En su biografía del gran científico tucumano, “Lillo. Vida de un sabio” (1958), el doctor Antonio Torres recuerda uno de los episodios que, asegura, más mortificaron a Miguel Lillo.

El problema se suscitó con el destacado científico ítalo argentino Carlos Luis Spegazzini (1858-1926).

Ambos habían entrado en relación hacia 1890. Desde entonces intercambiaron correspondencia, y el tucumano le envió muchas veces materiales que le solicitaba.

De pronto, en el prólogo de Spegazzini a un libro respecto a la colección de maderas de Santiago Venturi, encontró Lillo que “hay un párrafo que, interpretado maliciosamente, me hace aparecer como un plagiario”. Escribe entonces a Spegazzini: “¿Yo, copiar? Sí de las 471 muestras que hay existentes, sólo 190 están de acuerdo a mis determinaciones; y apelo a su caballerosidad y a su hidalguía para que reconozca que en lo más mínimo lo he perjudicado”.

Spegazzini le contesta que al prólogo lo hicieron él y Girola y que, últimamente, “no acostumbro evitar responsabilidades”.

Lógicamente, las relaciones se enfriaron, aunque en 1919 Spegazzini pidió a Lillo las “Asclepiadáceas” por él descriptas.

Pero en 1925, Spegazzini, en lo que Torres llama “un articulito insidioso y panfletario” de la Revista Argentina de Botánica, “hiere violentamente la susceptibilidad de Lillo”.

Este prefiere callar, aunque eminentes científicos de renombre nacional lo apoyan. “Dejo a la juventud la responsabilidad de restablecer el imperio de la verdad”, dice.

Claro que Venturi edita en Tucumán una “violentísima publicación” contra Spegazzini, titulada “Palos y más palos”.

Lillo se mantendrá en silencio. Que es la adecuada actitud, se lo confirma su amigo Juan B. Terán, diciéndole: “He leído la diatriba. Es un desahogo indigno de un hombre de ciencia. Usted no puede seguirlo en ese camino”.