“La muerte de Nisman viene a ampliar el campo de la victoria del delito sobre la ley”

“La muerte de Nisman viene a ampliar el campo de la victoria del delito sobre la ley”

La entrevista que sigue surgió cuando el escritor y filósofo pidió que las palabras no se conviertan en basura, horas después de que fuese enterrado el cuerpo del fiscal Alberto Nisman en el cementerio bonaerense de La Tablada. Kovadloff brindó uno de los testimonios más concretos y realistas en esos últimos días de un enero roto por la muerte del hombre que investigaba el ataque a la AMIA

CONGOJA. El filósofo y escritor Santiago Kovadloff asistió al sepelio del fiscal Alberto Nisman, hallado muerto el 18 de enero en su departamento de Puerto Madero, y recordó la tristeza del círculo íntimo de la familia. credito CONGOJA. El filósofo y escritor Santiago Kovadloff asistió al sepelio del fiscal Alberto Nisman, hallado muerto el 18 de enero en su departamento de Puerto Madero, y recordó la tristeza del círculo íntimo de la familia. credito
08 Marzo 2015

Por Alejandro Duchini - Para LA GACETA - Buenos Aires

Poco después de hablar en el funeral de Alberto Nisman, Kovadloff recordó los ojos, la mirada, de Iara y Kala, las pequeñas que se quedaban sin padre. “Su orfandad era también la nuestra”, dijo horas después. Quise saber, entonces, cuál es el valor de la palabra según alguien que vive y se expresa a través de ella. Que la utiliza no sólo para escribir libros y contar historias sino para construir puentes. Nos reunimos en su casa de Recoleta partiendo de esa pregunta, que se transformó en un diálogo de largo aliento poblado de reflexiones, a veces de silencios que dicen y siempre con una amabilidad insoslayable.

- ¿Cuál es el significado que tiene hoy la palabra?

- La palabra está a merced de interpretaciones contradictorias, antagónicas. El autoritarismo siempre concibe la palabra como un espacio de certeza. El Gobierno tiende a hablar de “ellos” y “nosotros”: los golpistas y los presuntamente democráticos. Allí la palabra está envenenada por la certeza, porque no le crea espacio a la diferencia, a la posibilidad de concebir al pensamiento ajeno como legítimo. La palabra es basura donde la ideología es incapaz de ejercer autocrítica sobre sí misma, donde opera como censura y donde resulta intimidatoria. En cambio, preserva su riqueza en la medida en que opera recordando que en la palabra no se agota nunca el significado último de lo real. La palabra democrática es siempre hospitalaria con el pensamiento del prójimo, y sospechosa de la insuficiencia del propio saber. En Argentina vivimos un tiempo en el que la lucha por la preservación de la palabra como espacio de libertad, por un lado, y la necesidad de cristalizarla en una significación única, es muy evidente. Pero al mismo tiempo la incertidumbre social con respecto al porvenir de la palabra como expresión de libertad es muy profunda. Estamos en un país con un Estado ausente. Los 20 años transcurridos desde el atentado de la AMIA hasta hoy son años en los que el Estado, al no brindar respuestas, probó su ausencia. Y la muerte de Nisman viene a ampliar el campo de la victoria del delito sobre la ley, independientemente de si lo mataron o lo indujeron a morir. Lo cierto es que su muerte es un signo más de un Estado a merced del delito. En este sentido, recuperar la palabra es luchar por la posibilidad de que la verdad no sea materia de tráfico negociable, sino una experiencia radical de autoreconocimiento por parte de una sociedad que quiere saber dónde está parada y en qué medida es ciudadanía de una república y no habitante de un mero conglomerado.

- ¿Qué impresión le generó el miedo de la sociedad por un lado y la respuesta de la presidenta Cristina Fernández?

