido. Y ahora la película se repitió, pero esta vez con subtítulos en portugués y villanos con acento balcánico.
La AFA respondió con su tono habitual: solemnidad de mármol, mirada al cielo y sanciones preventivas. Apuntó a los cuatro jugadores brasileños que habían caído en Gerli como paracaidistas que buscan su sueño (sanción provisional por 90 días), y a un representante serbio (prohibición para ingresar a los estadios argentinos y para cumplir el rol de agente). Como si ellos fueran criminales caídos inesperadamente, sin preguntarse quién les abrió la puerta, o qué dirigente fue el que firmó ese acuerdo para que pudieran llegar a nuestro bendito fútbol de ascenso.
Otra historia
“Juego limpio”, dijo el comunicado. Hermosa ironía. Porque mientras repiten ese mantra como si fuera una oración sagrada, sus principales socios (los mismos que apadrinan a la Selección campeona del mundo) permiten que alguien en Singapur, por ejemplo, apueste si habrá más de cuatro córners en los primeros 20 minutos del duelo entre Leandro N. Alem y San Martín de Burzaco.
Y mientras los reflectores apuntaban a Gerli, otra historia se incendiaba en Salta. En Gimnasia y Tiro, dos jugadores se fueron por la puerta de atrás del club. Uno de ellos, Luis Olivera (ex River), confesó que tenía una adicción al juego. Lo hizo después de que dos hombres aparecieran en la sede del “Millonario” salteño exigiendo una deuda (supuestamente vinculada a las apuestas ilegales). El parte de prensa del club fue una poesía del eufemismo: “motivos personales”, dijo sobre la rescisión. En la vida real, hay un jugador en tratamiento, y una historia atravesada por las mismas sombras.
Apuestas desde cualquier parte
Así está el ascenso: contratos que no se cumplen, lesiones sin cobertura, promesas huecas, dirigentes que prefieren no preguntar y representantes que siembran ilusiones como caramelos. Todo mientras un apostador en cualquier rincón del mapa espera que un defensor se duerma en una pelota cruzada para cobrar su ticket.
Y sí, también se puede apostar en vivo y en directo, desde Asia por ejemplo, si Bella Vista y Deportivo Graneros (algo más cercano para nosotros) hacen más de dos goles un sábado por la tarde por el Regional Federal. Nadie sabe cómo, nadie pregunta, pero todos lo permiten. ¿Por qué? Porque parece que conviene.
El problema no es El Porvenir. Es un sistema que huele a podrido desde hace rato. Un ecosistema sin control, sin gremio, sin cuidado. Una AFA que se indigna cuando el escándalo se vuelve viral, pero que no arma protocolos, no capacita, no regula. Una estructura en la que todo puede ser objeto de apuesta: goles, laterales, lesiones, errores, derrotas. Y cuando todo se apuesta, todo se contamina. Hasta la esperanza de que alguna vez, solo alguna vez, la pelota vuelva a rodar limpia.
Porque si se puede apostar cuántos saques de arco habrá en la Reserva de la Primera D, pero no garantizar que un joven de 19 años cobre a fin de mes, entonces no es sólo un problema ético. Es una tragedia cultural, un fracaso colectivo.
Vara implacable pero selectiva
Y así, mientras la AFA besa logos y canta himnos al Fair Play, los potreros del ascenso se hunden en el lodo de un sistema que los traga. No por malos, ni por torpes; sino por vulnerables. Porque cuando todo se compra y se vende, hasta los sueños tienen precio. Y en el tablero de este casino disfrazado de campeonato, hay clubes que resisten y hay jugadores que luchan.
Mientras tanto, la AFA sigue aplicando la ley con una vara implacable, pero también selectiva: tres fechas para Gabriel Hachen, de San Martín, por una plancha; seis meses para Jeremías Perales, de Gimnasia de Jujuy, por una fractura a un rival. Rigurosidad quirúrgica cuando la falta es dentro del campo, cuando el error es producto del juego. Pero ante la sospecha de amaños, apuestas ilegales y redes internacionales que compran voluntades en el ascenso, apenas hay comunicados, sanciones preventivas, y un silencio que aturde. Así, lo que nace del fútbol se castiga sin titubeos, pero lo que nace del negocio, apenas se roza. Es el Fair Play a la carta, un reglamento que pisa fuerte donde puede y flota donde conviene.









