Santi y Gachi lucharon por su amor y ganaron

Santi y Gachi lucharon por su amor y ganaron

La iglesia hizo una excepción y les dio el sacramento del matrimonio aunque no estaban casados por civil, porque ambos tienen discapacidad mental.

LA GACETA / FOTO DE JORGE OLMOS SGROSSO LA GACETA / FOTO DE JORGE OLMOS SGROSSO
13 Febrero 2014
El Príncipe Azul existe. Y se llama Santiago. Gachi lo conoció el día que entró a los talleres protegidos Cotapro. Nunca se olvida de ese momento. Él estaba limpiando y ordenando unas cosas, cuando los ojos le quedaron clavados en esa petisa gordita, un poco tímida, que entraba retorciéndose de la mano de la asistente social. ¿Cómo te llamás? Gachi. ¡Gachi! Nunca hubo para él otro nombre más bonito. El 3 de diciembre, en la fiesta del Día de la Discapacidad, se dieron un beso y se pusieron de novios.

Pero volvamos hacia atrás, porque todo príncipe debe rescatar a su princesa. Gachi nació hace 25 años en una villa miseria de Banda del Río Salí. Su madre, una mujer alcohólica y violenta, la había dejado junto a sus siete hermanos en distintos hogares. Allí crecieron hasta que alcanzaron las destrezas para poder sobrevivir en la calle. Menos Gachi. Ella había nacido con una deficiencia mental que le impedía, por mucho que lo intentase, aprender a leer y escribir.

El destino parecía marcado para Gachi. De la Sala Cuna pasó al instituto Cristo Rey. La madre que la había abandonado aparecía de cuando en vez provocándole terremotos emocionales.

“Una vez vino y me ilusioné mucho porque creía que me quería”, recuerda con tristeza. Gachi tiene una sonrisa dulce y de su cuello cuelgan dos corazones, uno rosa y otro blanco. Pero después la corrió de la casa y la joven tuvo que volver al hogar a buscar refugio. Algo similar ocurrió cuando una tía decidió llevársela y al poco tiempo hubo que rescatarla.

Pero un día apareció su hada madrina, Lucy. Era una asistente social que le había tomado cariño y la llevó al hogar Santa Micaela de las Hermanas Adoratrices. Allí aprendió a tejer y a bordar. ¿Te voy a llevar a un lugar que te va a gustar”, le dijo. Y la condujo a los talleres protegidos Cotapro. “Ahí lo conocí a este rey”, dice hundiendo su pequeña mano en el pecho de Santiago.

“Yo no me daba con nadie, pero él me empezó a hablar”, dice con picardía. “Estaba de novio con otra chica”, lo acusa. “¡Nooo... esa era un clavo. La dejé porque nunca la dejaban salir ¡ni a tomar un helado! ¡No vino para mi fiesta de cumpleaños!”, argumenta sacudiendo la cabeza como para espantar una idea inconcebible.

“Son un combo”


Santiago y Gachi juegan a acusarse mutuamente, pero se buscan las manos. Se miran y se sonríen. “¡Son un combo! Donde va uno va el otro, hacen todo juntos”, comenta la mamá de Santi, Ana Lía Zacher Acosta, que cuida de los dos. “A veces la tengo que retar a ella porque está pendiente de él. El otro día lo tenía sentado mientras ella le afeitaba la cara”.

Santi tiene 39 años y es el mayor de cuatro hermanos. “Nació después de 14 horas de trabajo de parto. Tuvo convulsiones al nacer y le faltó oxígeno al cerebro. Hasta los 10 meses no se sentó. Pero jamás lo tratamos como un chico diferente. Le costaba aprender por eso fue a la escuela Díaz Vélez”, cuenta la madre.

En los jardines

Comenzaron a darse la mano, a caminar juntos por los jardines del instituto Eva Perón, frente al parque 9 de Julio, por la Benjamín Aráoz al 800. Por pasaje Inmigrantes Árabes 77 está la Cooperativa de Talleres Protegidos, donde van a tejido, teatro, danzas folclóricas, salsa y bachata. Fue en esos paseos interminables donde Mónica Cáceres, la directora, los vio tomados de la mano desde la ventana de su oficina. “Vengan para acá los dos...”, los llamó un día. ¿Ya saben la mamá y las hermanas del hogar que ustedes están de novios?”, preguntó.

Eran la pareja más popular del hogar. Las chicas le leían las cartas que Santi le enviaba y a su vez se las contestaban, a veces agregando sentimientos de su propia cosecha. En la fiesta del Día de la Primavera, donde van todos los institutos para personas con discapacidad, ellos fueron elegidos rey y reina.

Apenas supo de los sentimientos de su hijo Ana Lía luchó por ellos como si fueran propios. Intercedió ante las hermanas para que el joven pudiera visitar a su novia en el hogar. Así fue como Santi llegaba puntual todos los sábados por la tarde. Se esforzó para caerles simpático a las hermanas y cuando lo consiguió, al cabo de un año y medio, les pidió la mano de Gachi.

¡Casarse!, pusieron el grito en el cielo las hermanas. “¡Pero van a perder la pensión por discapacidad! ¿Quién los va a cuidar a ellos”, se preguntaba la hermana Albeana, que entonces era la directora del hogar. “Les ofrecimos una bendición especial, pero ellos no querían saber nada, estaban empeñados en casarse en la Catedral y con vestido blanco”, recuerda la hermana que ahora vive en Buenos Aires, en comunición telefónica con LA GACETA.

“Las hermanas no sabíamos cómo resolver esto, entonces hablamos con el párroco, y él, a su vez, el arzobispo. Finalmente nos dijo: ‘hemos decidido casarlos, porque esta pareja es un ejemplo para muchas otras que teniendo capacidades no se casan”.

Solo bastó el sí del obispo para que las monjitas se pusieran a armar la fiesta. “Le conseguimos un traje de novia y se lo achicamos porque le quedaba un poco grande”, cuenta la hermana Albeana, que fue una de las que bordaron a mano piedra por piedra. Entre las internas del hogar y sus compañeros de Cotapro fabricaron los souvenires y el cotillón. El revuelo duró varios meses hasta que por fin, la niña salió del hogar vestida como una princesa.

El padre los casó el 15 de noviembre de 2009. La fiesta se hizo en el Club Central Córdoba, con más de 150 invitados, casi todos de los hogares y del juzgado que atendía su caso. Un grupo de internas ofreció un espectáculo artístico. La directora del hogar fue la madrina y el padrino uno de los empleados más antiguos. Las monjitas bailaron hasta el final de la fiesta. Y Gachi y Santi siguen bailando.

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