El hartazgo de los pobres
El hartazgo de los pobres

El cuarto gobierno kirchnerista dejó, en diciembre del año pasado, a casi 20 millones de argentinos sumergidos en la pobreza. Esos datos acaban de ser dados a conocer por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censo (Indec). Según el informe “Incidencia de la pobreza y la indigencia en 31 aglomerados urbanos”, el 41,7% de la población no ganaba en el segundo semestre de 2023 lo suficiente para pagar la “canasta familiar”. Se compone con la canasta alimentaria más bienes y servicios como transporte, indumentaria, salud y educación. En el último mes del año pasado, ese gasto básico fue estimado en $ 496.000 para una familia compuesta por dos adultos y dos niños. La muestra de la Encuesta Permanente de Hogares alcanzó a 29,5 millones de personas, que viven (por así decirlo) en los principales conglomerados de la Argentina. Determina que en esos nucleamientos urbanos hay 12,3 millones de pobres. Si se proyecta el porcentaje de la pobreza al total de la población (46.654.581 compatriotas), la cifra de pobres trepa a 19.454.960 personas.

El dato expone un presente dramático. Representa, a la vez, un desafío ineludible para el gobierno de Javier Milei. La implementación de políticas que afronten y combatan esta catástrofe social resulta urgente. Lo viene advirtiendo la Iglesia católica de manera reiterada. La semana pasada fue a través de la Comisión Nacional de Justicia y Paz, que aseguró en un comunicado que el impacto del ajuste que implementa el Gobierno afecta “la subsistencia de miles de personas de todas las edades y condiciones”, y alertó por un “clima de altísima fractura social”. Ayer hizo lo propio el arzobispo de Buenos Aires, monseñor José García Cuerva, quien reclamó tener en cuenta “los rostros humanos” del ajuste. Los pobres son argentinos a los que no les alcanza para vivir.

Las estadísticas del Indec también encienden las alarmas respecto del futuro inmediato. Diciembre tuvo un pico inflacionario del 25,4%, seguido por 20,4% en enero, 13,2% en febrero y se espera que en torno de este último valor se ubique la de marzo. Por caso, el valor de la Canasta Básica Total el pasado miércoles 13 era ya de $ 691.000, según el Indec. Un país donde casi la mitad de su población es pobre, más que una sociedad, es una caldera. No importa con qué ideología se mire.

Ahora bien, hay una tercera dimensión temporal sobre la que se extiende el estrago de la pobreza. Es el pasado reciente. Respecto de ese ayer, la estadística resulta desmitificadora.

Su nombre en vano

Tres grandes cuestiones esclarecen los datos que acaba de publicar el Indec. En primer lugar, determinan con qué precisión cuál es el punto exacto desde donde comienza el nuevo gobierno, en materia social. No se trata de una cuestión secundaria. Sobre todo en un país devastado por el maniqueísmo populista, donde “la grieta” engulle toda conciencia sobre la responsabilidad de los sucesivos gobiernos. Da la impresión de que toda nueva administración asume en un país paradisíaco, que tiene todos los problemas resueltos, y que se encarga de descalabrarlo todo. El gobierno de Alberto Fernández recibió, según el Indec, un país donde la pobreza alcanzaba al 35,5% de la inflación. Y elevó ese índice en 6,2 puntos porcentuales.

Ahora bien, ¿qué país recibió Mauricio Macri? Hay que apelar a los datos del Barómetro de la Deuda Social, de la Universidad Católica Argentina, para intentar un dato: según ese instituto de investigación, llegó al 29% al final de la segunda presidencia de Cristina Kirchner. Pero una vez que se normalizó el Indec, el organismo nacional reveló que al final del primer semestre de 2016 alcanzaba al 32,2% de los compatriotas. Por cierto: el apagón estadístico durante el kirchnerato, como consecuencia de la intervención y el manoseo del Indec, no sólo afecta la memoria histórica.

Esta semana, mediante el decreto 277/2024, el Gobierno nacional aprobó el modelo de acuerdo de fideicomiso por U$S 330 millones para poder apelar un fallo adverso en los tribunales de Gran Bretaña, consecuencia de que esa última presidencia de Cristina eludió el pago del “cupón del PBI”. En 2005, para atraer bonistas al megacanje de deuda que concretó Néstor, se lanzó ese instrumento financiero, con el cual el país les pagaba a los bonistas cuando el crecimiento de la economía era superior al 3,2%. En febrero de 2013, el Estado anunció que el país había crecido un 4,9%, según la base de estimación que usaba desde 1993. Pero al mes siguiente, el ministro de Economía Axel Kicillof (hoy gobernador de Buenos Aires) dijo que el PBI se pasaba a calcular con una nueva base, tomada del Censo Económico 2004. ¿El resultado? El crecimiento había sido sólo del 3%. Es decir, dos décimas por debajo del “gatillo” que disparaba el cupón de “PBI”.

Si la Argentina pierde la apelación, deberá pagar a los tenedores del cupón unos U$S 1.500 millones. Con lo cual, el país deberá pagar la estafa “K” una década después. Esta conducta psicótica del populismo anterior, consistente en falsear datos para intentar que la realidad se ajustase a su deseo, exhibe la mendacidad del relato. Y evidencia, sobre todo, que la mentada redistribución de la riqueza para materializar la justicia social (la matriz del proyecto “K”) era mentira.

Las cifras del Indec sacan a la luz que el kirchnerismo jamás combatió la pobreza: tan sólo la financió. Con planes sociales de todo tipo, pero que lejos de sacar argentinos de la marginalidad fue ensanchando esa marginalidad. Si se toma en cuenta el crecimiento de la población, que la pobreza pasara del 35,5% en 2019 a 41,7% en diciembre pasado, representa que al final del cuarto gobierno “K” hubo 3,5 millones de pobres más. Prácticamente, 1 millón más de pobres por año. Si hubo redistribución de la riqueza, fue para concentrarla en manos de cierto funcionariado “K”, condenado por la Justicia en causas como “Vialidad”, o fotografiado en yates por el Mediterráneo…

Pero las cifras oficiales de la pobreza no sólo desenmascaran al kirchnerismo: derriban los mitos respecto de la ruinosa derrota de ese proyecto político en las urnas. No fueron las redes sociales, los medios masivos de comunicación, los grupos concentrados de poder ni los sectores destituyentes de la sociedad los que interrumpieron en las urnas la continuidad “K”. Fueron, fundamentalmente, los pobres. Las provincias prósperas votaron como se esperaba. Pero Milei no ganó sólo en Córdoba, Santa Fe, Ciudad de Buenos Aires y Mendoza. Ganó en 21 de los 24 distritos argentinos. Sólo perdió en provincia de Buenos Aires, por apenas un punto de diferencia. Y cayó también en Formosa y en Santiago del Estero. Es decir, en el pobrísimo Norte Grande, Milei ganó en ocho de las 10 provincias.

El resultado de los comicios es, también, el hartazgo de los pobres. Y, particularmente, el de sus hijos, que no quieren repetir la historia de sus padres.

Ese hartazgo puso fin a un gobierno que creyó que podía seguir tomando el nombre de los pobres en vano. El actual gobierno, que se benefició con ese hastío, no debería pensar que el hartazgo ya pasó.

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