- ¿Cuándo fue la primera vez que te encontraste con la obra de Alejandra Pizarnik?

- Me encontré con la obra cuando era una adolescente, a los 17 o 18 años, y me fasciné. Esa fascinación que fui teniendo con su poesía me llevó a trabajar sobre su obra en profundidad. Cuando muere Alejandra, en 1972, teníamos la imagen de ella como poeta fundamentalmente; solamente quienes estaban muy cerca de ella sabían que tenía textos en prosa que se habían publicado en una muy pequeña edición, La Condesa Sangrienta, pero fuera de eso nada más. Presenté mi trabajo en el Primer Congreso de Literatura, que se hizo en Tucumán, en 1980. A raíz de esa ponencia salió mi primer libro. En 1982, se publica Textos de sombra y últimos poemas, que prácticamente nos lleva a todos a cambiar nuestra perspectiva acerca de Alejandra; porque por un lado van a aparecer los textos en prosa y Los poseídos entre lilas, que es la pieza teatral. Entonces, claro, es otra Alejandra. Diría que a partir de entonces comienza una suerte de segunda época de crítica sobre Alejandra. En el 90, Corregidor edita lo que llamó Obras Completas, aunque no eran tales, pero por primera vez estaba reunida buena parte de los textos de Alejandra. En el 91 publiqué la biografía, a pedido de Félix Luna para su colección Mujeres argentinas. En el ‘99 aparece la correspondencia de Pizarnik reunida por Ivonne Bordelois, que fue muy importante también para quienes estudiábamos a Alejandra, porque allí aparece su voz. En el 2000 aparece la mal llamada Poesía completa, La prosa completa, y los Diarios. Apareció mucho más material del que teníamos, aparecieron esos inéditos, y los famosos diarios de Pizarnik.

- ¿Crees que se mató?

- Eso no lo puede decir nadie, pero yo creo -lo digo en mi biografía- que no se puede decir si se le fue la mano con las pastillas o quiso suicidarse (tomaba pastillas para todo). Personalmente, no como biógrafa objetiva de Alejandra, creo que sin duda se suicidó. Ella tuvo dos intentos de suicidio anteriores, que fue cuando estuvo internada. Cuando uno va siguiendo la obra, ahí encontrás que se le acaba el lenguaje y para ella hay algo. Hay que leer el final de un poema del último libro publicado en vida (El infierno musical). El poema se llama “El deseo de la palabra”, y termina así: “Ojalá pudiera vivir solamente en éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo, rescatando cada frase con mis días y con mis semanas, infundiéndole al poema mi soplo a medida que cada letra de cada palabra haya sido sacrificada en las ceremonias del vivir”. Acá hay una fusión entre vida y poesía absoluta; entonces cuando se le rompe el lenguaje, indudablemente se le rompe la vida.

- Vida y pasión también.

- Claro, es que es eso. No es que el hecho de que Alejandra muera nos lleva a leer de otra manera -hay algo de eso- pero realmente cuando vas siguiendo su obra hay un punto en que se quiebra el lenguaje y lo que ella ha construido se rompe, lo rompe ella misma y se queda a la intemperie. Hay otro poema de Alejandra que dice: “Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado, yo canto”. Está todo eso presente. Personalmente, creo que fue un suicidio, pero uniéndolo con toda esa articulación entre vida y poesía y ese querer vivir en la palabra cuando la palabra se rompe. Hay otro poema de ella que siempre me pone los pelos de punta; se llama “En esta noche, en este mundo” y dice en un momento: “Las palabras no hacen el amor, hacen la ausencia, si digo agua ¿beberé?, si digo pan ¿comeré?” Evidentemente la respuesta es no, las palabras hacen la ausencia. Para quien ha puesto todo en las palabras, esa afirmación, ese encanto respecto del lenguaje, lleva necesariamente en algún punto a la muerte.

PERFIL

Cristina Piña es poeta, crítica y traductora. Fue profesora de Teoría y Crítica Literarias de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Es autora de Poesía y experiencia del límite: Leer a Alejandra Pizarnik. Ganó la Beca Fulbright, el premio Sarmiento del Senado y tres Konex.

Alejandra Crespin Argañaraz

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