La esperanza y la paciencia tienen límites

La esperanza y la paciencia tienen límites

La esperanza y la paciencia tienen límites

Vivíamos en un país arreciado por la pandemia. Estábamos a mediados de 2021. El desconcierto era brutal. Los liderazgos se diluían como el agua por las alcantarillas. Las muertes se multiplicaban y la desconfianza se sentaba en el sillón principal. No confiábamos en el prójimo. Esa actitud se llevó puesto a los políticos. En ese infierno nació La Libertad Avanza. “Es imposible separar la pandemia del surgimiento de este partido”, sostiene Juan Luis González, el autor del libro “El loco” que trata de explicar al actual presidente de la Nación Argentina.

Mientras Javier Milei despotricaba contra las medidas de aislamiento y movilizaba gente, los gobernantes de entonces se ocupaban de hacer trapisondas que se volvían en su contra. Los celos entre los dirigentes a los que les molestaba si el Presidente se sentaba al lado de tal o de cual, las fiestas vip en Olivos que se reían de los argentinos o los vacunatorios con filas preferenciales para los amigos terminaron siendo muy ofensivos. Pero, principalmente fueron la gota que derramó el vaso de la confianza sobre la política. La casta le llamó Milei.

González lo define como “El loco”. Para la dirigencia política y para los que acostumbran a caminar por esas avenidas (sea del lado izquierdo, del derecho o por el centro) lo terminaron viendo como un monstruo que crecía inexorablemente. Cual si fuera un Frankestein de esta era de inteligencia artificial, Milei se convirtió en una criatura política con vida propia a la que nadie pudo detener. Aquel invento salió de la imaginación de Mary Shelley y en la novela es un símbolo de la orfandad, de la alienación y carece de sentido e identidad humana en muchos casos. La criatura es armada con desechos y le termina dando vida (y el nombre) el doctor Víctor Frankestein. Milei no escapa a la etiología de esta novela. “El kirchnerismo es el padre de Milei”, dice un experto en peronismo como Julio Bárbaro en una nota que hoy también publica LA GACETA.

Milei ha recibido el mandato de una sociedad que exigía un cambio y que estaba harta de los tratos y de las formas que venía viviendo. También de que los Fernández (presidente y vice) se preocuparan más por pelear que por el país. Demasiado egoísmo.

Con sabiduría la gente, repartió el poder con la habilidad que sólo el inconsciente colectivo es capaz de administrar y ese baile es el que está hoy en la Argentina. Hay un cambio. Hay una intención. Hay una propuesta. Y, por supuesto hay una resistencia férrea. Una de las transformaciones primeras es dolorosa. Se ha instalado un debate vial. El poder es de quien toma la calle. Aún no se ponen de acuerdo en compartir la calle y estalla la violencia. En esa discusión se ha condensado la disputa ideológica del poder. Y, aún en democracia, esa lucha está dejando heridos. No es nuevo. Así han sido los cambios y las transformaciones en nuestro país en estos últimos 40 años. Uno de los reclamos que empoderó al Presidente había sido la imprevisibilidad y la dificultad para circular por las calles. De todos modos -y es parte de otra discusión que también se abrió estos últimos 60 días- se trata de un fenómeno casi porteño que vemos por televisión. En las rutas tucumanas se hacen copias de esa telenovela, pero de bajo repercusión.

Milei con “suley”

Esta semana que nunca más volverá a ocurrir fue relatada por el periodismo como un encuentro del que salían ganadores y perdedores. Argumentos sobran para poner a unos y a otros de diferentes lados. Javier Milei al darle impulso a “Suley” apodada Ómnibus consiguió lo que quería: dar inicio a un proceso de transformación en la Argentina en mucho menos tiempo de lo que se hubiera imaginado cualquiera. La oposición que si algo no sabe es ser oposición porque casi siempre estuvo en el poder, se sintió satisfecha también por haber demostrado que tiene mucha fuerza y con ella consiguió sacar unos 270 artículos de los 660 que tenía “Suley” primigenia. En el recinto de Diputados quedó claro que el verdadero trabajo del Congreso está en las comisiones donde realmente se cuecen habas. Es la cocina. En las intervenciones de los distintos diputados tucumanos quedó el dibujo de sus diferentes perfiles. Pablo Yedlin mostró la experiencia adquirida en años anteriores en el Senado. Dejó claro su oposición a este modelo político y económico pero no dejó de mostrarse como una pieza importante para el diálogo futuro. La falta de liderazgos en el peronismo lo fortalece. Carlos Cisneros fue contundente en su alocución: se definió como un sindicalista que reivindica la CGT y sacó a relucir su personalidad cuando fue inexpugnable con sectores vinculados al poder económico. El radical Mariano Campero hizo su debut tratando de subrayar su autonomía. Se mostró que es un voto necesario para el oficialismo, pero advirtió que lobbies como el petrolero pueden ser una tranquera para los tucumanos y a ello se opondrá. Elia Fernández, Agustín Fernández y Gladys Medina no se preocuparon mucho por sus perfiles ni por cuestiones particulares de “Suley”. El trío sólo trató de cumplir las órdenes de su líder, el gobernador tucumano. En las gradas no faltó el ministro del Interior… del Congreso. Darío Monteros siguió el comportamiento del trío y cuidó la decisión de su jefe los tres días de sesiones. Al otro debutante tucumano, Gerardo Huesen, le faltó fuerza para hacer sentir su voz y dejó en la versión taquigráfica su posición en favor de “Suley”. El otro radical Roberto Sánchez volvió a los orígenes que le dieron fuerza al destacar el rol del campo en esta Argentina y tal vez también en busca de un nuevo destino político después de su porrazo como candidato a gobernador. La que tuvo más exposición fue Paula Omodeo, de Creo, quien terminó siendo una hábil espadachina contra el kirchnerismo y contra la casta y eso le valió una mayor valoración desde la Casa Rosada.

El dios Cronos

La votación en Diputados fue el corolario de un enero de muchísimo trabajo político. Fue también un verdadero laboratorio. Hasta Cristina Fernández actuó por lo bajo y sin exposición aconsejó prudencia. Milei es una realidad y con “Suley” es más fuerte aún para producir algunos cambios que a los propios opositores les parecen necesarios pero no quieren ensuciarse las manos con medidas impolíticas.

Osvaldo Jaldo es tal vez el más desconcertado. Todavía no sabe si hizo bien o mal. Si debió apoyar simplemente y no abandonar el bloque que sería como dejar el PJ nacional. No está seguro si a la larga será aplaudido o echado del reino de los cielos justicialistas por traidor. Él mide con precisión de cirujano las repercusiones de sus movidas ajedrecísticas. Juega con una gran ventaja: el tiempo. Por ahora, para un gobernador que ha asumido el 29 de octubre y tiene ocho años de gestión posibles (cuatro seguros) el tiempo es un arma letal. Su naturaleza fugaz e implacable convierte a los políticos en acróbatas del tiempo, obligados a dominar su ritmo y a aprovechar sus oportunidades. ¿Es este el caso? Cronos, el dios griego del tiempo personifica la dualidad del tiempo en la política. Con su guadaña marca el fin de las eras y el inicio de nuevas oportunidades. Su figura recuerda a los políticos que el tiempo no espera y avisa que la acción oportuna es la clave del éxito. Jaldo, principal protagonista de “La batalla del oflador” II temporada, está decidido a marcar una nueva etapa en la política comarcana y ha hecho movimientos para demostrarlo, pero en función de su trayectoria y de su historia en el peronismo vernáculo eso le puede costar muy caro. Cronos, también devora a sus hijos, a aquellos que no saben aprovechar el tiempo. Los políticos que se aferran a viejas ideas o estrategias o que pierden el tiempo en luchas intestinas terminan condenados al olvido. En Tucumán hay muchos ejemplos.

La esperanza y la paciencia tienen límites

El tiempo además no es neutral. Los cambios sociales, económicos y tecnológicos impactan. Los políticos que no se adaptan a estos cambios se quedan atrás, irrelevantes en un mundo que avanza sin ellos. ¿Será esa la apuesta del gobernador tucumano? En las encuestas que andan dando vueltas se ve un impacto negativo.

“Señora de nadie”

María Luisa Bemberg fue aquella genial cineasta argentina que nos dejó el filme “Señora de nadie” en la década del 80. Luisina Brando es la protagonista de aquella taquillera película. En Tucson y en clave política bien podría ser Rossana Chahla. La intendenta se esfuerza por mostrarse independiente de los reyes de la política. Cuando le advierten cierta lógica del sistema mira para otro lado, pregunta por qué y advierte que ella no pertenece a esas roscas. Su discurso a veces se parece al de Milei cuando trata de diferenciarse del pasado. Traza una línea de año cero y busca mostrar que las cosas comienzan a partir de su gestión. Acepta que fue Juan Manzur quien alguna vez la hizo subir al primer escalón de la política, pero a partir de allí confía y cree que su propia estrella le permite brillar. Por eso los vaivenes de Buenos Aires por ahora la mantienen atenta y haciendo equilibrio para no tener que inclinarse hacia ningún extremo de la balanza. No es problema por ahora para ella. No obstante, trata de mantener buenas migas con todos. En ese marco ya proyecta algunos trabajos futuros con el gobernador.

“Mantelito blanco”... y caro

Entre las tareas que se han llevado a la casa los funcionarios de la intendenta es detectar las acciones de un personaje especial. Tiene nombre de muñeca y ambiciones desmedidas. Es un fantasma en las ferias pero un demonio haciendo cuentas. Los feriantes ya se han acostumbrado y sienten que la normalidad es hacer un aporte a esa mujer. Desde hace años montar un gazebo u ocupar un espacio en alguna plaza de la ciCudad para vender sus productos como emprendedores les termina saliendo “un Perú”. O, mejor dicho, casi unos 10.000 pesos, pero es ya una vieja costumbre que atenta contra esta propuesta. Lo que debería haber sido una alfombra roja gratuita que se desplegaba para artesanos y pequeñas empresas terminó siendo una dudosa explotación de alguien que terminaba recaudando $3.000 para instalar el gazebo en la plaza, otros 2.000 pesos para que hacer un cartel que mostraba el permiso para estar y poner el mantelito blanco. El fantasma que viene sobrevolando las ferias desde hace muchos años -este verano lo hizo desde tierras cariocas- se queda con demasiados miles si se calcula que son más de un centenar los emprendedores que van a vender en las ferias y que temen que si no dejan el diezmo se quedarán sin lugar.

Paciencia y esperanza

Esta semana la apuesta ha sido muy fuerte y las tensiones van guardándose como -cuando valían- las monedas en el alcancía. ¿Hasta cuándo se soportará? La paciencia tiene un límite. El bolsillo tiene poca paciencia y la esperanza es lo último que se pierde. Pero ¿se pierde? Esa pregunta está en el análisis de muchos expertos de la vida política. Otra vez el tiempo. El tiempo no para, no hace excepciones. La gestación progresiva de este proyecto está unida trágicamente a la cuenta regresiva de la economía y a la capacidad de resistir del pueblo argentino.

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