Meta Tucumán y el tránsito en Tucumán: “En Argentina no tenemos internalizada la moral vial”
El antropólogo Pablo Wright, que abrirá el Segundo Foro Responsable, recorrió las calles de la capital a bordo de un Mercedes Benz eléctrico EQA que Rolcar S.A. facilitó para hacer posible la entrevista. En el trayecto, lanzó una observación tras otra sobre el vínculo del tránsito con la cultura. Su mirada, entrenada para detectar lo que la mayoría pasa por alto, transformó el recorrido en una clase abierta sobre normas, y urbanismo
SIN PROTECCIÓN. La falta de uso de cascos en motociclistas es una de las infracciones más comunes, en la capital. LA GACETA/ Foto de Analía Jaramillo.
Conducir por una ciudad por primera vez es, en muchos sentidos, como leer un libro abierto. Las calles, los gestos de los conductores, las señales (o la falta de ellas) revelan más de lo que parece. Dicen cómo nos vinculamos, cómo cuidamos al otro (o no), y hasta qué nivel de respeto tenemos por las normas que rigen la convivencia.
Con eso en mente, y algunas primeras impresiones en su cabeza, Pablo Wright observó que en la capital el problema no es de velocidad ni de señales visibles, sino de lógica colectiva.
“El tránsito es una gran ecología. Hay muchos actores y todos deberíamos prever nuestras maniobras con antelación, aunque no nos educan para eso”, explicó mientras esquivaba una moto que lo sobrepasaba por la derecha.
La escena sirve de ejemplo para ilustrar su tesis principal: “En Argentina no tenemos internalizada la moral vial”.
Es que para él, el tránsito también puede interpretarse como solidaridad. Frenar, usar casco o ceder el paso no son solo actos individuales, sino gestos que sostienen un sistema. “Pero no premiamos esas acciones. Solo castigamos. Nos falta la sanción positiva: decir 'hiciste lo correcto'”, señala.
A su alrededor el bullicio del tránsito no cesa. Es cerca del mediodía y el movimiento es intenso. No obstante, dentro del auto 100% eléctrico que conduce el antropólogo, el panorama es otro. Este vehículo tiene un andar silencioso, una excelente autonomía y cero emisiones, algo que lo hace ideal para moverse por la ciudad, aún en esa hora pico.
El viaje sigue, y Wright analiza en tiempo real un paisaje donde reina el apuro, y la convivencia parece librada al azar.
Esta experiencia busca mucho más que una opinión técnica: apunta a generar conciencia sobre la necesidad urgente de una transformación colectiva. Porque como ya lo advierten las estadísticas, no hay solución mágica sino un cambio que empieza en cada uno, y se sostiene solo si lo construimos entre todos.
ANÁLISIS. El antropólogo observó los detalles del paisaje vial capitalino, entre el aeropuerto Benjamín Matienzo y el Hotel Hilton. LA GACETA/ Foto de Analía Jaramillo.
Motos, celulares y desigualdad: síntomas de una trama más profunda
Si se le pidiera una medida urgente para Tucumán, Wright no duda: abordar la problemática de las motos. No desde la criminalización, sino desde la comprensión del fenómeno. “Hay que entender cómo alguien que no tenía nada accede a una moto. Es un proceso social”, detalló. Y en esa línea propuso una acción concreta: que las motos se vendan con casco incluido, como parte indivisible del vehículo.
En ese marco, el antropólogo planteó que la educación vial debe comenzar desde el momento en que una persona se sube por primera vez a una moto.
“¿Quién enseña? ¿Su familia? ¿Alguien con experiencia o nadie? ¿Cuándo lo hace? ¿Ya tenía moto antes? Todo eso importa. Hay que formar motociclistas, no solo habilitarlos”, consideró.
La motocicleta, para Wright, es el síntoma visible de un proceso económico y social más amplio. “Antes se podía comprar un auto usado. Hoy la moto es lo más accesible. El problema no es este vehículo en sí, sino cómo se la integra al tránsito y cómo se prepara a la gente para usarla”, analizó.
El experto indicó que también se hace presente aquí el tema de la infraestructura, ya que muchas ciudades no están adaptadas a este auge.
Wright sostuvo que este medio de transporte representa movilidad, pero también vulnerabilidad. “Una familia entera en una sola moto sin casco es un síntoma de que el sistema falló en muchas dimensiones”, continuó.
Y remarcó que más que demonizar su uso, su idea es integrar a los motociclistas a un tránsito pensado para todos. “Hay que hablar con ellos, entender sus recorridos, sus necesidades, y construir una infraestructura que los incluya y los proteja”, dijo.
Punto aparte para otro aparato que apareció en ese ecosistema caótico. El celular.
“Ya es casi un órgano más”, advirtió el antropólogo graduado en la Universidad Nacional de Buenos Aires.
