Noé Jitrik: “el lector no existe”

Noé Jitrik: “el lector no existe”

Es, para muchos, el mayor crítico literario de la Argentina. Aquí analiza el proceso de gestación de un lector y las consecuencias de una concepción equivocada sobre su naturaleza. También habla sobre los equívocos relacionados con el descubrimiento de América y acerca de su concepción del cristianismo como el resultado de un hecho poético . Por Alejandra Crespín Argañaraz - Para LA GACETA.

31 Enero 2016
-¿Por qué afirma que “el lector no existe”?

-Sí, es una expresión un poco escandalosa, pero creo que tiene sustento. La crítica más habitual hace una pequeña operación mencionando la palabra “lector”, entonces el crítico cuando algo no le gusta o no entiende dice “el lector no entiende...” Como si el lector fuera una categoría objetiva, mensurable, que se sabe quién es. Y eso influye sobre las editoriales que empiezan a caracterizar a los lectores en un momento determinado y publican libros para los que ellos creen que son esos lectores. Pero resulta que el lector está cuando lee, no es algo de existencia previa a la lectura. ¿Por qué suponer que la gente que pasa por la calle son lectores? Probablemente sepan leer, pero no necesariamente son lectores en el sentido literario de la palabra. Entonces, se convierten en lectores cuando empiezan a leer y cuando empiezan a leer literatura, por lo tanto, no existen previamente. Es el libro el que los crea, empieza uno a ser lector cuando se conecta con un texto. Entonces el texto es el que hace la operación natalicia, se nace a cada momento como lector si en cada uno de esos momentos hay un nuevo texto que se pone ante sus ojos. Es una manera de dar una existencia que tiene luego una ubicación perversa, porque supone toda una red típicamente comercial en relación con el libro, de una crítica fácil, de la arrogancia de pretender saber quiénes son los lectores y qué quieren leer. La lectura es una operación compleja y lo interesante de esa operación es que no puede renunciar a esa complejidad y, por el contrario, hay que provocarla. Porque mediante el acercamiento a esa complejidad y el intento de desentrañar la red que implica esa complejidad el que lee, ya convertido en lector, empieza a ser una persona de otra naturaleza.

-Y ahí nos adentramos en la filosofía...

-Sí, la literatura nos cambia. En realidad, el lector no existe, es el texto el que genera al lector. Esa es la provisoria explicación de un concepto que suele chocar a mucha gente porque están más acostumbrados a lugares comunes. Yo escribí un libro en México sobre el diario de Colón cuyo título era Los dos ejes de la cruz. Una vez que apareció fui a buscarlo a una librería muy buena, Gandhi, que en México tiene miles de consumidores, y lo habían puesto en religión porque se suponía que si dice “cruz” es para lectores de religión. Es decir, presuponían el universo de lectores. El libro no merecía esa suerte porque no tenía nada que ver con religión salvo develar la relación que hubo en el momento llamado “descubrimiento” entre la fe, la empresa, la mirada, el mundo que se abría y todo eso.

-¿Fue realmente un descubrimiento el descubrimiento de América?

-Es una palabra que trata de sintetizar lo que implicó la llegada de los europeos a este continente cuya existencia ignoraban. Hay algunas teorías según las cuales la parte norte ya había sido conocida por viajeros nórdicos, pero eso no tuvo trascendencia. Lo que tuvo transcendencia fue la llegada de Colón y como esa tierra no era conocida -porque Colón suponía que por ese trayecto llegaba al Oriente-, entonces se habló de descubrimiento. Es una palabra típica no del que es descubierto sino del descubridor; es la palabra que el que llega a un lugar puede emplear para explicar lo que se le está presentando, pero el que está en ese lugar no siente necesariamente que le corresponda, no se siente descubierto necesariamente. Lo que pasa es que tampoco hay testimonios de cómo se sintieron los naturales de estas islas cuando vieron a los españoles, lo único que se sabe es lo que los españoles dijeron. Hubo tentativas de recuperar palabras de los pueblos originarios, en México sobre todo, en la poesía, en mitos, en las inscripciones, en los templos. Hay fuertes tradiciones que existían antes de que los españoles llegaran, pero fueron ocultadas o borradas o tardaron en conocerse, y se necesitaron investigaciones muy profundas mucho tiempo después. Pero lo que sabemos de todo eso es lo que dijeron los llamados descubridores.

