Magistrados por vocación

Magistrados por vocación

Sugestivos conceptos del doctor Juan Heller en 1939. Por Carlos Páez de la Torre (h) - Redacción LA GACETA.

EL DOCTOR JUAN HELLER. En la escalera de los Tribunales, aparece a la derecha, dando el brazo al obispo, monseñor Bernabé  Piedrabuena. Aferra el otro brazo del prelado el gobernador, doctor Miguel Campero. EL DOCTOR JUAN HELLER. En la escalera de los Tribunales, aparece a la derecha, dando el brazo al obispo, monseñor Bernabé Piedrabuena. Aferra el otro brazo del prelado el gobernador, doctor Miguel Campero.
04 Noviembre 2009
Al inaugurar el actual Palacio de Tribunales, en 1939, el presidente de la Corte, doctor Juan Heller (1883-1950), pronunció un magnífico discurso.
 El acto estaba presidido por el gobernador,  doctor Miguel M. Campero (1880-1962), quien durante largos años estuvo al frente del alto tribunal.
 Tiene interés la parte final de la alocución de Heller, donde habla de "los jueces por vocación".
Señaló que "ellos no gobiernan por la espada, y esta sólo acompaña de un modo potencial a la balanza del símbolo pues, como decía un jurisconsulto ilustre, la espada sin la balanza sería el predominio estéril de la fuerza, y la balanza sin la espada, la impotencia del Derecho".
Agregó que, a los jueces de vocación, "el arte de manejar a los hombres por la elocuencia, la gloria o la ambición, les resulta  completamente extraño, ni su gobierno se identifica con el mando. Ellos gobiernan con la conducta, con el decoro de la vida, sin vivir al hilo del mundo porque están en él, precisamente, para contradecir muchas de sus corrientes".
Los jueces son elaboradores del Derecho, recordó.
 "Por medio de la jurisprudencia pretorial amplían o restringen la interpretación de la fórmula escrita, y en un momento dado son como el reflejo de la conciencia de su pueblo. La ley escrita es su consejero más seguro, y hasta el día en que les sea permitido asimilar el Derecho a la moral e invocar, siquiera débilmente, el atributo de la misericordia, saben que los hombres son indulgentes con el error humano. Ningún aplauso les suena más grato que el del inocente y, al fin de su carrera, su gloria se parece a la del árbol en el otoño, cuando entrega (dijo, volviéndose hacia el doctor Campero) como vos, Excelentísimo Señor, la dorada cosecha de sus hojas".

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios