César Soto llegó temprano al Palacio de Justicia. Lo hizo justo a tiempo, tranquilo, sin grandes sobresaltos. Respiró como aliviado porque no encontró ese enjambre de cámaras que lo persiguieron desde que Paulina Lebbos, su ex pareja, desapareciera. “Este caso me condenó socialmente. Todo lo que conseguí, lo volví a perder cada vez que salía una foto mía en algún lado”, explicó con lágrimas en los ojos. Esta fue la única vez que se quebró durante las siete horas que declaró en el juicio por el crimen de la estudiante.

En todo momento Soto se mostró a la defensiva. Debía contar gran parte de su vida en la sala. Por momentos hasta se atrevió a desafiar a Dante Ibáñez, presidente del tribunal. “No miento; no me acuerdo. Toda esta situación me pone nervioso”, le dijo al magistrado cuando por tercera vez le aclaraba que estaba bajo juramento y que debía decir la verdad.

“¿Se siente bien, Soto?”, le preguntó Ibáñez. El joven exhaló y, después de tomar el primer vaso de agua tras declarar por más de dos horas, le respondió: “tengo sensaciones muy difíciles. Perdí mi hija, he perdido el trabajo. Señor juez: tengo una familia que mantener, cuentas por pagar que no son pocas y ahora otra vez me echaron del trabajo porque volví a estar en los medios”.

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“¿Cómo que perdió el trabajo por culpa del juicio?”, le dijo el magistrado. “El viernes me presenté en el súper Emilio Luque donde trabajaba. El encargado me dijo que volviera y que el lunes (por ayer) me mandarían el telegrama. Usted me dice que cometo contradicciones, pero en realidad no me acuerdo de muchos detalles. Han pasado muchos años y sé que con mis dudas me estoy perjudicando solo”, agregó.

Paternidad sorpresiva

Soto, al hablar sobre su relación con Paulina, dijo que comenzó en 2.000 en el turno nocturno de la Escuela de Comercio. “Éramos jóvenes y concurríamos a fiestas y hacíamos trabajos. Nos pusimos de novios en marzo y a mediados de año ella quedó embarazada. Me tomó por sorpresa, pero estaba feliz”, relató.

Reconoció que vivieron juntos más de un año y medio en los monoblocks que están ubicados cerca del parque 9 de Julio. “Por pedido del señor (Alberto) Lebbos, ella regresó a su casa de Alderetes y sólo nos veíamos los fines de semana”, explicó.

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“Hasta que pasó todo esto, fue una hermosa relación”, añadió. “No sé de dónde sacaron que no nos llevábamos bien. Sí había celos, pero porque éramos muy jóvenes. Estábamos aprendiendo a ser padres”, agregó.

También reconoció que fue adicto a las drogas. “Me costó superar ese problema. Me costó, pero lo hice. Eso ocurrió cuando mi hija no tenía un año de edad. Fumaba marihuana y la compraba en Villa 9 de Julio, La Costanera o La Bombilla. No conozco a esa señora (Magdalena Karina) Cruz; me enteré de su existencia ahora”, comentó.

“Sí es cierto que compraba la droga en la Diagonal Chaco, pero era porque ahí vivían los changos con los que iba a la cancha de Atlético”, resumió.

Soto salió de tribunales pasadas las 20, acompañado por un policía de la guardia del Palacio. Su rostro no era el mismo de la mañana. Más allá del cansancio después de pasar horas frente al tribunal, parecía embargado por la preocupación.