-¿Cuál es tú opinión respecto a los pueblos originarios?

-Si los españoles hubieran llegado a las costas de Cuba, a las islas, al continente, cien años después, hubiera sido otra cosa. Habrían tenido que reconocer la existencia de mundos organizados como era el de los Mayas, de los Aztecas o de los Incas que eran imperios con estructura, organización, lenguaje y hasta incluso en momentos con comienzo de escritura. Cien años después la historia hubiera sido completamente diferente, que es lo que les ocurrió cuando llegaron a Oriente, donde había culturas ya consolidadas. Ellos llegaron en un momento en el que arrasaron con todo y lo preexistente fue liquidado o reducido, convertido hasta cierto punto, pero no pudieron terminar con todo. Introdujeron enfermedades, esclavitud, servidumbre, cosas que pueden ser entendidas como el primitivismo, el salvajismo de sociedades para las que la apropiación es como la razón de ser. Al mismo tiempo, esa operación es como una de las penúltimas de los comportamientos que vienen de la antigüedad más remota, porque siempre hubo pueblos que se apropiaron de otros, que esclavizaron y crearon imperios sobre la base de la ocupación de territorios. Eso fue como un penúltimo coletazo de esa inveterada costumbre de la historia europea de ocupar tierras, apropiarse de ellas y de la gente.

-Hablamos de la “cruz” ¿qué concepto tiene de Dios?

-Hace un tiempo saqué un artículo en Página 12, que se llama “Pasiones”, donde comento la pasión según San Mateo de Juan Sebastián Bach en particular, de ahí voy y me meto más en la redacción de los evangelios y la creación del cristianismo. La hipótesis que marco ahí es que la creación probablemente más importante de la civilización humana, la Iglesia Católica, surge de un hecho poético. El hecho poético es la versión que dan los evangelios de un episodio ocurrido, que habían recogido por tradiciones orales y que correspondía a un pequeño lugar de un inmenso planeta, el universo judío, en el cual un sujeto habló de la paternidad de Dios Padre, que era el de objeto de culto de ese lugar tan pequeño y que se distinguía de todo lo que lo rodeaba. En ese universo surgieron muchísimos tipos, algunos probablemente esquizofrénicos, otros iluminados, profetas. Uno de ellos pudo después ser conocido como Cristo. Esos actos que habrían ocurrido en ese momento fueron recogidos por poetas y escritores que les dieron una estructura y eso dio lugar a la creación más poderosa de la civilización humana. El fundamento de eso es una creencia previa, la existencia de Dios, que recorre toda la genética humana desde tiempos remotos y que surge como una necesidad primaria de una explicación que se va concretando en mitos y leyendas, que poco a poco comienzan a ordenar la vida de la gente y a tener cabida en el orden de la escritura que la recoge. Entonces la palabra “Dios”, en realidad, es una explicación de un conjunto de causas que no solo son inexplicables sino que generan angustia. Esa explicación calma la angustia, sobre todo si se ordena en forma de un rito específico que es el que establece una conexión con uno mismo y que sofoca la angustia del tiempo, de la muerte, de la existencia, del otro. Eso pone las cosas en un terreno y deja de lado el otro aspecto de la cuestión que es la natural tendencia que tenemos todos a tratar de sofocar esa angustia que nos hace pensar que hay enigmas, pero que no son de carácter necesariamente místico. Esos enigmas generan una actitud que podemos llamar de religiosidad, la voluntad, la conexión con esos enigmas y la voluntad de entregarse a ellos aceptándolos, considerando que existen y que son inabordables y que eso determina una cierta actitud de respeto frente a lo desconocido.

© LA GACETA

PERFIL

Noé Jitrik nació en Rivera, provincia de Buenos Aires, en 1928. Fue profesor en diversas universidades y, desde 1997, director del Instituto de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Buenos Aires. Dirigió la obra Historia Crítica de la Literatura Argentina, que se publicó en doce tomos. Es autor de más de 50 libros (ensayos, novelas, poemarios y relatos). Colaboró en diversos medios, entre otros en LA GACETA Literaria. Ganó tres premios Konex y recibió doctorados honoris causa de varias universidades.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios