A uno de los ensayos que publicaba en LA GACETA en 1944, el doctor Juan Heller (1883-1950) lo titulaba “En torno a la tragedia rural”. Entre otros aspectos, se refería al del “crédito bancario típicamente personal y que no considera otras razones que las del vencimiento y del pago, inaplicable en un medio esencialmente industrioso y agrícola como el de Tucumán”.

Apuntaba que “todos hemos visto y hemos participado, en ocasiones, de esas facilidades del crédito moderno. Todo se compra a crédito: la casa habitación, el confort, la salud y … ¡hasta el descanso final!”. Apuntaba que en una graciosa obra de teatro inglesa, aparecía un joven hogar donde todo se compró a crédito, “resultando que hasta el primer hijo del matrimonio no es entero de los padres, pues falta pagar aun algunas cuotas al médico, a la partera y al comercio que vendió la cuna y el ajuar”.

Así, “de un medio de progreso, el crédito se cambia entonces en instrumento de corrupción y decadencia. Para que sea eficaz, debe consultar otro interés que no sea el inmediato de prestamista y deudor. La ganancia del primero ha de ser legitima y cierta. La satisfacción del segundo también ha de ser razonable y efectiva. Precisa, por tanto, el crédito agrícola, garantía suficiente; destino apropiado a la importancia de los fundos y su explotación; que el préstamo sea técnica y económicamente conveniente a los fines que se otorga, y la vigilancia o contralor de su empleo. Todo destino suntuario, como el frecuente de automóviles y otros lujos (lo que el vigoroso modismo castellano llama ‘labrador de capa negra’), no le pertenece, por lo menos en explotaciones de relativo limite”.