Ante la desgracia, llega la reacción emocional, que es hallar al culpable. Rápidamente salieron a aclarar tanto el responsable de la empresa constructora, Juan Carlos Falivene, como el director de Vialidad provincial, Ricardo Abad. “Vandalismo”, fue la palabra que usaron, aunque no se atrevieron a adjudicarle la causa del desplome del puente inaugurado hace tres años. La reacción emocional lleva a la explicación política: es uno de los puentes hechos durante la gestión kirchnerista, se enfatiza ahora, y eso lleva a la conclusión de que hubo algo raro en su construcción: o hubo falta de control, o negligencia, o se colocaron materiales de menos.

Alguien acaso pida que se investigue si hubo corrupción en la gestión del puente, tal como se ha sospechado en los casos de las fisuras de las estructuras que están bajo análisis en la nueva ruta 38, entre Aguilares y Alberdi. Las respuestas van a tardar en llegar pero hay algo incontrastable: se cayó un puente y no hubo muertos de milagro.

Sentido común

Entre las primeras voces sonó razonable la del vecino Abel, que vestido con camiseta de Boca le dijo al periodista de LA GACETA: “yo sabía que se iba a caer, y el otro (el puente mellizo) también se puede caer. Tenía grietas en los accesos. El otro también tiene”. No es científico, no es ingeniero, y tampoco lo es el periodista. Pero suena sensato. El jefe de estructuras de Vialidad, Adolfo Rodríguez, reconoce el “rotundo fracaso” que significa el accidente pero dice que puede haber muchas causas y declina dar una respuesta concreta. Explica que se hará una auditoría. El experto José Ricardo Ascárate (que hoy está en el gobierno nacional pero que estaba en Vialidad cuando se aprobó este puente) aventura que puede haber “un problema constructivo o de carga” y plantea tres cuestiones: una, “lo adjudico a los apurones de entregar obras a mediados de 2015, con José López apurando. Eso ocurrió en los tres puentes afectados en la autopista 38, en los tramos de Concepción-Aguilares-Alberdi. Las obras no entienden de política. El fraguado del hormigón es de 28 días”. La otra, saber si reparticiones provinciales usaron el canal y el puente para transporte de áridos. “La pericia es fácil de hacer; con las cámaras filmadoras de la zona se puede ver quiénes se trasladaban. Estoy seguro de que por ahí han subido muchas cargas de lo que es enripiado del Canal Sur”. Finalmente, una causa probable: “si está bien diseñado y hay una rotura fluente, un tensor se rompe y va a haber tiempo para notar que se está deformando. Si la rotura es rígida, hay una falla sobre todo en la sujeción en el hormigón. Eso lo va a determinar la pericia”.

Lo que no se entiende es que se piense que el vandalismo pudo ser causante, si bien el fenómeno debió preverse ya que antes de que se habilite el puente se denunciaba la depredación salvaje en una zona abandonada a la buena de Dios (o la mala del diablo). En 2012 se relataba que eran tiradas ahí toneladas de basura y escombros y el mismo Rodríguez dijo que ayer ya se estaban robando los hierros que quedaron colgando del puente, así como se llevaron las barandas de todo el canal en los últimos tres años. El vandalismo es la muestra más palpable de un lugar sin ley y ha sido el fenómeno preciso para explicar y justificar en Nueva York la doctrina de la tolerancia cero. Si nadie atiende la pequeña infracción (la rotura de una baranda, el robo de un caño) y nadie repara una losa rota, la destrucción del lugar llega tarde o temprano. ¿Se aplica eso a un puente? Abad, de Vialidad, lo sugiere: “el puente tenía unos refuerzos, que eran de fibra de carbono y que fueron quitados”. Un problema es que en Tucumán no se sabe cómo aplicar una doctrina de tolerancia cero para el cuidado de la cosa pública. Primero se hizo una ley para poner la policía a cuidar basurales y después se creó una repartición, a cargo de Alito Assán, para limpiarlos. Un fracaso. Los basurales siguen y la depredación crece.

Pero nada de esto explica del todo la caída de un puente nuevo. El del río Jaya, en 2015, fue llevado por una creciente extraordinaria. “Piedras del tamaño de una casa golpearon los tres pilares”, dice Rodríguez, de Vialidad. Nuevamente un vecino -que no es científico- aplica sentido común: “era sabido que el puente no iba a aguantar la creciente. Fue hecho muy bajo y con columnas huecas. Por eso no duró nada. Nosotros lo habíamos advertido. Es que aquí las aguas bajan muy bravas”. Claro, ante el hecho consumado, la sabiduría vecinal es más fuerte.

No obstante, en el puente de la avenida Colón no hubo crecientes, ni siquiera lluvias. La explicación es el relajamiento en los controles. ¿Es el Tribunal de Cuentas? En principio no, porque revisa números, lo presupuestado. De la parte técnica se encarga un inspector de obras de Vialidad, y la empresa pone un representante técnico. ¿Y funciona eso? Rodríguez, que defiende el perfil técnico de Vialidad, dice que desde los 90 se intenta seguir los sistemas de gestión de puentes -BMS bridge management system- “y aunque no tenemos continuidad en los presupuestos siempre tratamos de tener continuidad en la gestión; la tasa de problemas es baja”. Pero eso impide que se mantengan las estructuras. Hay 230 puentes en la provincia y deberían remplazarse seis por año. Eso no pasa. Tampoco se miden los daños. En el corte por el puente de Lules, un motociclista falleció en marzo de 2015 y los vecinos, para ir a trabajar o a la escuela en el cercano San Pablo debían hacer un rodeo de 40 km cada día, durante seis meses.

En boca de todos

Lo cierto es que, les pese o no a los funcionarios tucumanos que están en boca de los opositores y de los funcionarios de la Nación, a Tucumán se le están cayendo o fisurando puentes, ya sean nuevos o viejos, carreteros o peatonales (como los que están encima de las vías de calles Mendoza y Córdoba) y las causas pueden ser accidentales, de gestión y hasta políticas. Pero hay una base que no funciona. Se toma la construcción como el final de la obra, y nada se piensa para sostener su uso. “Acá hay un esquema de mantenimiento cero. Esa es la política de conservación”, dice Rodríguez. Y encima todo se hace sin control, y sin responsables. Estos puentes no unen nada. Muestran la distancia entre la política y la gente.