Vida, pasión y trance del lunfardo

Vida, pasión y trance del lunfardo

Entre el 40 y el 50, el tango -y con él lo lunfardo- desaparece prácticamente de la memoria y la escena nacional, tocándole desde entonces, a quien pretendía representarlo todo, sentirse expresión de minorías.

29 Abril 2012
Los compadritos de Borges nunca hablaron lunfardo. Por eso, quizás, o pese a eso, se volvieron universalmente prototípicos, convertidos en "la secta del cuchillo y del coraje", pero piadosamente mudos, lo que es otra forma de ocultar su origen. El lunfardo argentino -o más bien porteño-, como tantos, nació en prisión: dialecto de la gente del hampa para ocultarse del atento oído de la policía. Esa prosapia lo hace nuestra picaresca, y aunque suele adoptar tintes sombríos, relumbra a veces con sutil humor.

Aquella intención se confirma en otras variantes, como el "vesre" o el "jeringoso", que convivieron y se integran, desde la gran corriente viva del lunfardo, con nuestra habla popular. A diferencia de la gauchesca, que compitió con ella por la representación nacional, y que no fue fruto de nuestros paisanos sino de gente letrada, el origen de la poesía en lunfardo es directamente de sus protagonistas.

Como le ocurrió al tango, otra expresión afín, hay un momento en que lo "lunfa" convive con la gauchesca, y aun en la misma persona, como esos célebres payadores criollos que, para cantar en ciudad, cambiaban de lenguaje pero no de instrumento.

Toda lengua es legítima, hasta por su uso. Y puede aspirar a esa "gloria de la lengua" que, cuando el latín reinaba, Dante supo ver en el "vulgar ilustre", la lengua cotidiana llevada a su esplendor. Para nuestro lunfardo, eso comienza a concretarse con algunos textos. Me refiero al indeleble Batiendo el justo, de Felipe Fernández (Yacaré) o, en ese libro consular que fue La crencha engrasada, de Carlos de la Púa -otro seudónimo del Malevo Muñoz, escribano de La Plata-, un poema tan logrado y tocante como Hermano chorro. Me refiero asimismo, ya en nuestro tango, al donaire de Celedonio Flores (también con libro: Chapaleando barro) y al genio de Cadícamo y Discépolo, de Manzi y Expósito. ¿Dónde, sino en el tango, íbamos a tener dos Homeros, un Cátulo y un Virgilio? Como suele ocurrir, los inicios cambian su sentido, y así Gandolfi Herrero y Álvaro Yunque modifican el primitivo enfoque carcelario para darle voz a los humildes, sí, pero trabajadores e, incluso, combativos.

Algo pasó en Argentina, allá entre el 40 y el 50. Algo se quebró, y sería largo hurgar las razones. Digamos que el tango -y con él lo lunfardo- desaparece prácticamente de la memoria y la escena nacional, tocándole desde entonces, a quien pretendía representarlo todo, sentirse expresión de minorías. Herido de muerte por el rock, como el gran jazz, fue a naufragar ineludiblemente en la vocinglera sociedad del espectáculo.

Se acude a la negación o la nostalgia, para elaborar la frustración. En arte, ambos momentos podrían ser productivos. Así vimos florecer nuevos cultores del lunfardo. Algunos, poetas ya formados, como el inefable Daniel Giribaldi, autor de los milagrosos Sonetos mugres, o Nydia Cuniberti, cuidadosa artesana. Sin olvidar al digno Héctor Negro o el probado talento de Eladia Blázquez. Con ellos podría cerrar estos atisbos. De no ser por esa rara irrupción de una Academia Porteña del Lunfardo, que sin duda hubiera sido llamativa para los pioneros del origen. Y que nos lleva a otra cuestión. ¿Podrán (pudieron) las Academias, sean las que sean, mantener viva a alguna lengua que murió?

© LA GACETA Rodolfo Alonso - Poeta, traductor, ensayista,

Premio Nacional de Poesía

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