Se suele pensar que la vida de un futbolista profesional está rodeada de admiración y éxito, pero no siempre es así. Y muchos recorren el camino del fútbol lejos de casa: el costo emocional puede ser alto. Francisco Bonfiglio lo sabe bien. Con 21 años, el delantero volvió a Argentina hace dos años para buscar su lugar en la Primera División. Hoy, su historia continúa en Estados Unidos, con una nueva oportunidad en Miami FC, en medio de una comunidad que lo hace sentir como en casa, pero a miles de kilómetros de ella.
Bonfiglio no se rinde. El fútbol lo ha llevado por caminos inesperados, a veces duros, y otras llenos de promesas nuevas. Tras un año en Atlético, donde debutó en Primera y vivió experiencias que marcaron su carácter, el delantero dio un nuevo giro en su carrera: cruzó el continente y se instaló en Miami para vestir la camiseta del Miami FC, un club de la USL Championship (segunda división del fútbol estadounidense) con una fuerte presencia argentina.
El salto no fue fácil, pero para Bonfiglio representa una oportunidad distinta: un cambio de aire, un nuevo entorno competitivo y una cultura futbolera que, aunque se mezcla con el show estadounidense, conserva raíces que le resultan familiares. La adaptación fue rápida para él, en parte porque hay muchos argentinos en el equipo, y eso ayuda. Hay códigos que se comparten, bromas, un mate de por medio que te hace sentir cerca, aunque estés lejos.
En Atlético, Bonfiglio vivió momentos intensos. Desde la emoción de su debut —que terminó con una caminata solitaria de vuelta a casa por las calles tucumanas— hasta la presión constante de rendir y ganarse un lugar en un equipo exigente. “La pasé mal en algunos momentos, no te voy a mentir. Pero también aprendí mucho. Me ayudó a crecer, a fortalecerme mentalmente”, decía en una charla con LA GACETA en 2024.
Hoy, en el sur de Florida, canaliza ese aprendizaje en cada entrenamiento. Con 23 años recién cumplidos, está decidido a aprovechar esta etapa. El club, fundado en 2015 y con sede en el Riccardo Silva Stadium, lleva años consolidándose como un espacio atractivo para talentos sudamericanos. En su plantel actual, además de Bonfiglio, conviven futbolistas de Rosario, Buenos Aires y Córdoba, además de un cuerpo técnico con experiencia en el ascenso argentino y pasos por la MLS.
La estructura y la competencia van creciendo. Su rutina comienza temprano, con entrenamientos por la mañana, sesiones de gimnasio por la tarde, y momentos de descanso en los que aún conserva algunas costumbres adquiridas en Tucumán como hacer trekking.
A nivel futbolístico, el arranque de temporada ha sido positivo. Francisco ya ha sumado minutos en todos los partidos oficiales, convirtió tres goles y comenzó a integrarse plenamente al esquema del entrenador. Ya está afianzado como titular. La sensación de estar en el lugar correcto empieza a tomar forma. “Quiero demostrar que puedo hacer la diferencia. Vine a competir, pero también a crecer como persona y como jugador”.
La distancia con su familia —que vive en España— sigue doliendo, pero ya es parte del paisaje emocional que Bonfiglio aprendió a navegar. “Es un sacrificio, sí, pero uno ya lo asumió. Hoy estoy enfocado en este presente y en aprovechar todo lo que este club me puede dar”, el mensaje con madurez se sostiene de sus tiempos en Tucumán. Mientras tanto, en el vestuario, se consolida como parte de un grupo humano que lo arropa. El fútbol argentino sigue muy presente en las charlas, y eso lo conecta con sus raíces. El delantero comparte plantel con varios argentinos: Lucas Melano (ex Atlético), Sebastián Blanco, Deian Verón, Daniel Celeste, Diego Mercado, Matías Romero, Cristian Vázquez y Tobías Zárate.
La historia de Bonfiglio es la de muchos jóvenes futbolistas que viven entre aeropuertos, contratos temporales y desafíos constantes. Pero también es la de alguien que supo encontrar refugios en medio de la exigencia: en la familia, en la cocina, en un vestuario cálido. En Tucumán, supo decir que “la gratitud es lo que me ayuda a hacer un clic y volver a empezar”. En Miami, ese clic parece haberse transformado en impulso.
Con todo por delante, Francisco sigue soñando. No hay promesas de fama ni garantías de estabilidad, pero sí convicción. “Lo único que puedo controlar es cómo entreno, cómo me preparo, cómo me entrego. El resto, llegará si tiene que llegar”, suele ser su frase de cabecera. Mientras tanto, la pelota rueda en Estados Unidos, y él la sigue, con los pies firmes, pero la mirada siempre puesta más allá del próximo gol.







