El que se fue solo

El que se fue solo

Por José Luis Ponsico - TELAM.

05 Diciembre 2008

Solo, triste, aunque muy recordado por la hinchada de Racing, el 6 de diciembre de 1991 murió Oreste Omar Corbatta, cuando tenía apenas 55 años. Dejó una estela imborrable.
En 1955, Racing produjo un cambio generacional en su ataque. Adquirió a Arsenal de Llavallol al notable estratega Humberto Maschio y por otro lado había llegado un goleador elegante: Antonio Angelillo. Sin embargo, el que quedaría inmortalizado fue un flaquito desgarbado, de piernas peludas y carita de ángel. Su dimensión resultó infinita como jugador de habilidad inconmensurable. El mejor wing derecho de la historia.
Corbatta, 1,65 metro y 63 kilos, era de Daireaux, localidad de no más de 5.000 habitantes, situada en el centro bonaerense. Llegó al mundo el 11 de marzo del 36. Como tantos otros chicos de familias humildes su vida fue la pelota. Su padre, jardinero, obtuvo un trabajo en Chascomús y llevó a su familia. El club Juverlandia resultó el escenario que, al cabo, lo llevó a Racing.
A los 17 años ya enloquecía a sus rivales. El “arlequín” -así lo definió Juan José Pizzuti- llegaría a maravillar a los peruanos en el Sudamericano de Lima. Luego, al periodismo del mundo. En julio de 1957 fue tapa de la revista “Life”, en EEUU. Con los años tendría el récord de penales convertidos: de 68, sólo desperdició 4.
Debutó en un preliminar, en el “Cilindro” entre la “academia” y Rapid de Viena. Esa tarde empezaba la leyenda del crack.
Corbatta reunía todas las cualidades de un futbolista anormal para el rival. Era mágico, rápido con la pelota atada a su pie derecho. Tenía el freno y el amague incorporados a un cambio invisible. Fue un wing clásico, pero indescifrable.
Jugó 20 años. Después de Racing fue a Boca, en el 63, con pase récord esa temporada. En su decadencia, ya en los años 70, el genial Corbatta fue alojado en una piecita debajo de una tribuna del estadio de Racing. Había quedado solo. En los últimos años padeció de alcoholismo. El periodista Jorge Llistosella escribió sobre Corbatta: “no habrá ninguno igual”. Como dice la letra del tango.

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