Los siguen, les roban las motos y luego les piden un rescate

Los siguen, les roban las motos y luego les piden un rescate

La modalidad ha crecido en las últimas semanas. Los delincuentes llaman a la víctima, le informan que tienen el rodado y le solicitan dinero para devolverlo. Casi siempre exigen recoger las motocicletas en algún lugar desolado. La Policía y la Justicia armaron una comisión especial para investigar este delito. El problema es que casi no hay denuncias, advierten Tres vecinos de “La Perla del Sur” cuentan sus experiencias sobre cómo les sustrajeron sus vehículos y cómo hicieron para recuperarlos

SOSPECHOSOS. La semana pasada, la Policía realizó un operativo en Concepción en el que secuestraron motos robadas y detuvieron a dos menores. la gaceta / fotos de osvaldo ripoll SOSPECHOSOS. La semana pasada, la Policía realizó un operativo en Concepción en el que secuestraron motos robadas y detuvieron a dos menores. la gaceta / fotos de osvaldo ripoll

Ellas, las víctimas, no se dan cuenta. Alguien las está mirando, algo que no es para nada extraño en una ciudad mediana como es la de Concepción, al sur de la provincia (viven poco más de 60.000 habitantes) . Estudian minuciosamente sus movimientos. Cada detalle es analizado: dónde viven, cómo viven, sus teléfonos, dónde dejan sus motos, a qué hora, si hay o no vigilancia policial cerca. Así definen la mejor estrategia. Después viene el robo. Tienen una guarida en la que esconden el rodado. Esperan un rato. Y llaman.

La comerciante

El teléfono sonó a las 19.20. María Inés estaba esperando ese llamado. Del otro lado, una voz cavernosa le pidió $ 1.500 por el rescate. “Dame una prueba”, dijo ella. El secuestrador le habló de un gorro de lana rojo. La víctima no dudó. En una hora, hubo tres comunicaciones más. “Nos vemos a la medianoche, detrás de la casa quinta”, se oyó del otro lado del auricular. Antes de cortar, exigió que no se informara nada a la Policía.

María Inés buscó ayuda. Le daba miedo aquel encuentro. Su hermano y un amigo la acompañaron. Temblaba en medio de la oscuridad. Sin mediar palabras, pagó el rescate a dos encapuchados. Estaba claro que había un hombre y una mujer. Le entregaron la moto. Sólo estaba roto el tambor de arranque.

“Fue una alegría para mí recuperarla. Era casi nueva”, resalta la joven, que trabaja en un negocio de la “Perla del Sur”. El “secuestro” de la moto ocurrió hace un par de meses. María Inés habitualmente iba al gimnasio a la siesta. Dejaba su moto estacionada en la vereda, con el candado puesto en la rueda. Después de una hora de ejercicios, al salir, una sensación de amargura le recorrió todo el cuerpo. El vehículo había desaparecido.

“Hice la denuncia policial. Pero sabía que por ese camino no tenía muchas esperanzas de recuperarla. Le conté a un amigo lo que me había pasado y me dijo que me quedara tranquila, que ya me iban a llamar. Y así fue”, relata.

“El secuestro de motos y el pago de rescate ya es una ‘moda’ aquí. No sé si está del todo bien. Pero ya nadie confía en el cuentito ese de la Policía: seguimos investigando”, concluye María Inés. Y se va apurada, igual que como llegó, reiterando el pedido de mantener su apellido en el anonimato. “La vida sigue, ¿viste?”, plantea la rubia de piernas largas.

El empleado

Esa mañana hacía frío. Roberto pensó en dormir hasta tarde. Pero su esposa lo despertó temprano: “levantate porque robaron las motos”. “Pensé que era una pesadilla y ni abrí los ojos. Hasta que entró mi hija llorando”, relata el hombre de 45 años, empleado de un negocio. No quiere dar más detalles de su vida. Está sentado en el bar, desayunando y habla despacio. Dice que ese día, en julio del año pasado, sintió ganas de matar. “Estaba desesperado. Habían entrado al garage de casa y se habían llevado tres motos valuadas en $ 60.000: dos eran de alta cilindrada y una de mediana cilindrada. Tienen que haber sido por lo menos 10 hombres los que hicieron el trabajo”, detalla.

Roberto salió de su vivienda indignado. Fue directo a la comisaría de Concepción. “Me dije: ‘si me llaman, no pienso pagar rescate’. Llegué a la seccional y no me dieron bolilla; los policías estaban justo haciendo el cambio de guardia y me pidieron que fuera más tarde”, describe. Entonces, el hombre salió a buscar los vehículos por su propia cuenta. Recorrió la vera del río Gastona. Según cuenta la leyenda, ahí es adonde esconden los rodados hasta que consiguen el pago del rescate.

Roberto también dio vueltas por el barrio la Costanera. No había señales. Decidió ir a la casa de la persona a la que todos señalan como el “jefe” de las bandas que roban motos. “‘Te esperaba más temprano’, me dijo. Y agregó: ‘Yo se dónde están tus motos. Nos vemos en una hora al lado del club Huirapuca. Llevá $9.000’”, relata.

