"Con Israel, la diáspora desapareció como algo insuperable"

"Con Israel, la diáspora desapareció como algo insuperable"

¿Es posible ser un judío diaspórico, después de la creación del Estado israelí, si no se es un creyente ortodoxo? De preguntas como esta surgió su último ensayo, La extinción de la diáspora judía. Acá amplía algunas de las reflexiones vertidas en el libro. Cree que Israel no desaparecerá y que el drama palestino llegará a su fin. "Los hombres no buscan el mutuo entendimiento porque se amen; lo buscan porque la beligerancia recíproca no les permite consolidar sus intereses propios", afirma.

07 Julio 2013

Por Alejandro Duchini - Para LA GACETA - Buenos Aires

- ¿Por qué eligió la cuestión de la diáspora judía para escribir un libro?

- No elijo mis temas. Son ellos los que me dictan su preeminencia. Se me imponen. Tal vez vivan larvados en mí durante años, nutriéndose de percepciones laterales, indirectas. Y aun de una atención preconsciente. En un momento dado, pasan a ocupar el centro de la escena. Afloran. Ganan protagonismo. Y yo lo advierto. A partir de allí, me concentro en ellos, les correspondo. Me doy cuenta de que llegó la hora de trabajar con ellos. No me intereso por ningún tema que no provenga de lo más oscuro de mí. En ese sentido no hay, en mi caso, diferencia alguna entre la génesis de un poema y un ensayo. No me sucedió otra cosa con el argumento de La extinción de la diáspora judía. Durante toda mi vida, el judaísmo me conmovió y me interrogó, sin llegar a manifestarse como materia indispensable de un libro. La revelación de esa necesidad sólo sobrevino en el año 2004. Entonces me pregunté: ¿soy yo un judío diaspórico? ¿Es posible seguir siéndolo si no se es un creyente ortodoxo, para quien solamente la llegada del Mesías pondrá fin a la dispersión del pueblo hebreo? ¿Es posible seguir siéndolo tras la creación del Estado israelí, que brindó a los judíos la libertad de elegir entre una identidad nacional judía o la ratificación de sus identidades nacionales ya existentes? Estas preguntas orientaron mis lecturas y mis relecturas a partir de entonces. Hacia el año 2007, el tema que me importaba comenzó a perfilarse como argumento de un libro. Entonces sentí la necesidad de empezar a escribir. Al comienzo fueron notas, fragmentos, líneas. Ninguna idea precisa de la estructura que debía tener mi ensayo. Mucho menos, del tono que debía imprimir a la escritura para que tradujese la intensidad polémica que para mí revestía el asunto que tenía entre manos. De modo que no, no elegí la cuestión de la diáspora. Ella me convocó desde lo más íntimo de mí.

- ¿Qué le ha dado y qué le ha quitado al pueblo judío la creación de Israel?

- A muchos judíos les ha dado una patria. Pero, tal como yo la entiendo, la creación de Israel le ha dado, por sobre todo, al pueblo judío en su conjunto la posibilidad de liberarse de la diáspora entendida como algo ineludible. Como inscripción inamovible en la historia. En última instancia, como fatalidad. Le ha permitido a ese pueblo elegir y, en esa medida, lo ha hecho libre. Los judíos, a partir de 1948, pudieron optar. Ser israelíes si lo deseaban, o no serlo. Y en la medida en que pudieron optar, la diáspora desapareció como algo insuperable. Israel privó a los judíos del yugo de una condena teológica no desmentida como hecho históricamente comprobable hasta 1948: la de la dispersión concebida como castigo impuesto a ellos por un Dios que, disconforme con su conducta, los expulsó de su tierra en cien direcciones distintas.

- Nahum Goldmann se pregunta adónde va Israel. ¿Adónde cree usted que va?

