Aquel dulce encanto de viajar en tren traqueteando sobre trocha ancha

Aquel dulce encanto de viajar en tren traqueteando sobre trocha ancha

El ferrocarril hizo progresar a Tucumán. El viaje a Rosario, que implicaba días y días en carruajes, se redujo a menos de 80 horas. Al principio el convoy se movía de día y paraba de noche. La trocha ancha aportó lujo y confort europeo. Viajar en tren era una fiesta, y además muy placentero.

EL TUCUMANO. Se caracterizaba por viajar durante el día.  EL TUCUMANO. Se caracterizaba por viajar durante el día.
Aquellos que nunca viajaron en tren no pueden imaginarse lo placentero que era. Desde caminar por el interior de los coches -para estirar las piernas-, disfrutar un café, un desayuno, una merienda, una copa o una deliciosa comida en el coche comedor, hasta descansar en los cómodos asientos de los Pullman o en los confortables camarotes. Nada que ver con el viaje que hacíamos en ómnibus de larga distancia. Aunque ahora tienen asientos que se hacen cama, video, servicio de a bordo y calefacción o aire acondicionado, debemos pasar muchas horas sentados. La comparación de Juan Fernando Gallardo es comprensible. A los 83 años, al otrora supervisor del ex Ferrocarril Mitre le resulta incómodo y hasta insoportable viajar en unidades del transporte automotor de pasajeros.

Sólo 80 horas
Claro está que cuando el ferrocarril apareció en Tucumán, en 1876, el periplo a Rosario se acortó a menos de 80 horas. Antes de la aparición del camino de hierro, el traslado a Rosario se realizaba en carreta y demandaba varios días. El advenimiento del tren redujo la experiencia del prolongado viaje, todavía demoledora por cierto, a solo tres días.

En el folleto "Sintetizando recuerdos" de LA GACETA, Faustino Velloso narra su periplo de Rosario a Tucumán, en 1883, a bordo de un convoy de pasajeros de la línea -única entonces- del Central Córdoba.

"Era aquel un largo y penoso viaje que duraba casi tres días", cuenta Velloso, que por entonces tenía 13 años. Remarca en ese testimonio de época: "los trenes no corrían de noche, y se detenían en algunas estaciones para que los pasajeros pudiéramos alimentarnos y dormir. Estas eran una especie de 'postas ferroviarias' que carecían de la comodidad más elemental".

Piezas de madera
Mas adelante, Velloso recuerda que le tocó pernoctar en Recreo, Catamarca. "Sin contar un salón comedor pasable -describe-, dentro del cual se veían pintados los escudos de las provincias de Santiago, Catamarca y Tucumán, el resto de la edificación se componía de pequeñas piezas de madera. Eran cuartos corridos, uno a continuación del otro".

A pocos años de su creación, el servicio experimentó una primera mejora, que fue predecesora de los camarotes. En los vagones se habilitaron camas entre los asientos. "A pesar de todo, esto parecía una relativa comodidad. No obstante fue el comienzo de las comodidades que después vinieron", advirtió.

Otras incomodidades
Al margen de esas molestias, estaban otras, propias de las regiones por las que se pasaba, indica el folleto de archivo. "En primer lugar, la tierra, que acompañaba al convoy en la mayor parte de su larga travesía. Las vías carecían de balasto (un tipo de árido de una granulometría variable entre 40 y 150 mm aproximadamente, que se usa en la construcción del tendido de vías) y estaban tendidas sobre la tierra pelada. Aquello producía una nube de polvo que lo invadía todo", describe.

"Pero eso no era nada -agrega el testimonio- comparado con lo que ocurría por las estaciones Totoralejos, Recreo, etcétera, y en especial al pasar por las Salinas Grandes, que se las atraviesa de sur a norte. Allí se producía una verdadera invasión de mosquitos, tábanos y jejenes, contra la cual era imposible luchar con ventaja".

Con todo, el Central Córdoba a fines del siglo XIX era la mejor y la más corta vía de comunicación entre el puerto de Buenos Aires y la legendaria Tucumán.

Otra cara
El "Diario Íntimo de un País", que publicó el matutino La Nación, resalta que en las primeras décadas del siglo, gran parte de los provincianos que llegaban a Buenos Aires por ferrocarril lo hacían por lo general de madrugada, en confortables coches dormitorio. "El viajero que provenía de Tucumán, por el Central Argentino o el Central Córdoba, recalaba en la París de América del Sur tras un placentero descanso nocturno, una opípara cena en el coche comedor del tren, servida al mejor estilo europeo con vajilla de plata y loza inglesa", describe.

Hasta la década del 40, el ceremonial ferrocarrilero no tenía nada que envidiarle a un restaurante actual de cinco tenedores. El maitre recibía a los comensales, mientras que el sommelier ofrecía la degustación de una variedad de vinos. En tanto, los mozos ataviados con largos delantales agilizaban este inolvidable petit banquete sobre ruedas.

Veloces y económicos
Había otros servicios en aquel tiempo. Los ramales secundarios de trocha angosta prestaban servicios de pasajeros en cómodos, bastante veloces y económicos sistemas de coche motor (o cochemotor). En muchos casos estos eran vehículos en tren -de dos a tres vagones- traccionados por un motor diésel semejante al de un camión. Los sistemas de coche motor más conocidos hacia el norte eran el de Ciudad de Córdoba-Ciudad de Tucumán-Ciudad de Salta y el de Ciudad de Salta a Alemania y a Jujuy.

La belle epoque ferroviaria
Los unos y los otros en coches disímiles
En las primeras décadas del siglo XX los pasajeros de mayores recursos viajaban en los vagones de Primera clase, Pullman y camarotes. Los viajeros de menores ingresos optaban por los asientos y coches de madera de la clase única.

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