La parroquia Santa María Goretti, en Bolonia, tiene un sacristán argentino. Se llama Horacio Riquelme, lleva tres años instalado en Italia y fue imposible no identificarlo, por más que la multitud, tan compacta, no ayudara en la detección de compatriotas. Pero él aportó lo suyo: una camiseta de la Selección nacional. Así todo es más sencillo. A Horacio se le notaba la emoción en los ojos enrojecidos. “Es que perdí la cuenta de la cantidad de veces que me largué a llorar”, afirmó.
Hubo muchos argentinos desperdigados en la inmensidad de El Vaticano. Como el matrimonio de José y Tuti, que llegaron desde Tigre y -el mundo nunca dejará de ser un pañuelito- se encontraron con amigas (madre e hija). Sí, en medio de semejante gentío. “Tenemos un nudo en la garganta”, sostuvieron a coro. Y también estuvo el caso de la sanjuanina Alicia Beja. “Cada domingo escuchaba en casa el Angelus, nunca me lo perdí. Por eso hace seis meses planificamos este viaje con dos amigas, calculando llegar justo para ver al Papa en vivo el último domingo de abril. Y nos encontramos con esto”, apuntó.
Los amigos de Tigre
Pero volvamos a Horacio Riquelme, cuya historia de cercanía con Francisco se remonta a mucho tiempo atrás. “Escuché la noticia de su muerte y no podía creerlo. Lo llamé al párroco y él se había enterado en ese momento. Nos quedamos en shock, pero de inmediato tomamos la decisión de echar a volar las campanas de nuestra iglesia”, relató. A Santa María Goretti se la recuerda como “mártir de la pureza”, destacada por el Papa en más de una oportunidad. Pero Riquelme fue mucho más allá de eso en la reflexión. “Fue un hombre humilde, del pueblo, lo vamos a recordar siempre por eso. Además, le cambió la cara por completo a la Iglesia, abrió sus puertas para que nadie se quedara afuera -señaló-. Le dejó muy alta la vara al Papa que vendrá”.
Fermín Iñiguez nació en Corrientes, pero reside desde hace una década en Roma. “A pocas cuadras del Vaticano”, confiesa a plena sonrisa. Devoto de la Virgen de Itatí, no puede creer que en la Argentina hubo quienes criticaban a Francisco o rechazaban su figura. “Yo les decía a mis amigos: no saben de lo que están hablando. Este hombre es un ídolo mundial, la gente lo adora. Me tocó estar varias veces en las recorridas que hacía por la Plaza de San Pedro y el público lo veneraba. Daban cualquier cosa por sacarse una foto con él”, enfatizó Fermín. Dice que ahora le están pidiendo desde casa que mande rosarios bendecidos de regalo.
Alicia Beja
Por si acaso, Hugo y Gastón -primos, oriundos del Gran Buenos Aires- ya se hicieron con varias estampitas de Francisco. Al igual que miles de peregrinos, ellos habían arribado a Roma para asistir a la canonización de Carlo Acutis, el “influencer de Dios”. Se quedaron con las ganas, ya que ese ritual se postergó, pero a cambio vivieron la despedida de Francisco. “Entramos a la basílica el jueves, muy temprano, y conseguimos verlo -indicó Gastón-. Me pareció increíble la gente que se sacaba selfies adelante del cajón, una desubicación total. Creo que después prohibieron eso”. Según Hugo, al Papa se lo recordará por la buena onda que estableció con los jóvenes: “él borraba la diferencia de edad, era uno más de nosotros”.