- Si se exceptúa a Egipto y Jordania, el pasado inmediato no brinda indicios de la aptitud de árabes y judíos para convivir en paz. Ello es así a menos que nos remontemos a la etapa previa a la creación del Estado israelí. Tampoco el presente parecería alentar expectativas de acuerdo. No obstante, la globalización -fenómeno desconocido en el pasado- puede llegar a disolver intransigencias que, sin ella, podrían parecer insuperables. Hay nuevas necesidades geopolíticas cuya influencia no cabe subestimar. Israel no desaparecerá de Medio Oriente. El drama palestino no se perpetuará. Habrá entendimiento, finalmente, porque la guerra sólo conduce a la potenciación del desacuerdo y el resentimiento recíprocos. Los hombres hacen la paz para ganar, en última instancia, lo que la guerra no les permite ganar por mucho tiempo. Los hombres no buscan el mutuo entendimiento porque se amen. Lo buscan porque la beligerancia recíproca no les permite consolidar sus intereses propios, como sí se los permite, al menos parcialmente, la negociación. En verdad, no importa que no se amen mientras entiendan la inutilidad de su desprecio mutuo. La paz en Medio Oriente llegará por agotamiento del espíritu beligerante y por incidencia de cambios geopolíticos que hoy empiezan a insinuarse claramente.

- En una cita que hace de Levinas en el libro, el filósofo lituano dice que el judaísmo sólo sobrevivirá si es reconocido y difundido por laicos fuera del judaísmo. ¿Podría ampliar este concepto?

- Efectivamente, Levinas afirmó en 1959 que el judaísmo "solo puede sobrevivir en la medida en que sea reconocido y difundido por laicos que, por fuera de todo judaísmo, son los promotores de la vida en común de los hombres". ¿Qué quiso decir con ello? Me parece que, en esa etapa de su proceso creador, Levinas buscaba transmitir la idea de que el porvenir de los valores universales producidos por el judaísmo no se perfilaría con el vigor necesario en el interior del credo religioso judío ni en ningún otro credo. Lo haría, sí, sólo en los hombres laicos de buena voluntad que aspiraran a convivir en paz y mutua comprensión. Es decir, en un marco político asentado en la religiosidad como vivencia antes que en la religión como sistema; ético con independencia de lo litúrgico. Daría la impresión de que, a fines de los años 50, Levinas se inclinaba por un trasvasamiento de los principios fundantes de la cultura religiosa judía hacia el campo secular que ya era, claramente, el que caracterizaba la experiencia de lo judío en la mayoría de quienes se nombraban como tales. Y ello no sólo en Francia. Algo similar a lo que estaba ocurriendo en la civilización cristiana y en clara diferenciación todavía con lo que aun sucede en la civilización islámica. En ésta, la religión como sistema sigue concentrando el monopolio y la transmisión de los valores que importa contemplar en la práctica sociopolítica.

- En el libro se habla del antijudaísmo como un mal sin remedio. ¿Por qué? ¿Lo es todavía?

- El antisemitismo cumple una función indispensable en la economía de la identidad primariamente entendida (se lamenta). Primariamente entendida, la identidad quiere ser certeza; proponernos, a cada uno y para cada uno, un yo inequívoco. Y ello en desmedro, siempre, del yo del otro. Odiar a los judíos equivale a saber de uno, en tanto no es judío pero sí antisemita, como alguien exceptuado del mal que ellos encarnan y que deben representar necesariamente. El maniqueísmo exige una clara división de aguas entre réprobos y elegidos. Es un recurso ontológico-político que, con mayor o menor intensidad, está vigente en todas las culturas. La judeofobia es una construcción que viene prosperando desde hace más de 3.000 años. Hay "razones" para ello. Traté de exponerlas en Lo irremediable, el libro que hace unos años consagré a Moisés y el espíritu trágico del judaísmo.

© LA GACETA

PERFIL

Nacido en 1942 en Buenos Aires, el filósofo Santiago Kovadloff es autor de libros de ensayo, poesía y relatos para chicos. Algunos de ellos son El silencio primordial, Lo irremediable, Sentido y riesgo de la vida cotidiana, La nueva ignorancia, Ensayos de intimidad y El enigma del sufrimiento. Integra la Real Academia Española (como miembro correspondiente) y la Academia Argentina de Letras y la de Ciencias Morales y Políticas. Como ensayista obtuvo el Primer Premio Nacional de Literatura, entre otros galardones.

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