Juan A. González
Doctor en Ciencias Biológicas
El cielo otoñal de Tucumán pronto oscurecerá. La quema de caña de azúcar en pie y de restos de cosecha, la incineración de basurales a cielo abierto, la quema de pastos al borde de las banquinas y de pastizales en la montaña, así como el aporte de gases y polvo del transporte urbano y rural, entre otros factores, harán realidad lo que se afirma.
Para dimensionar el problema, basta recordar que en la zafra 2024 se quemaron 54.000 hectáreas, lo que generó 81 millones de toneladas de anhídrido carbónico, además de otros gases irritantes para los ojos y las mucosas. Entre las partículas emitidas se encuentran las denominadas PM 2,5, que son más pequeñas que el diámetro de un cabello humano, pero cuyo efecto sobre la salud es alarmante.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el tamaño de estas partículas les permite penetrar profundamente en los pulmones y causar una variedad de problemas, incluyendo enfermedades respiratorias, cardiovasculares e incluso cáncer. Por ello, la OMS recomienda que el valor de PM 2,5 se mantenga por debajo de 5 microgramos por metro cúbico de aire como promedio anual y no supere los 15 microgramos como media en un período de 24 horas.
Gracias a la red de sensores de contaminación instalados en Tucumán por el Laboratorio de Estudios Atmosféricos, dirigido por el Dr. Rodrigo Gibilisco (UNT-Conicet), hemos comenzado a obtener datos certeros sobre la presencia y concentración de PM 2,5. Y los resultados son preocupantes.
Mediciones
En un reciente congreso científico realizado en Viena (Austria) (European Geosciences Union (EGU), investigadores del Laboratorio mencionado y otros de Córdoba, Alemania e Italia, presentaron resultados de mediciones de calidad del aire realizadas entre abril de 2023 y abril de 2024 en Tucumán. Los datos son alarmantes: la concentración de PM 2,5 superó los valores recomendados por la OMS en un 38,7 % de los días analizados. Las mayores concentraciones se registraron entre abril y septiembre, con un pico en agosto. A modo de comparación: Los Ángeles supera el límite de 15 µg/m³ establecido por la EPA en menos del 10 % de los días del año, mientras que Tijuana, conocida por sus problemas de calidad del aire, lo excede en aproximadamente el 30 % de los días. Huelga comentar sobre la peligrosidad del aire que respiramos diariamente en el período otoño-invierno en el Jardín de la República.
Según el Instituto de Política Energética de la Universidad de Chicago (EPIC), la contaminación atmosférica es “la mayor amenaza externa para la esperanza de vida humana”. La misma es comparable con el tabaquismo y supera en más de tres veces los efectos del consumo de alcohol. Por otra parte, el Índice de Calidad de Aire y Calidad de Vida (AQLI), desarrollado por esa universidad, señala a Tucumán como una de las ciudades más contaminadas de Argentina.
El estudio presentado en Viena muestra con claridad que las zonas de mayor contaminación atmosférica coinciden con el centro-este de Tucumán, donde los satélites registran año tras año la quema de cañaverales, entre otras.
La quema no es una situación nueva, pero ahora contamos con evidencia científica y médica de sus efectos a nivel poblacional. La pregunta inevitable es: si ya existen al menos cinco leyes que prohíben la quema de vegetación, ¿necesitamos hacerlas más exigentes? ¿O será necesario mejorar los sistemas de control con ayuda de tecnologías de alerta temprana? ¿O simplemente vamos a seguir mirando hacia otro lado?