En Semana Santa conmemoramos el misterio pascual de Cristo, que es el misterio de nuestra salvación. El drama de la Pasión comienza con la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Precisamente, la liturgia de este domingo ofrece un violento contraste en sus dos partes: en la primera presenta la triunfal entrada de Jesús en Jerusalén, mientras que la Misa nos hace meditar su pasión y muerte.
Cuando Jesús entra en la ciudad montado en un borrico la esperanza de la multitud alcanza su pleno cumplimiento: aquel Jesús que había vivido en Nazaret, que había predicado y hecho muchos milagros, recibe al fin el reconocimiento de su título de Mesías.
Aunque Jesús se opuso siempre a la aclamación pública (cfr. Jn 6,15), hoy la consiente porque se dirige a la muerte: sólo en la Cruz quiere ser vencedor y rey. Y será crucificado por los mismos que hoy gritan "hosanna", ya que pocos días después gritarán pidiendo a Pilatos "¡crucifícale!". Si, pues, hoy le acompañamos con palmas, deberemos hacerlo luego con la cruz de cada día a cuestas, ya que sólo en la cruz mereceremos la palma de la victoria.
Aún hay más. Jesús no va como fiero guerrero, sino que cumple a la letra la profecía: "Decid a la hija de Sión: Mira que tu rey viene a ti manso y montado sobre un asno" (Zac 9, 9; Mt 21,5). Así nos enseña la mansedumbre y humildad.
Pasión y muerte
Y si en la liturgia de la Palabra revivimos su entrada en Jerusalén, en la liturgia eucarística, la Santa Misa, proclamamos la Pasión del Señor, el sacrificio de Cristo por nosotros: su prisión, el proceso lleno de burlas y calumnias, la flagelación y la coronación de espinas, el penoso camino del calvario, la crucifixión. Son pasajes descritos minuciosamente por los evangelistas. Nada fue imprevisto: Jesús lo anunció y los profetas lo describieron. "Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me mesaban la barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos". Así nos enseña el Camino de la Cruz.
Reflexionemos
Meditemos todo esto durante la Semana Santa, muy unidos a Jesucristo, avivemos el dolor de nuestros pecados y participemos más conscientemente en la Misa, acompañando a la Madre Dolorosa, quien nos ayudará a ahondar en nuestra vida el misterio de nuestra redención.