"No pude contener las lágrimas": el recuerdo de varios tucumanos sobre el día en el que Francisco fue elegido papa

Era un miércoles de marzo cuando Jorge Bergoglio fue seleccionado. Desde Roma a Tucumán, la emoción cruzó fronteras.

MOMENTO HISTÓRICO. La elección del primer Papa argentino marcó un antes y un después. MOMENTO HISTÓRICO. La elección del primer Papa argentino marcó un antes y un después.

Cuando el reloj marcó las 16.12 del miércoles 13 de marzo de 2013 en Argentina, el mundo escuchó por primera vez que el nuevo Papa de la Iglesia católica era Jorge Bergoglio. El primer Francisco. El primer sudamericano en llegar a ese puesto. El primer argentino en representar a San Pedro…. Y ese instante se grabó en la cabeza de millones de personas.

Durante aquella jornada, la expectativa se encendió en la fe católica una hora antes, en el momento que a las 15.06 la fumata blanca emergió de la chimenea de la Capilla Sixtina, en señal de que los cardenales habían elegido al nuevo Papa en la quinta votación del cónclave. A más de 11.000 kilómetros de Roma, en Tucumán, la curiosidad y la ilusión también encendieron esa chispa junto al ON de radios, televisores y (aún) en menor medida, las redes sociales.

“Sentada en el living de mi casa, cuidaba a mi sobrino más pequeño. Mientras él pintaba en una mesa pequeña, yo miraba por un canal de noticias cómo la plaza San Pedro se colmaba de gente. Y cuando escuché su nombre, mi corazón saltó. No pude contener las lágrimas”, recuerda Dolores Díaz, una militante de Acción Católica del sur de la provincia.

El cardenal protodiácono Jean-Louis Tauran anunció desde el balcón central de la Basílica de San Pedro: “Habemus Papam”,  y reveló que el nuevo pontífice era el cardenal Jorge Mario Bergoglio, quien había decidido adoptar el nombre de Francisco.

Dolores se acuerda de la sorpresa de los conductores del noticiero. También de cómo besó la frente de su sobrino antes de correr al cuarto de su madre para despertarla de la siesta y contarle: “El Papa es argentino”.

El tañido de las campanas de muchas iglesias tucumanas llenó el aire en señal de festejo. El eco de la sirena de LA GACETA también volvió a escucharse, en otra forma de comunicar la buena nueva. Y en los siguientes minutos a lo largo y ancho de la provincia más pequeña del país, y todas sus hermanas, solo se habló de él.

“Me preparaba para ir a trabajar cuando lo supe. Estaba sola, pero sentí una alegría tan inmensa que quise compartirla con alguien, por lo que tomé el teléfono y le envié un mensaje a mi hija, que vive a más de 100 kilómetros de mi casa, y le decía: ‘Francisco es argentino’”, rememoró Fátima Miranda, comunicadora tucumana.

La algarabía que rondaba esta parte del mundo también se palpitaba en Roma. “Argentina, Argentina, Argentina”, se escuchaba por momentos en la explanada del corazón del Vaticano, donde a medida que se acercaba la aparición de Bergoglio, ya no cabía ni un alma.

Cerca de Yerba Buena, Luis Sánchez siguió los acontecimientos también pegado al teléfono. ¿Por qué? Porque del otro lado estaba su abuela. En su cama, algo abrigado por el fresco de esa tarde de marzo, acortó distancias para relatarse cada detalle con una de las mujeres más importantes de su vida. “Nos emocionamos mucho”, recordó el joven que en ese entonces era solo un adolescente, pero que vivía la fe con la misma fuerza que su abuelita.

“¡Buonasera!”

El clamor festivo del pueblo católico hizo silencio un segundo cuando en la noche de Roma, las cortinas rojas se abrieron y, por un instante, el tiempo pareció detenerse. Un hombre de blanco dio un paso al frente. De andar sencillo y rostro sereno, Bergoglio se asomó al mundo por primera vez como Francisco.

No pude contener las lágrimas: el recuerdo de varios tucumanos sobre el día en el que Francisco fue elegido papa

No hubo grandes gestos ni una expresión grandilocuente. Solo una leve inclinación de cabeza, los ojos cálidos y una voz que, con su acento argentino inconfundible, rompió el silencio con una cercanía desarmante: "Hermanos y hermanas, buenas tardes."

La multitud  estalló en un aplauso que pareció abrazar al nuevo pontífice desde todos los rincones del planeta. Pero él no se dejó llevar por el estruendo. Y con humildad, pidió silencio, pidió oración. No para los demás, sino para él.

"Y ahora quisiera dar la bendición, pero antes les pido un favor: recen al Señor por mí”. Se inclinó. En un gesto sin precedentes, el Papa bajó la cabeza ante el pueblo, y por unos segundos eternos, fue el mundo quien bendijo al nuevo Pastor. Solo después de ese acto de entrega silenciosa, alzó las manos e impartió su primera bendición “Urbi et Orbi”, a la ciudad y al mundo.

Fue una aparición breve, que de todas formas dejó sellado un nuevo estilo: sobrio, directo, profundamente humano. Francisco no llegó como un príncipe, sino como un servidor. Y sus acciones quedaron para siempre grabadas en la memoria colectiva como el inicio de una nueva era.

“Un par de horas más tarde me subí a un taxi para llegar a cumplir con una de mis obligaciones. Apenas cerré la puerta, el conductor me dijo: ‘¿Se enteró de que el Papa es argentino?’. Y ante mi sonrisa, confesó que no era católico pero que estaba anonadado por la euforia que sentía en el ambiente. Me contó cómo a través de la ventana de su taxi vio a gente emocionarse al enterarse de la noticia en los televisores que se exponían en las vidrieras. En medio de la calle. ‘Vi abrazos’, me comentó para luego decirme que se dio cuenta que vivió un momento histórico”, cerró Elizabeth Espert, de 34 años.

A las 02.45 del 21 de abril de 2025, 12 años después de ese momento de júbilo, los ojos de Francisco se cerraron, tras dejar un legado que se dibuja como una huella indeleble en el alma de los fieles del mundo. Su propuesta no fue un cambio de estructuras, sino algo más audaz: un cambio de mirada. Una revolución silenciosa hecha de gestos, palabras simples y una insistente invitación a volver al Evangelio como experiencia viva.

Francisco no impuso, sino que invitó. Con su estilo directo, con sus zapatos gastados y su andar pausado, habló de una Iglesia en salida, que no teme mancharse con el barro del camino. Puso el foco en los márgenes, allí donde el dolor no tiene micrófonos, donde los descartados esperan ser vistos. Habló de misericordia cuando otros pedían castigo, de puentes cuando el mundo se obstinaba en construir muros, y de ternura como forma de ejercer poder.

Su papado quedará como el tiempo en que la silla de Pedro se acercó al suelo, donde habitan los pobres, los migrantes, los presos, los que no encajan. Y aquellos que ese día rieron, hoy seguramente derraman una lágrima, o sienten el corazón pesado por el Papa que ya descansa en paz.

Comentarios