Un abanderado del esfuerzo, que siente orgullo de su pasado de cartonero

Un abanderado del esfuerzo, que siente orgullo de su pasado de cartonero

Manuel Cruz, el niño que se hizo famoso en 2002, ahora tiene un hijo de dos años; trabaja y estudia a la vez.

EN EL PUPITRE. Manuel Cruz se prepara para tomar una clase más en el Instituto de Ciencias Empresariales. LA GACETA / FOTO DE ANALÍA JARAMILLO EN EL PUPITRE. Manuel Cruz se prepara para tomar una clase más en el Instituto de Ciencias Empresariales. LA GACETA / FOTO DE ANALÍA JARAMILLO
No reniega de su pasado. Tampoco siente vergüenza. Al contrario, se muestra orgulloso de haber sido cartonero, porque fue la manera en que su madre le enseñó que el esfuerzo, el sacrificio y el trabajo forman la base -dice- para alcanzar cualquier logro. Manuel Antonio Cruz, el niño que se hizo famoso en octubre de 2002 por juntar cartones de noche y ser abanderado de la escuela, durante el día, ahora es un hombre.

Cambió su vida. Dejó atrás los cartones, el carrito de dos ruedas, y terminó la escuela secundaria. Pero todavía sigue peleándola día a día. Por necesidad entendió que no quedaba otra opción que trabajar y estudiar. Así empezó las dos cosas. Por la mañana es empleado en una empresa de transporte público de pasajeros, donde trabaja en el sector de recepción. Por la tarde, cursa una tecnicatura en administración de empresas en el Instituto de Ciencias Empresariales.

Hoy, con 23 años, formó su familia, vive en pareja desde hace cuatro años, y se recibió de papá con la llegada de Ignacio, su bebé de dos años. Cada vez que habla de su hijo, a Manuel Cruz se le iluminan los ojos, y se le dibuja la sonrisa más grande del mundo. Admite que tener a su bebé en brazos le ayudó a entender mejor todo lo que hacía su madre, cuando los llevaba a él y a sus cinco hermanos a juntar cartones en el centro tucumano para luego venderlos por unas cuantas monedas. "Ser padre te hace poner los pies sobre la tierra. Mi esfuerzo es por ellos, mi esposa y mi hijo; no quiero que pasen las necesidades que yo tenía cuando era chico", afirma.

Manuel es el mayor entre seis hermanos y el más alto de la familia. La última vez que se midió estaba por 1,83 m. Su madre apenas le llega por debajo de los hombros. Ana Cruz es una mujer de 39 años. También dejó los cartones y ahora trabaja de empleada doméstica. Sentada al lado de su hijo, ella escucha orgullosa la entrevista, mientras recuerda en silencio los tiempos en que, al cierre del horario comercial, el pequeño Manuel recorría los locales del centro en busca de cartones. Así lo descubrió LA GACETA, en octubre de 2002, en pleno trabajo en el centro de la ciudad. "Me acuerdo que esa noche estábamos terminando el recorrido y aparecieron un periodista y un fotógrafo que hablaban con mi mamá. Yo había encontrado un diccionario de inglés y español que estaba leyendo muy concentrado. Por lo que escuchaba, ya me imaginaba que me venían a preguntar, pero no quería saber nada. Corrí dos cuadras y después me alcanzaron y me dijeron que me quedara tranquilo, que sólo me querían preguntar", rememora.

Después se publicó, por primera vez, la historia del niño cartonero abanderado y, a partir de ese momento, cambió una parte de su vida.

"Uno siempre tiene presente lo que vivió -dice Manuel con la voz pausada por la nostalgia-. Esa etapa me sirvió para crecer como persona, para tener mis valores bien marcados. No me olvido nunca de dónde vengo, de dónde salí. Con dignidad lo hicimos (ser cartonero), toda mi familia lo hizo, mi mamá, mis hermanos, y hoy lo miro con orgullo", explica.

Empujar el carro
El país había sucumbido a la crisis. Ana Cruz decidió no bajar los brazos y cargó a sus hijos y los llevó a empujar un carro repleto de cartones. En aquel tiempo, Manuel era abanderado en la escuela Juan Bautista Alberdi. Al volver de clases, no se sentaba a merendar como el resto de los chicos de su edad, sino que ahí empezaba su "trabajo" de cartonero.

Había que empujar el carrito, pero la vuelta a casa era la parte más difícil, porque la carga era más pesada. Paradójicamente, cuanto mayor peso, más plata a cambio. "Hacíamos unas 50 cuadras por día", detalla la madre. Ella no tenía marido y era el único sustento de sus seis hijos. Por cada kilo de cartón le daban entre 22 y 24 centavos. "Mi madre nos hacía ver cómo eran las cosas: si no salíamos, no se comía", asegura Manuel. "Las ganas que ella tenía de que yo saliera adelante fue lo me incentivó a que yo lo intentara, a tratar de estudiar y hacer lo necesario para salir adelante", agrega.

Pequeñas cosas
Manuel, su mujer y su hijo viven en un pequeño departamento, que alquilan en Asunción al 200. La sencillez se nota en las paredes blancas, vacías, sin cuadros ni portarretratos. Es un espacio pequeño con lo mínimo e indispensable para vivir: una cocina, una mesa de madera, una heladera, una cama y cuatro sillas de plástico. Aclara que no quiere nada regalado. "Trabajo por lo que quiero tener. No pido nada de arriba", insiste.

En 2002, cuando el periodista Federico Türpe publicó la historia del cartonero abanderado, las muestras de solidaridad se multiplicaron por todos lados. LA GACETA recibió llamados y e-mails de todo el país y de tucumanos que vivían en el extranjero para ayudar al niño prodigio. En aquel tiempo, Manuel y su madre conocieron la Capital Federal, donde recorrieron los canales de televisión porteña. Todos los programas querían reflejar la historia de Manuel.

Además llegó a entrevistarse con el gobernador, José Alperovich. Ahora, recuerda que nunca se cumplió la promesa oficial de recibir un terreno para construir su casa. Manuel y su esposa forman parte de las más de 80.000 familias que en Tucumán no tienen techo propio, según el último censo de 2010.

A Manuel le cuesta exponerse ante las cámaras. Antes de entrar a clases, lo saludan sus compañeros y amigos. Todos miran que están por hacerle fotos y un video en un aula vacía. "Es mejor aquí", dice intentando mantener el anonimato. Para distender su gesto ante la cámara, la charla gira hacia el fútbol. "Estoy a full con Atlético", dice Manuel. ¿Vas a la cancha?, se le consulta. "No puedo ir -admite-, porque prefiero guardar la plata para otras prioridades", responde.

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