Durante casi 50 años, este africano blanco de modales casi victorianos y una simpatía y humildad llamativas, escribió 35 novelas.

Todas sobre Africa.

Ahora a sus 78 años, Wilbur Smith, al igual que cuando estaba enfermo de malaria, no se rinde.

Está en Argentina, con su esposa, una exótica e inteligente mujer, Mokhiniso, de Tajikistán, una ex república soviética cercana a China, para presentar su último libro.

Esta novela llamada Los que están en peligro trata sobre los piratas somalíes.

Wilbur Smith recibió con gran calidez al enviado de LA GACETA Literaria y comenzó a contarle su historia. Lo hizo con lujo de detalles, con muchos ademanes y fue fácil darse cuenta que se estaba frente a alguien que es experto en el viejo y respetado oficio africano.

Fue fácil imaginárselo, en una noche de Zambia, junto al fuego, no muy lejos de un rifle, hablando ante un grupo de cazadores blancos y de nativos absortos en su relato.

Es que el hombre, sin dudas, es un gran contador de historias.

- Cuando los niños que podríamos llamar “comunes” quieren divertirse, les piden a sus padres que los lleven a un parque de diversiones o al Jardín Zoológico. ¿Cómo es criarse en una granja, teniendo de parque de diversiones las llanuras interminables de Africa, y de patio trasero el más grande Jardín Zoológico que aún queda en la Tierra?

- Es realmente especial. Yo crecí en la granja de mi padre, en Zambia, y vivir allí, criando ganado, con un rifle siempre a mano por si aparecía algún animal salvaje, era para mí lo normal. Yo no conocía otro mundo, así que aún no lo sabía, pero tuve, allí, una infancia única y maravillosa.

- ¿Su primera novela, Cuando comen los leones, es, en cierto modo, autobiográfica?

- Sí. Al igual que Sean Courtney, el personaje principal, yo viví en medio de Africa del Sur, creciendo bajo la influencia de un padre imponente, severo pero justo y de una madre comprensiva. Como él, me vi llevado a cazar animales peligrosos como los leones, para defender mi ganado o, tal vez, mi vida. Al igual que Sean Courtney, sufrí de enfermedades como la malaria. Cuando tuve diez años, debido a ella, el médico le dijo a mi madre que yo me moriría en pocos días. Si tenía suerte y si sobrevivía, quedaría mal de la cabeza. Bueno, sobreviví. Y quizás algo de esa locura, debido a la malaria, me haya llevado a querer ser escritor.

- El otro personaje de ese libro, Garry Courtney, ¿es la persona que usted temía ser, algún día?

-Esa es una observación muy inteligente y sensible. Sí, ese libro trata de dos hermanos y ambos tienen parte de mí. Uno es un hombre destinado a ganarlo todo. El otro, Garry, en cambio, parece haber nacido para perder. Y sí, ser como Garry ha sido, es uno de mis temores.

- Se sabe que usted tiene una disciplina de trabajo muy estricta, en un oficio, como el de escritor, de gente no muy disciplinada. ¿Cómo es su método?

- Viajo y me dedico a cazar y a pescar en distintos lugares del mundo cuatro meses al año; me dedico a escribir el resto del tiempo. Lo hago en cuadernos, con birome común y borrando con líquido corrector, varias horas al día. No comparto mi tiempo con otros escritores, ya que no tengo amigos que lo sean. Hemingway decía que él escribía muchos libros porque mientras los demás escritores que él conoció en París se la pasaban conversando entre ellos, él usaba ese tiempo para escribir. Yo creo que tenía razón.

- Cuando usted cumplió ocho años, fue enviado como alumno pupilo, desde Zambia, a la Cordwalles School, en Natal, Sudáfrica, y luego hizo el secundario en Michael House College. ¿En qué momento supo que sería escritor?