- La presidenta no puede pensar. Lo primero que dice es “aquí no sucede lo que pasa. La realidad es otra”. Y todo lo que sucede al margen de la realidad, si no es irreal es perverso. El miedo de la sociedad al enterarse de la muerte de Nisman, o luego en la marcha del 18 de febrero, es el miedo del retorno de la violencia. Es un miedo ya vivido por la sociedad argentina, en el que el delito y el crimen vuelven a probar su supremacía por sobre la ley. Esta presencia del terrorismo en el Estado demuestra que ese Estado está a merced del terrorismo. Eso es lo que generó esta angustia profunda. La marcha del 18 no fue contra el gobierno. Fue una demanda a quienes representaban la justicia y la política, allí presentes, para que generaran una realidad alternativa a la de este Estado penetrado por el terrorismo.

- ¿Qué lectura hace de un silencio que provoca tanto ruido, como el de la marcha del 18 de febrero?

- ¿Qué es el silencio? El silencio es la prosecución del significado por otros medios. El silencio dice “necesitamos escuchar otra cosa”, o “no podemos hablar como lo hicimos hasta hoy porque la realidad, con su brutalidad, demanda otros pronunciamientos”, o “no estamos dispuestos a tolerar la violencia”. De manera que lo que vivimos fue un desamparo. Gente que habitaba el borde angustiante entre una ciudadanía que no alcanza a reconocerse plenamente como tal y una muchedumbre que quiere dejar de ser muchedumbre para ser ciudadanía. Muchas cosas fueron objeto de esa marcha fúnebre. Estábamos dispuestos a sepultar a Nisman pero no lo que él representa. Dispuestos a admitir que estamos vivos pero no sabemos qué significa nuestra existencia en este país. Fue una marcha fúnebre. Muchas esperanzas que creíamos viables probaron estar muertas. Cuando sepultamos a Nisman tuve la impresión de haber estado muchas veces en esa situación, sepultando gente con un tiro en la cabeza en esta Argentina que resuelve a balazos lo que no puede resolver por medio de la Justicia. Para un hombre de 72 años que tiene un escaso porvenir, es una experiencia muy fuerte sentir esta preponderancia del pasado sobre el presente.

- ¿Hay en la sociedad un eterno retorno a la desesperanza?

- La sociedad argentina hoy es más cauta. Espera poco y sabrá reclamarle mucho a los que vengan. Se cansó de ver frustrada la presunción de que con cada gobierno nuevo se empezará a profundizar algo mejor. Y exige mucho porque conoce mejor sus propios límites y los límites de quienes están llamados a gobernar. No deja de tener expectativas, pero tiene exigencia. Ya no confía en los liderazgos absolutos.

Lo que viene

- ¿Cómo imagina los próximos meses?

- Tengo la convicción de que debemos trabajar para lograr que sea cual fuere el candidato de la oposición que pueda gobernar el país, entendamos que sólo un acuerdo profundo entre los representantes de las distintas fuerzas opositoras podrá enfrentar con eficacia al oficialismo en el Parlamento. Ese acuerdo debe producirse, gobierne quien gobierne.

- ¿Cree que un acuerdo así es posible?

- No si es posible ese cambio: es imprescindible. Y hay que luchar para que lo imprescindible se convierta en posible. No se trata de tener la certeza de que lo vamos a lograr, sino de tener la certeza de que otra cosa no queremos. Hay dos calidades de fracaso: la que nace de la desesperación y la impotencia porque uno no cree que pueda ni que valga la pena intentar lo que desea; y la que consiste en no conseguir lo que se aspira pero sin embargo habiendo combatido hasta el final para lograrlo. Por ejemplo, la vocación de un escritor no responde nunca a la certeza de que tiene talento sino a la convicción de que ama esa actividad y la quiere hacer. Entonces uno se pone a escribir llevado por ese amor enorme que tiene a las palabras y no por la convicción de que escribirá un gran libro. Así es como se construye la obra. En una especie de esfuerzo indeclinable, de apego incesante al llamado de esa vocación por las palabras.

- Usted refería sus 72 años. ¿Cuáles son sus incentivos a esta edad?

