Cuando se trata de niños o adolescentes, hasta el entorno más idílico puede convertirse en una zona de peligro. En los primeros años, existe el riesgo de ser atropellado por un automóvil, de caer en una piscina o de ser mordido por un perro. Los peligros potenciales cambian, lógicamente, con la edad.

Eventualmente, todos debemos ser capaces de evaluar el riesgo por nosotros mismos, para navegar por el mundo de manera segura sin la guía de nuestros padres o tutores. Claro que eso es un aprendizaje.

Tras diversos estudios, los psicólogos han identificado por qué los niños a menudo no detectan los peligros elementales, las razones por las que los adolescentes parecen apostar su futuro por un momento de emoción y las barreras educativas que pueden impedir que las personas aprendan, incluso de adultos, a evaluar racionalmente los riesgos. Cada etapa de desarrollo necesitará un enfoque diferente. Pero con la orientación adecuada, es posible enseñar a niños y adolescentes a desarrollar una alta competencia en la toma de decisiones, con enormes consecuencias para el resto de sus vidas.

“Estas habilidades que subyacen a nuestro destino se pueden enseñar. Se pueden nutrir y desarrollar a través de muchos métodos diferentes”, dice Joshua Weller, psicólogo de la Universidad de Leeds, Reino Unido, que se especializa en riesgos, en una entrevista con la BBC Mundo.

Experiencias

Como muchos padres sabrán a través de experiencias aterradoras, los bebés que están aprendiendo a gatear por primera vez intentarán tirarse del borde de la cama o del cambiador sin dudarlo un momento. Los estudios sugieren que el miedo a las alturas solo proviene de la experiencia, ya que el niño aprende a prestar mayor atención a su visión periférica.

Como esponjas sociales, los niños pequeños aprenden a reconocer el peligro indirectamente, observando las expresiones faciales y el lenguaje corporal de los demás. Chris Askew, de la Universidad de Surrey, Reino Unido, mostró a niños de ocho años fotografías de tres marsupiales desconocidos, que se combinaron con una foto de un rostro asustado, una foto de un cara sonriente, o ninguna foto.

En las pruebas de seguimiento, dijeron sentirse más asustados con los animales que habían sido emparejados con las caras asustadas y eran mucho más reacios a abrir una caja que supuestamente contenía el animal en cuestión.

Y los efectos fueron duraderos, con pruebas adicionales que revelaron que era más probable que asociaran palabras relacionadas con el miedo con esos animales durante meses después de la exposición original.

Integrar los sentidos

Sin embargo, reconocer un peligro no basta para mantener a un niño a salvo, ya que su cerebro en desarrollo puede no ser lo suficientemente rápido para reaccionar ante el problema en cuestión. Las investigaciones muestran que no aprendemos a integrar completamente nuestros sentidos, como la vista y el oído, hasta que tenemos alrededor de 10 años.

Los niños pequeños solo desarrollan gradualmente un sentido de riesgo y peligro. Eso hace que sea difícil, por ejemplo, reconocer la velocidad a la que se acerca un automóvil, por ejemplo. Los cerebros en desarrollo de los niños pequeños también tienden a distraerse más fácilmente, lo que significa que simplemente pueden olvidarse del peligro potencial.

Cuando se trata de cosas como la seguridad vial, con frecuencia se aconseja a los padres que establezcan rutinas, como mirar siempre a la izquierda y a la derecha varias veces antes de cruzar la calle o esperar a que aparezca el hombrecito blanco en el semáforo peatonal.

La práctica repetida hará que estos comportamientos se vuelvan habituales, de modo que el niño los realice sin necesidad de recordatorios constantes.

Adolescentes

Guiar a los jóvenes durante la adolescencia presenta sus propias dificultades. Se sabe que el cerebro adolescente experimenta grandes cambios estructurales, lo que parece aumentar la sensibilidad de su señalización de dopamina, un neurotransmisor asociado con el placer.

Alguna vez se pensó que esto hacía que los adolescentes fueran mucho más impulsivos que los niños pequeños, ya que buscan activamente situaciones de riesgo que podrían darles una mayor dosis de dopamina.

Sin embargo, los experimentos de laboratorio, que han intentado examinar los procesos cognitivos involucrados en la evaluación del riesgo, sugieren que esto no es así. Contrariamente a las expectativas, estos estudios muestran que los adolescentes tienden a ser más cautelosos.

“Cuando brindamos a los adolescentes la oportunidad de evitar riesgos, en realidad eligen la opción segura con más frecuencia que los niños”, dice Ivy Defoe, profesora asistente del departamento de Desarrollo y Educación Infantil de la Universidad de Amsterdam, Países Bajos.

A partir de estos resultados, Defoe concluye que los adolescentes no están necesariamente programados para rebelarse. Con frecuencia, es simplemente una cuestión de la situación en la que se encuentran.

A medida que ganan independencia lejos de los ojos vigilantes de sus padres, hay muchas más oportunidades para actuar precipitadamente, ya sea intentando robar en una tienda, probar una droga ilegal, unirse a una pandilla , tener relaciones sexuales sin protección o competir con sus amigos en la autopista.

“El acceso a situaciones propicias para el riesgo aumenta dramáticamente durante la adolescencia y durante la edad adulta emergente”, explica Defoe, y, a veces, es difícil resistir las tentaciones que trae.

Qué se puede hacer

Tanto la investigación de Defoe como la de Weller sugieren que los padres y los maestros pueden necesitar un enfoque sofisticado para guiar a los preadolescentes y adolescentes a través de los riesgos de la vida. En lugar de simplemente imponer reglas estrictas que eliminen la exposición del niño al riesgo, podría ser más útil, a largo plazo, ayudarlo a perfeccionar sus habilidades de pensamiento y toma de decisiones.

Quizá lo más importante sea fomentar el autocontrol y la regulación emocional, ya que tantos peligros son el resultado de la impulsividad. Las prácticas como la atención plena pueden ser útiles, al igual que las prácticas metacognitivas, como enseñar a los niños a imaginar las consecuencias de sus acciones.

En el camino, los padres pueden alentar el uso del pensamiento crítico, estrategias como buscar evidencia que contradiga sus suposiciones. Las escuelas también pueden ayudar a los niños y jóvenes a aprender a tomar mejores decisiones.

Weller enfatiza la necesidad de un enfoque múltiple. “No creo que haya una sola cosa que deba recetarse”, dice. El objetivo es utilizar todos los medios posibles para que los niños y adolescentes comiencen a pensar sobre el riesgo y el peligro de una manera más analítica.