- Crecí muy influido por mi madre, una mujer muy sensible y una gran lectora; de ella heredé el amor por los libros. En mi escuela secundaria, un profesor de Literatura me aconsejó, además, que me dedicara a escribir. Pensé, entonces, en ser periodista o escritor. Mi padre me dijo que estaba loco, que me pusiera a pensar en estudiar algo en serio. Por eso, estudié la carrera de contador. Pero empecé, paralelamente, a escribir. Lo primero que escribí fueron relatos cortos para la Selecciones del Reader’s Digest. Luego escribí Cuando comen los leones, se transformó en un best seller y yo me volví un escritor de tiempo completo a los 31 años.

- Y su padre, entonces, ¿qué dijo?

- No entendía nada. “¿Qué pasó, hijo? ¿Cuándo sucedió esto?”, me acuerdo que comentó.

- ¿Por qué cree que el hombre blanco quiere tanto volver a Africa, si una y otra vez fue rechazado por este continente, y ha sido expulsado de él, como ha sucedido en todos los países tras la descolonización, a excepción de Sudáfrica?

- Bueno, el principal motivo por el que el hombre blanco ha ido a Africa fue el económico. Oro, diamantes, el marfil de los elefantes, aún los esclavos. Luego, también como en el caso de Livingstone, el misionero, para evangelizar y, en muchos casos, para explorar. Pero siempre, el motor de todo ha sido el aspecto económico, aunque reconozco que Africa fascina al hombre blanco como pocos lugares.

- Yo leo a Wilbur Smith. Hay 100 millones de personas que leen a Wilbur Smith. Pero, ¿a quién lee Wilbur Smith?

-Leo a Cornwallis Harris, a Rider Haggard, el de Las Minas del rey Salomón, a Frederick Forsyth y muchas novelas históricas.

- ¿Qué novelas históricas?

- Las de Robert Graves y, últimamente, aquellas que tratan sobre los imperios mongoles, como las que hablan de Genghis Khan.

- ¿Tendrá eso algo que ver con Mokhiniso, su esposa, que es de esa región, de Tajikistán?

- Es probable. Ella es del país de donde era Roxana, la esposa del conquistador Alejandro Magno.

- ¿Piensa que es necesario, para ser un escritor de novelas de aventuras, tener una vida de un hombre de acción, como la suya, con un rifle siempre cerca, escalando montañas o arriesgando su vida, de una u otra manera?

- Yo no arriesgo tanto mi vida. Pero creo que haber vivido experiencias como las de las cacerías, haber recorrido y explorado selvas y otros lugares salvajes o inhóspitos hacen que mis historias sean más creíbles.

- Entre los cientos de escritores que existen, aún los de novelas de aventuras, hay muy pocos hombres de acción. La excepción, quizás, fueron Hemingway, Jack London y usted mismo. ¿Por qué?

- Sí, así es. Pareciera ser que quienes se dedican, como mi padre, al despliegue físico, a una vida con actividades manuales, no encuentran su lugar junto a los libros. Y quienes escriben no son muy dados tampoco a la acción. No lo sé muy bien.

- ¿Por qué cree usted que el género de la novela de aventuras es, en general, despreciado por muchos de los grandes mandarines de la Literatura, por la mayoría de los críticos literarios?

- Creo que es, principalmente, por celos. Yo vendo muchos libros. Ellos no. Estamos hablando, entonces, de envidia. No puedo hacer nada en contra de eso.

- ¿Existen, en Africa, fronteras reales entre la ficción y la realidad?

- Creo que no. En ese continente todo se mezcla. Las creencias en los espíritus de los antepasados que tienen las tribus negras con el cristianismo, el pasado con el futuro, lo increíble con lo real. Todo puede pasar y, de hecho, pasa en Africa. Por eso, no resulta tan fácil escribir sobre este lugar.

- ¿Cree que sus libros llegarán a ser, algún día, clásicos de la Literatura Universal?

- No. Creo que no me sobrevivirán mucho tiempo. Están sólo escritos para entretener, no para formar parte de la Gran Literatura. Pero eso me tiene sin cuidado. Yo solo soy un contador de historias.

Hernán Lanvers

© LA GACETA

* Entrevista publicada originalmente el 15/5/2011.