- Me gusta mucho enseñar. Soy profesor de Filosofía y Literatura y disfruto preparando mis clases. Tengo un taller literario en el que recibo escritores en forma individual. Son actividades que me llenan de alegría. Me gusta mucho enseñar y aprender de quienes vienen a estudiar. Por supuesto también escribir. Todo esto se despliega sobre un fondo esencial, sustentador, que es mi vida de pareja. Tengo una alianza con mi mujer muy sólida. Somos dos personas que aman el estudio y la creación, compartimos esta casa, horas de lectura, a veces juntos, a veces trabajando en la misma mesa cada uno en sus papeles. No nos aburrimos. Y en eso soy muy afortunado. Sobre la base de ese encuentro primordial se despliega la alegría del trabajo vocacional.

- ¿Por qué sigue viva la poesía?

- La poesía no morirá nunca mientras la especie siga siendo la que es. ¡Pobre de nosotros si muere la poesía! Y cuando hablamos de poesía no hablamos de un género literario sino de cierta forma de discernimiento de lo real. La poesía es un modo de advertir la presencia de algo súbitamente inédito. Hoy releía el capítulo primero de Qué significa pensar, de Martin Heidegger, y él recuerda que lo real es esencialmente lo que por un lado se nos sustrae a la percepción. Y por otro es lo que nos convoca incesantemente, despertando en nosotros el asombro, la perplejidad de vivir. Heidegger recuerda un verso de Holderlin en el que dice “un signo indescifrado somos y así permanecemos”. De manera que la poesía no morirá nunca porque el hombre será siempre un signo indescifrado mientras sea capaz de tolerar su propia humanidad.

- ¿Cómo se tolera esa propia humanidad?

- Solo mediante esta reapertura frecuente, pero nunca permanente, a lo que la existencia tiene de indescifrable. Normalmente el hombre no resiste mucho tiempo este tipo de abertura hacia su propia imponderabilidad y prefiere encerrarse en el prejuicio, en el saber, en el olvido, en la negación ideológica. La ideología tiene una función importante que es ofertar un repertorio de certezas que nos ponen a salvo de la imponderabilidad de lo real. Y como vivimos en un tiempo de dogmatismos muy acentuados y prolíficos, uno diría que estamos atravesando una etapa en la que la imponderabilidad de lo real está sofocada como forma primordial de autodiscernimiento.

- ¿Dogmas prolíficos?

- Es una época en la que prosperan las certezas. Por ejemplo, este ingreso de Occidente a una nueva configuración de la guerra a través de la confrontación entre el extremismo islámico y la cultura occidental, pone de manifiesto un pensamiento que ha renunciado a su autocrítica para afianzarse en el campo de lo inequívoco. También está el auge de la tecnolatría, que la llamo así porque es más que afición a lo tecnológico. Es la idolatría de lo mecánico. Nuestra relación con los objetos virtuales o nuestra apertura a la tecnología de vanguardia es sumamente idolátrica. Ya no sabríamos vivir si no lleváramos en la cintura eso a lo que se llama móvil. El contacto ha ganado velocidad pero no necesariamente profundidad. Los dogmas en general no distinguen entre lo literal y lo metafórico. Si pueden, suprimen lo metafórico.

Argentina en 2076

- Ya que ha escrito relatos para niños, ¿qué le escribiría a un chico de la Argentina actual?


- Ya lo escribí. Es un relato largo titulado “República de Evidencia”. Trata sobre una república ubicada temporalmente en el 2076, 100 años después del golpe, en la que el desarrollo de la certeza y del dogma ha sido tan espléndido que los seres que habitan esa nación no necesitan ojos porque, al haberlo entendido todo, no hay nada más que ver. De manera que sus modos de percepción provienen del oído, del tacto. Son ciegos superdotados y la ausencia de la vista no es una carencia sino un logro. No hay televisores sino radios y palabras que transmiten el mismo mensaje porque lo que hay para oír es siempre lo mismo. Pero un día una pareja tiene un hijo con ojos y el pobrecito nace vidente. ¡Está enfermo! Es un horror. Los padres no saben cómo informarle al Estado lo que pasó. Piensan en quemarle los ojos para que sea normal. Pero el Estado resuelve no castrarlo. Creen que hay que superar en él la propensión a mirar y devolverlo al desarrollo natural, que es no tener ojos. Que se apaguen. El relato cuenta el esfuerzo que realiza la sociedad y la familia para que ese chico sea normal y no vea. Ni entienda. No le cuento el final.