“Le pregunté si las motos estaban enteras. Me dijo que sí, que sólo iba a tener que comprar las cerraduras. Evalué la situación y la verdad que me convenía recuperarlas de esta forma”, cuenta.

Tal como estaba pactado, Roberto salió a buscar plata, juntó lo que le exigían y fue al encuentro de los captores de sus motos. “Eso fue todo. Yo quedé muy mal. Pensé: ‘algo tengo que hacer’. Pero mi familia me pidió que me olvide”, concluye. Antes de despedirse, da otro detalle, un dato que le hace elevar la voz, que le hace saltar las venas del cuello: “tremenda fue mi sorpresa un día que fui a la Municipalidad a hacer un trámite y me di con que un empleado era el mismo al que le había pagado el rescate de mis motos”.

El profesional

Fabián lleva el rugido de los motores en la sangre, según se describe. El pelo rubio le cubre la cara. Levanta la mirada hacia el techo. Y apunta: “todavía no entiendo cómo me robaron la moto”. La enduro estaba en el garaje de su casa. Tiene un portón enorme, alarma y rejas. Por eso, ese domingo, hace tres meses, este joven padre de familia hizo el asado, disfrutó la sobremesa y recién después de las dos de la tarde se dio cuenta de que faltaba una de las cosas más importantes para él: la moto, valuada en $ 25.000.

“Sabía que en cualquier momento me iban a llamar. Estaba atento. Y llamaron: me dieron 24 horas para conseguir $ 7.000. Les pedí que me bajaran el monto. Pero no quisieron. Ellos saben muy bien cómo es cada una de sus víctimas, su posición económica. Sus movimientos, todo”, detalla Fabián, un reconocido profesional de la Perla del Sur.

“Yo accedí al precio. El tiempo que perdés es crucial. Si das muchas vueltas, las venden o las queman. Cuando tuvimos todo acordado, nos encontramos a las 14 de un martes, a plena luz del día y a cara descubierta”, detalla. Y agrega: “encima tuve que darles las gracias”.

Después del robo, extremó las medidas de seguridad en su casa. Pero sigue sin poder creer lo que pasa en las calles de Concepción: “esta era una ciudad pequeña en la que nos conocíamos todos. Pero cambió: creció tanto que somos extraños. Los robos de motos son imparables y esto de que los delincuentes les venden a los mismos dueños sus rodados se ha convertido en un negocio que, sospecho, algún tipo de ‘ayuda oficial’ tiene que tener”.

La caída de “El Negro”

Había salido de compras. Dejó su moto estacionada en pleno centro. Entró a un negocio. Cuando salió, el rodado había desaparecido. Una hora después, la llamaron. Le pidieron $ 2.000. El delincuente la citó en el barrio Costanera. Tenía que ir sola. Pero la mujer les tendió una trampa. Horas antes del pago del rescate, ella fue a la Policía. La víctima marcó cada uno de los billetes que iba a entregar. Los efectivos se escondieron en los alrededores del lugar pactado con el ladrón para el pago del rescate. Y apenas agarró la plata, el ladrón fue detenido.

Así cayó “El Negro”, el año pasado. Fue el primer detenido por esta modalidad de robo. Aunque sigue tras las rejas, este negocio ilegal se ha ampliado en La Perla del Sur. En las calles sobran las historias de pagos de rescate de motos. Todos -o casi todos- dicen saber quiénes están detrás del negocio. Pero en Tribunales y en la Justicia casi no hay denuncias. La pregunta es ¿por qué? Muchos hablan de desconfianza, de miedo. Y compran candados. Y ruegan que sus motos no estén en la lista de los secuestradores.

Más violencia.- Antes, el robo de motos se producía especialmente cuando los vehículos estaban estacionados. Con una pieza lllamada “chupete” quiebran el tambor y se la llevan. Ahora, hay más violencia: directamente asaltan a los motociclistas con armas. Esto genera más situaciones de riesgo: conductores sorprendidos y asaltantes con armas son un cóctel letal. Las mujeres suelen ser las víctimas predilectas de estos atracos..

El negocio.- El robo de motos pasó a ser un negocio cada vez más redituable. La razón: el parque automotor de estos rodados creció muchísimo en los últimos años. Se calcula que en Concepción roban en promedio cinco motos por día.

Los destinos.- Las motos tienen tres destinos posibles: generalmente terminan en organizaciones que primero intentan contactar a su dueño y pedirles el pago de un rescate. Este pago depende de la cilindrada. Por las grandes piden de $ 8.000 a $ 10.000 y por las de baja cilindrada, piden $ 1.500 o $ 2.000. Si no consiguen el rescate, los delincuentes intentan venderla en otra localidad del sur provincial a un precio económico. Otro destino es mandar una parte a desarmaderos ilegales, adonde son vendidas por piezas. Luego, queman las partes que les quedan.

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