AMOR. Este modelo busca guiar sin sobreproteger, y a la vez marcar límites.
En un mar de información constante, donde las dudas sobre la crianza se multiplican y los modelos de crianza tradicionales son cuestionados, encontrar un faro que ilumine el camino se vuelve más necesario que nunca.
La necesidad de orientación es enorme, y los padres recurren cada vez más a la tecnología en busca de respuestas confiables. Un estudio reciente de la Sociedad Argentina de Pediatría revela que el 70,6% de los padres y cuidadores del país busca habitualmente en internet o redes sociales temas relacionados con la salud y la crianza de los niños. De ellos, el 9,6% lo hace a diario, el 14,4% varias veces por semana y el 7,2% una vez a la semana.
A su vez, un informe de Google señala que siete de cada 10 padres millennials utilizan la web, principalmente desde sus smartphones, para aprender sobre crianza. No obstante, entre tanta oferta de información, no siempre resulta sencillo encontrar enfoques que combinen firmeza, respeto y amor.
Entre las alternativas emergentes, la “crianza faro” (o lighthouse parenting) se presenta como una propuesta de equilibrio entre todas las opciones. Así fue como Cecilia Romero, una mamá tucumana de 31 años, la descubrió mientras buscaba herramientas para criar a su hijo Milo.
“Por supuesto que la voz que más escucho es la de su pediatra, o incluso la de mi psicóloga, pero siento que estas herramientas bien usadas pueden ser grandes aliadas”, señaló. Tras no sentirse del todo identificada con la tendencia de la “crianza respetuosa”, encontró en la crianza faro una respuesta.
Lejos de la sobreprotección y de la permisividad absoluta, este modelo propone que los padres y madres sean como un faro: figuras firmes, visibles y confiables, que brinden luz y guía a sus hijos, permitiéndoles a la vez enfrentar sus propios desafíos.
“Es el equilibrio que buscaba, y pude comprobarlo desde que inició el jardín de infantes. Con pequeños pasos logré que él me vea como su persona de confianza, que me admita sus errores, pero que también sepa que cuando la situación lo amerite habrá consecuencias”, contó la comerciante de indumentaria.
¿De qué se trata esta propuesta y qué desafíos implica aplicarla en el contexto actual?
Una definición
La psicopedagoga Melina Bella explicó que el término fue acuñado por el pediatra Kenneth Ginsburg en su libro Raising Kids to Thrive, publicado en 2015. "Es una forma de criar basada en la confianza en los hijos, equilibrando su autonomía con el apoyo parental", señaló. No se trata de moldear a los niños según deseos adultos ni de dejarlos librados a su suerte, sino de potenciarlos mientras, como adultos, aprendemos y evolucionamos.
La crianza faro se diferencia de modelos más autoritarios, donde se imponen límites sin contemplar los deseos del niño, y también de modelos negligentes, donde falta un vínculo positivo. Entre sus beneficios, Bella destacó que fomenta la autonomía, la seguridad en sí mismos, la confianza y una mejor gestión emocional en los chicos, ayudándolos además a vincularse de manera asertiva con los demás.
"Buscar el perfeccionismo estresa y no colabora", advirtió la especialista, quien sugiere informarse y entender que criar también implica un aprendizaje continuo, en el que el error y la flexibilidad son parte del camino.
Para quienes se sienten culpables por no “hacerlo perfecto”, Bella sostuvo: “El autocastigo no colabora. Lo importante es construir una crianza respetuosa, con límites claros y comunicación diaria, ya que criar con respeto y apoyo es un objetivo posible en cualquier familia".
Un contrapunto
Si bien el modelo tiene defensores, también existen miradas críticas sobre su aplicación. Lourdes García, psicóloga, aportó una perspectiva distinta: "No adhiero a este tipo de categorías porque están descontextualizadas de nuestro medio socioeconómico, histórico y cultural", señaló. García subrayó que estos términos no provienen de manuales de salud mental ni de investigaciones científicas formales, y que su uso indiscriminado puede ser problemático.
Más allá de las etiquetas, la psicóloga recordó que la forma de criar cambió profundamente desde la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989, cuando las infancias fueron reconocidas como sujetos de derecho. A partir de allí, en Argentina se sancionó la Ley 26.061 de Protección Integral de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes, que hoy exige a las familias garantizar una vida libre de violencias y respetar la autonomía progresiva de los chicos.
"Desde la psicología, sabemos que la constitución psíquica del ser humano ocurre por etapas, y que cada niño necesita un 'otro' que lo acompañe con afecto, mirada, palabra y escucha", detalló García. En ese sentido, advirtió sobre los peligros de la falta de disponibilidad afectiva en los hogares, especialmente por el uso excesivo de pantallas. "Hoy vemos con preocupación bebés expuestos a dispositivos desde edades muy tempranas, y una disminución alarmante del juego infantil", apuntó.
Por eso, su propuesta es concreta: más juego, más palabra, más escucha, menos pantallas. "Idealmente, cero pantallas individuales (como celulares y tablets) hasta los seis años", recomienda.
Más allá de modas o etiquetas, García insiste en que el verdadero desafío está en construir vínculos reales, afectivos y respetuosos con los niños y niñas, acompañándolos de manera activa en su crecimiento.
Porque en tiempos de incertidumbre y tecnología, el desafío sigue siendo el mismo: ser la luz que guía, sin eclipsar el camino propio de cada niño.