- ¿Por qué escribir para chicos?

- Me surge. Empezó por un episodio magnífico vivido con mi hija Valeria, cuando tenía seis o siete años. Se me acercó un poco decepcionada y me dijo “vos a mí no me escribiste nada”. Entonces le propuse hacer un cuento entre los dos. “Vos dibujá y yo cuento lo que dibujes”, le dije. Lo primero que dibujó fue un muñeco extraño con miembros superiores e inferiores pero que no eran exactamente piernas y brazos. Yo lo llamé Serafín, el Raro, y empecé a contar la historia de un muñeco que quería ser contado pero que como era raro nadie quería contarlo. Hasta que apareció una nena que lo incorporó a su vida y lo transformó en alguien querido. Así me puse a escribir para chicos.

- ¿Qué es para usted escribir?

- Es estar vivo. Es el momento más alto en términos de mi intimidad personal, cuando estoy a solas conmigo. Ahí siento la alegría de vivir.

- ¿Y leer?

- Forma parte de la misma experiencia. Leer y escribir son dos experiencias de extraordinaria convivencia en términos de intensidad, ya sea con la palabra de otros o con mis propias ideas. Escribir, leer y enseñar. Tres configuraciones de una misma alegría.

- Si ahora viene un nene de, pongamos, diez años, junto con su padre, ¿por qué le diría a ambos que es bueno leer?

- Al niño no le diría nunca que lea. Al padre le preguntaría si tiene interés en que su hijo lea y si él lee. Porque los chicos que se crían en un ambiente en el que la lectura está privilegiada, se ponen a leer. Ni yo ni mi señora incitamos a mis hijos a que leyeran. Ellos vivían entre libros, nos veían acá leyendo diarios, libros. Y se nos acercaban con sus libritos y se sentaban en el piso a leer. Hoy los tres son artistas.

- Antes de terminar, una última pregunta: usted hizo una referencia a cómo lo miraban las hijas de Nisman al hablar en el entierro. ¿Cómo lo acompañarán en su vida esas miradas?

-De muchos modos. Primero, como revelación de una verdad atroz: la orfandad, el desconsuelo sin remedio. Un padre asesinado. Y cuando digo asesinado no quiero decir que tengo las pruebas de que lo fue, pero tengo todos los indicios de que también él fue asesinado, como los que se encontraban en la AMIA. Luego, la sensación de que ellas difícilmente podrán tener el sentimiento de una argentinidad plena mientras no se sepa claramente, probadamente y justicieramente quién mató al padre. Son las desechadas por el país. Y también la impresión de que me hubiera gustado a esta altura de mi vida tener ante mí a dos pibas como ellas con más confianza en el porvenir. Y no se los pude transmitir cuando hablé.

(c) LA GACETA

PERFIL

Santiago Kovadloff nació en Buenos Aires en 1942. Es ensayista, poeta, traductor, antólogo de literatura de lengua portuguesa y autor de relatos para niños. Sus obras fueron traducidas a distintos idiomas, como hebreo, portugués, alemán, italiano y francés. Su último libro publicado es La extinción de la diáspora judía, en 2013. “Fue un año en el que escribí y me pronuncié mucho sobre política -dice al referirse a su actividad en 2015-; a principios de febrero pude paralelamente retornar a la poesía y al ensayo. Me hizo mucho bien, porque cuando la vocación toma la palabra, asociada a la práctica literaria, que es lo que uno estima más, entonces uno se repone. Acabo de terminar un libro de poemas y un ensayo de política; ambos saldrán en abril”. Entre tanto, continuará con su trío junto a César Lerner y Marcelo Moguilevsky, basado en música y textos de escritores como Pessoa, Borges y Cortázar. Y en mayo formará parte de otro espectáculo, denominado “Inspiraciones” y dirigido por su hija Valeria, que constará de música y lectura en un escenario en el que el movimiento será el protagonista.

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