Este pequeño dispositivo está siempre en la mano, incluso cuando se conduce, cómo el mismo observó en una motociclista.
“Aunque tengas manos libres, una parte de tu mente está en la conversación. Ya sabemos: si alguien va lento o se mueve raro, seguro está con el celular. Está jugando otro juego: el juego de la llamada”, sentenció.
COSTOS ALTOS.
Educación, ciudadanía y construcción colectiva del espacio público
El tránsito se pone lento en el microcentro, y las doble filas empiezan a aparecer cerca de escuelas. Es casi el horario de salida de los alumnos del turno mañana, y sus padres se aglomeran afuera de las instituciones.
Wright insistió en que “esto se soluciona con tres pilares: educación, control y sanción. Pero reales”. Y en ese esquema, la clave está en empezar desde la infancia. “No alcanza con decir que está mal no usar casco o cinturón. No lo usamos porque no aprendimos a hacerlo. Y eso, en un siniestro, puede ser la diferencia entre vivir o morir”, manifestó.
A la par, propuso acciones concretas que podrían impulsarse desde las escuelas, como talleres con estudiantes, docentes y familias.
Una de sus ideas es organizar un “Día de la calle viva”, una jornada simbólica para pensar en qué ocurre en la calle y cómo cada uno de nosotros produce esa realidad. “No somos solo víctimas del tránsito. También lo generamos. Hay que desarrollar la capacidad de modificar colectivamente la situación”, planteó.
Esta perspectiva lo llevó a reflexionar sobre el rol de la violencia y la masculinidad en la conducción. “Hay algo de la masculinidad en cómo se cruzan las calles. Como quien torea: ‘mirá qué macho soy, que no tengo miedo’. Esa actitud es parte de lo que hay que transformar. No solo con normas, sino con nuevas formas de enseñar”, aseveró.
Por otro lado, el antropólogo indicó que muchas veces quienes toman decisiones no están formados en los saberes necesarios.
“Si tenés solo un ingeniero pensando en cordón cuneta, estás limitado. Hay que educar también. No todo se resuelve con barreras físicas”, deslizó.
Wright consideró fundamental que los equipos técnicos del Estado incorporen miradas interdisciplinarias. “El tránsito es un fenómeno social, no solo de infraestructura. Si no entendés por qué la gente actúa como actúa, tus políticas pueden fracasar”, expresó.
Así, expuso la necesidad de sumar especialistas que trabajen con datos pero también con observación directa, hipótesis culturales y diálogo con la ciudadanía. “El saber técnico es necesario, pero no suficiente. Hay que saber leer la calle y sus dinámicas sociales.”
UNA APUESTA. Para Wright, corregir los errores actuales llevarán años y deberá ser un desafío de varios gobiernos. LA GACETA/ Foto de Analía Jaramillo.
El valor de pensar el tránsito con otras disciplinas
“San Martín de los Andes funciona bastante bien”, remarcó Wright, como ejemplo de un modelo que se podría imitar.
Allí, empresas de turismo, transporte y otros sectores llegaron a un acuerdo para mantener el orden vial. ¿El motivo? No espantar turistas. “Un interés común que superó los intereses sectoriales. Eso se podría intentar acá también. Pero lleva tiempo. Quizás dos o tres gestiones de gobierno”, analizó.
En este contexto lleno de normas que no se cumplen, infraestructuras anticuadas, y un camino largo por recorrer, ¿por qué la antropología puede aportar una mirada única?
“Porque vemos lo que otros no. Como el dentista con tu boca. Observamos conductas, generamos hipótesis, pensamos en cómo modificarlas. Ves un casco en el codo de un chico, una familia de cuatro en moto. Eso dice algo. No es un hecho aislado: es producto de un proceso social”, respondió Wright.
Y antes de terminar el recorrido, el antropólogo recuerda una experiencia que lo marcó, con Alemania como escenario. “Fui el único que intentó cruzar a mitad de cuadra. Al final, no lo hice. Seguí a un alemán que fue hasta la esquina. Acá cruzamos por donde sea. Nos acostumbramos. Eso es lo que hay que cambiar. No es solo infraestructura física. Es la moral, los valores, los comportamientos, que ya tenemos instalados”, finalizó.
Un paso importante para realizar esa metamorfosis que la sociedad necesita para no perder más vidas en hospitales de tránsito, para que el Estado no gaste millones de pesos en accidentes evitables, para que nadie pinte estrellas en medio de la calle por un ser querido que ya no está, es el Foro Tucumán Responsable, que la organización META lleva hoy adelante.
Porque más allá de los semáforos, las multas o las campañas de concientización, el desafío de fondo parece ser construir una nueva ética del tránsito, que entienda que la calle no es un espacio salvaje donde gana el más rápido o el más fuerte, sino un entramado colectivo donde cada gesto es también un acto de cuidado.







