El fulgor esteticista
El fulgor esteticista
05 Mayo 2024

Por Fabián Soberón

Para LA GACETA - TUCUMÁN

Muchos dirán que Paul Auster fue un maestro, un gran escritor. Como persona, era afable, tranquilo, un hombre sencillo. Eso me dijo mi amigo Gabriel Bellomo, quien habló con Auster el año en que éste visitó la Feria del Libro.

Al hablar del autor, pocos tendrán en cuenta la irregularidad de su obra. La muerte pisa con pie equitativo a los pobres y a los ricos, escribió el poeta Horacio. Auster no escapa a ese destino.

Qué hay de su obra, más allá de la persona. Hace unos años, le pregunté al querido Luis Chitarroni por Paul Auster. Me dijo que es un buen novelista, que su obra es despareja y que sus mejores libros no son los más buscados. Dijo: “Auster es un buen novelista, es parecido a Roberto Bolaño, en cuanto a que no es un innovador y a que da la sensación de abarcar la literatura, de ser la literatura. Esa es una impresión que suele producir en los lectores”. Remarcó la idea de que no es un innovador. Me dejó pensando en Bolaño, ya que todo el mundo elogia a Bolaño, y pensé en la comparación que hizo Luis entre Auster y Bolaño. Me recomendó leer una novela que Anagrama tituló A salto de mata. Se rió de la expresión española, incomprensible para un argentino.

Cuando leí La invención de la soledad me desilusioné, pero no me dejé vencer. Avancé y leí la Trilogía de Nueva York. Encontré el ritmo, la velocidad del coraje y el encuentro entre la prosa, el tiempo, el perfil de los personajes de una pieza lograda; y, sobre todo, hallé el tono, esa atmósfera filosófica y existencial que caracteriza el costado más elaborado de su producción; también oí esa música en Brooklyn Follies.

En el grueso e inclasificable volumen dedicado a Stephen Crane, Auster despliega un arsenal analítico que sorprende (lejos del hermetismo académico y del ensayo soberbio) porque muestra la admiración por un escritor (Crane) que, en apariencia, está en sus antípodas. Si hundimos lo suficiente la lupa de nuestra pesquisa, descubrimos que Auster admiraba en Crane el desparpajo, la rebeldía, la parquedad en la prosa, las invenciones sutiles en el marco del realismo, la captación del instante en una narración detallada, musical y cautivadora. Auster encontró en Stephen Crane un precursor insospechado. Como decía Oscar Wilde: la crítica es una forma de la autobiografía. Auster creyó leer en la obra de Crane una prefiguración de su propia obra. Auster quería, como hacía Borges con sus estudios críticos, que lo leyeran desde lo que él valoraba en las exquisitas y sutiles piezas literarias de Crane. Auster leyó en el realista y antiintelectual Crane a un autor esteticista. El lector puede encontrar en el esteticista Paul Auster un narrador osado y realista, admirador de Crane y de la novela que se regodea en la vida aventurera y decimonónica de los personajes anodinos del siglo XX.

Auster es uno de los escritores más famosos de nuestro tiempo, admirado por muchos lectores, alguien que ha sabido cultivar el perfil de autor de culto. Es cierto que ha producido una obra numerosa, informe, irregular y diversa.  También es verdad que exploró en los rincones oscuros del ser humano. ¿Esto es suficiente para ser recordado por las sucesivas generaciones de lectores?

Sugiero que no se dejen encandilar por las luces incómodas y perniciosas de la fama. Busquen los libros con la voluntad de encontrar el escozor en la espalda, ese que buscaba Nabokov, tal vez el más sutil para pensar a un autor esteticista sin que medie el falso fulgor del esnobismo o la evocación sobreactuada de alguien que ha sido mejorado por la muerte.

© LA GACETA

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