Por diferentes motivos, Tucumán siempre fue considerado un punto de referencia en el norte del país. Uno de esos ámbitos es el futbolístico: chicos de toda la región veían (y ven) en la competencia del Jardín de la República la catapulta para dar el salto al profesionalismo de alto nivel.

Uno de esos chicos fue Oscar Eduardo Juárez, aquel recordado mediapunta que un día se alejó de San Salvador de Jujuy, decidido a forjarse una carrera futbolística que, con el tiempo, trascendió largamente las fronteras argentinas. El “Pájaro” se encuentra desde hace 10 años radicado en Cartagena de Indias (Colombia), donde es propietario de un restaurante y de varios departamentos.

LG Deportiva se comunicó con el jujeño para conocer más de su presente y de cómo vive el panorama de aislamiento. “El tema del virus se siente mucho en esta ciudad, porque el turismo es la base de su economía. Desde hace dos meses está todo cerrado, y los comerciantes estamos atravesando un momento crítico. Dios quiera que pronto podamos volver a la normalidad. De todas maneras, esta crisis seguramente dejará muchas secuelas en lo económico”, lamenta.

Una forma de escapar al menos momentáneamente de un presente angustiante es recordar buenos momentos del pasado. Y en la carrera de Oscar, desde su partida de Jujuy hasta el final en Deportivo Huila de Colombia (1997), hubo muchos.

- ¿Cuándo y cómo se produjo tu llegada a Tucumán?

- En 1979 dejé Jujuy para ir a estudiar Derecho en la Universidad Santo Tomás de Aquino. En ese tiempo tenía 18 años.

- ¿San Pablo fue tu primer club en el fútbol?

- No, en Jujuy jugué en Cuyaya. Cuando estuve en Tucumán empecé a jugar en los torneos de la Liga Bancaria. Un primo de “Lito” Espeche me llevó a San Pablo, donde ya estaban Juan Carlos Daza y José Ernesto Campos, entre otros. Siempre estaré agradecido por todo lo que me dio en lo humano esa experiencia. No me olvido que, en los días de partido, nos juntábamos en el club a comer pollo a la parrilla.

- ¿Y tu paso por Concepción Fútbol Club?

- En 1985, junto al “Cabezón” Daza, nos fuimos a jugar a San Lorenzo de Alem, que estaba clasificado para el Regional. Teníamos un muy buen equipo, pero no logramos llegar a los tramos finales del campeonato. Entonces, cuando volví a San Pablo, a los pocos días, junto con Daza nos fuimos a Concepción, que era dirigido por Lino Acosta.

POSTALES. Oscar Eduardo Juárez transitó varias etapas en su vida. Integró aquel inolvidable plantel “santo” de los 80. Hoy es un próspero empresario gastronómico en Cartagena.

- En la “Perla del Sur” aseguran que ese equipo, que logró jugar la Pre-Libertadores, fue el mejor de la historia del club...

- ¡Más vale! Es que teníamos un plantel de mucha jerarquía, con jugadores que fueron figuras a otro nivel de competencia, como los casos de Pedro Olalla, Carlos Suárez, Daza, César Pacheco y José Rafael Tártalo, entre otros.

-¿ Y cómo se concretó tu incorporación a San Martín?

- Fue en enero del 83. Todo se inició cuando el ingeniero Natalio Mirkin me citó a su oficina para decirme que me quería en San Martín junto con Daza. Recuerdo que esa misma tarde arreglamos el sueldo y al día siguiente nos estuvimos entrenando con el plantel. Jugar a la par de Guillermo “Pelusa” Cejas y José “Capo” Noriega fue uno de los mayores lujos que me pude dar en mi vida deportiva.

- Los buenos rendimientos en el “Santo” te permitieron trascender fuera de nuestras fronteras...

- Sí… Recuerdo que en el 86 jugamos un clásico con Atlético, que terminamos ganando 1-0 con un gol mío. Esa tarde en el estadio estuvieron dos directivos de Millonarios de Colombia, que habían venido a observar a Antonio Apud y a Raúl Aredes. Pero fue una gran sorpresa cuando al final del partido los directivos de San Martín me confirmaron que al final me querían llevar a mí.

POSTALES. Oscar Eduardo Juárez transitó varias etapas en su vida. Integró aquel inolvidable plantel “santo” de los 80. Hoy es un próspero empresario gastronómico en Cartagena.

- ¿Cómo siguió todo?

- A la mañana siguiente estábamos viajando a Buenos Aires y por la tarde nos subimos a un avión para ir a Colombia. Recuerdo que cuando llegamos a Cali había como 50 periodistas esperándonos, así que tuvimos que improvisar una conferencia de prensa. Fue un cambio rotundo en mi vida, ya que en San Martín estaba acostumbrado a sólo cinco o seis medios de prensa, y acá tenía cerca de 30 periodistas en cada práctica.

- ¿Cómo encaraste ese nuevo desafío?

- Desde el primer momento tuve la vara muy alta. Es que llegaba a Millonarios para reemplazar a Juan Gilberto Funes, que había sido transferido a River. Mis primeros partidos en el club no fueron buenos, porque me costó adaptarme, pero con el tiempo logré consolidarme y llegué a jugar cinco temporadas.

- Se dijo que Millonarios estaba muy cerca de gente que manejaba el narcotráfico en Colombia.

- Más vale… El presidente del club era Gonzalo Rodríguez Gacha, un conocido narcotraficante mexicano al que le decían el “Mariachi”, como se hizo conocido en la serie televisiva que se hizo sobre la vida de Pablo Escobar. Todo ese mundo era nuevo y sorprendente para mí. Era un muchacho que salió de Jujuy y estaba en un lugar totalmente desconocido. El poderío económico que tenía ese tipo todavía me asombra. Recuerdo que cada 15 días me mandaba a llamar para que fuera a su residencia, que estaba en plena montaña, y jugábamos en una cancha que tenía en ese predio, rodeado de guardaespaldas. Incluso un día me prestó un coche lujoso con el que fui a la práctica. Pero cuando terminamos, el técnico me aconsejó que no viniera más en ese auto, porque corría riesgo de que me secuestraran. Le hice caso.

-¿Y tu carrera de Derecho en qué quedó?

- No la pude terminar, porque mi carrera futbolística se afianzó y no me dio tiempo para estudiar como debía. Una de las anécdotas que más recuerdo de aquellos tiempos es cuando tuve que rendir Derecho Romano, al día siguiente de haberle ganado un clásico a Atlético 2 a 1, con un gol mío. La desgracia para mí fue que el profesor era Rodolfo Argüello, que en ese momento era presidente de Atlético. En la primera bolilla no tuve inconveniente, pero en la segunda me dio por la cabeza y me puso un 1. Lo más triste es que Argüello era el que había escrito el libro, así que no le podía ni mentir, ja ja.