En su libro póstumo “Descanso de caminantes. Diarios íntimos” (2001), Adolfo Bioy Casares consigna cierta anotación (“alarmante”, como diría Borges) fechada el 25 de mayo de 1972, en la página 104. Dice: “El 25 de Mayo, el viejo Día de la Patria, que los provincianos reemplazaron con el 9 de julio. Desde chico, una buena intuición porteña, mejor dicho argentina, me llevó a querer el 25 de Mayo y a ver las fiestas julias como advenedizas, como las fiestas de los otros”.

El párrafo revela algo evidente. Para una gran cantidad de porteños, la única fiesta patria es el 25 de Mayo. Incluso, algunos ni siquiera saben qué se celebra el 9 de julio; pero tienen muy presente qué pasó aquel otro día de seis años antes, “frío y lluvioso”, con gente agolpada frente al Cabildo con sus paraguas, y “el pueblo quiere saber de qué se trata”, y French y Beruti repartiendo cintas, de acuerdo al relato escolar.

Alguna vez hemos recordado, en esta columna, que la recordación del 9 de julio se acordó al año siguiente de declarada la Independencia, cuando ya el Congreso sesionaba en Buenos Aires. El Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón, pasó en consulta una nota al cuerpo. Expresaba que tenía “la duda de si el aniversario de nuestra Independencia debe celebrarse el día 9 de julio, o en el 10 del mismo mes, en que se hizo la publicación y su primera solemnización en Tucumán”. Informa “El Redactor” que el Congreso, “después de un corto intervalo empleado en reflexiones relativas a esta incidencia, acordó que el aniversario debía celebrarse el día 9 de julio”.

Desde entonces se conmemora esa fecha. Aunque un decreto de Bernardino Rivadavia del 6 de julio de 1826 (derogado el 11 de junio de 1835 por Juan Manuel de Rosas) dispuso que la Independencia se celebrara los 25 de mayo.